ALINA
Arsen y yo salimos a la calle en silencio. Werner, muy caballeroso, me acomoda en el asiento delantero de su lujoso coche, que huele a un perfume masculino fuerte pero agradable. Por un instante cierro los ojos, porque ese tipo de aroma me encanta.
Cuando él se sienta al volante, me abrocho el cinturón sin decir palabra. Entonces, mientras arranca el coche, me pregunta:
—Alina Volodýmirivna, ¿a dónde la llevo?
Le doy la dirección y recién entonces me doy cuenta de que hubiera sido mejor pedir un taxi. Porque, la verdad, me siento algo incómoda con mi nuevo jefe. Si solo fuera un jefe… Pero es el hombre con el que soñé toda mi vida.
Y no me deja tranquila el hecho de que no he sabido nada sobre su esposa ni sobre la madre de Leia. ¿Y cómo iba a saber algo, si la encargada me miraba como si fuera una enemiga, y a la niña no se le puede preguntar eso?
En fin, tal vez no debería importarme tanto, pero controlar mi curiosidad no es nada fácil.
—Alina… —Werner interrumpe mis pensamientos y, al mirarlo, me pregunta—: ¿Puedo dirigirme a usted así en un entorno más informal?
—Sí.
Solo asiento con una palabra. Porque en realidad no tengo intención de seguir trabajando en la empresa de este hombre. Por más que me simpatice, lo único que quiero es escapar, porque sé que está casado. Precisamente por eso me fui de aquí alguna vez. Y ahora el destino ha querido jugarme esta mala pasada.
—Entonces, Alina, ¿cómo te fue con Leia? ¿Se portó bien contigo? ¿No fue demasiado caprichosa?
Suspiro con algo de cansancio, pero respondo con sinceridad:
—Tiene una hija muy dulce. Estoy sorprendida, pero nos entendimos muy rápido.
—Cuénteme cómo pasaron el rato las dos —me pide de pronto el padre de la niña.
Me resulta un poco extraño, pero él es su padre y yo, para la niña, una desconocida. Así que lo entiendo. Le cuento todo con calma y con muchos detalles. No olvido mencionar que la encargada no nos dejó salir más allá del portón. Y, al final, no puedo evitar hacerle una observación:
—Arsén Maksýmovych, sé que no es asunto mío. Es su hija, y como padre seguramente sabe mejor lo que hace... —tomo aire y agrego—: Pero, ¿no cree que las reglas que tiene son demasiado estrictas para una criatura tan pequeña? Aún es muy chiquita. Necesita otra forma de disfrutar su tiempo libre. Entiendo que tenga clases, horarios… eso está muy bien, por supuesto. Pero, en mi opinión, es un poco excesivo.
Y habiendo soltado todo esto, me preparo incluso para que Werner detenga el coche en este mismo instante, me pida que baje y me diga que mañana no me presente en su oficina.