Mi ladrona

Capítulo 23: Recuerdos en un cuarto

Nada

Ese es mi primer sentimiento.

No sentía nada, ni dolor, ni angustia, ni pesar, ni preocupaciones y mucho menos amor.

Las palabras de alguien que en mi mente no logro descifrar se repiten una y otra vez, como si de un mantra se tratase; y yo por más que intento apártalas... no puedo.

«Un lazo de amor nos une. Una unión sagrada que no nos separa. Ni la muerte, ni la distancia nos alejará, pues estamos juntos por toda la eternidad»

En mi más remoto recuerdo, aquel que pareciese que se había borrado, aparecen unos orbes rojos que me miran con adoración, como si yo fuese su mayor tesoro, mientras que sus labios repetían la misma frase una y otra vez; como si quisiera que se quedara grabada en mi piel. Recuerdo el arrullador canto de su voz llamándome, le recuerdo regañándome porque hice algo malo, le recuerdo cobijándome porque me lastime, le recuerdo...

Su voz parece tan lejana, recuerdo como me llamaba «Mi Lala», pero su voz es confusa, no puedo distinguirla y su rostro no logro definirlo. Solo me acuerdo de sus filosas pupilas rojas...

[...]

Ahora ya puedo sentir el dolor y es horrible. Abro mis ojos con suma delicadeza esperando que se acostumbren a la luz, pero no hay luz.

Los abro de golpe e intento sentarme, grave error. Mis huesos, músculos, tendones y todo mi ser suenan como si un trueno se tratase. Ahogo un gemido de puro dolor mientras me quedó quieta. Mi cabeza casi estalla, mi lado izquierdo está prácticamente dormido, me duelen los dedos, las orejas y la boca, sin mencionar la sangre seca que en estas partes habita.

Muevo despacio mi hombro derecho, haciéndolo tronar una vez más, luego de hacerlo varias veces deja de dolerme tanto, hago lo mismo con el otro hombro y luego lo hago con ambos al mismo tiempo; los muevo para adelante y para atrás. A ellos les siguen mis brazos completos, las muñecas, los dedos, que me duelen a morir, y por último el cuello.

Intento inspeccionar todo a mí alrededor, pero no encuentro nada que no sea oscuridad, me acomodo mejor sobre el suelo extendiendo mis piernas, quienes también chillan. Recuerdo todo lo que pasó la última vez y por mi pasan tantas emociones, amor, odio, rechazo, rabia, decepción, confianza...

—¿Cómo vamos a salir de esta Riana? —pregunto a mi loba, ya que no le escuchado y sigo sin hacerlo— ¿Riana? ¿Estás ahí? —Vuelvo a preguntar sintiendo pánico— ¡Riana respóndeme!

Y aunque grite su nombre dentro y fuera de mi cabeza, no la pude escuchar.

—¡Riana! No me hagas esto —Sollozo sintiendo lagrimas bajar por mis mejillas, no las contuve.

Llore, lo hice por no escuchar la voz de mi loba, llore porque ni su presencia sentía en mi interior, llore porque Ángel me rechazo, llore aprovechando que estaba sola porque cuando salga de aquí... los hare sufrir.

Mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad y ahora puedo distinguir algunas cosas; con ayuda del tacto y lo poco que veo sé que me encuentro en un pequeño cuarto de concreto rustico. Mis pies chocan con algo que está en una esquina, con algo de cuidado le agarre con mis manos, rápidamente lo reconocí, era mi teléfono.

—¿Cómo crees que llego aquí? —pregunto a mi loba olvidando que no obtendría respuesta.

Desbloqueo mi teléfono y la repentina luz me ciega momentáneamente, prendo la lámpara de mi móvil y pude ver con total claridad que, efectivamente me encuentro en un cuarto rustico de concreto. Intento buscar una puerta, no tengo éxito. Reviso la fecha, al parecer llevo días aquí adentro, eso explicaría mi hambre.

Algo de mi teléfono me llama la atención, el fondo de pantalla esta cambiado, mi ceño se frunce y busco las aplicaciones recientes. La aplicación de notas está abierta, al entrar, una nota que decía:

Sal de ahí rápido, ve a mi oficina y usa la llave que me robaste.

Christopher.

Tengo muchas preguntas, desde el punto en que sigo sin saber cómo consiguió mi teléfono, hasta porque cambio mi foto de pantalla.

—Supongo que tendremos que salir aquí para averiguarlo ¿No Riana? —Vuelvo a hablarle a mi loba con la esperanza de obtener respuestas.

Suspiro y comienzo a buscar con ayuda de mi linterna un lugar por donde puedo salir, busco con la mirada, con el tacto e incluso con el olfato y nada. Intento escuchar algún sonido, pero nada me da indicios de cómo salir de aquí. Me quedo quieta por unos instantes mirando mi pelo, unas hebras de cabello se mueven, lo que significa que estaba entrando aire y si hay aire hay un orificio que puedo romper para poder salir.

Levanto mi vista y alumbro al techo, todo parece normal, pero hay algo que no cuadra, el techo no tiene el mismo material que el resto del cuarto además, el techo está a menos de medio metro de distancia; me quede observando hasta que arenilla del techo cayo en mi ojo.

—¡Mierda! —Me restregué con fuerza mi ojo derecho para intentar quitar la arenilla, eso solo hizo que la suciedad de mi mano también entrara a mi ojo—¡Me lleva la...

Al menos hay un orificio en el techo, luego de que mi ojo dejo arder tanto me puse a pensar en cómo haré una salida. Solo por curiosidad revise la habitación otra vez, para ver si encontraba algo para abrir el techo... no encontré nada.

Levanto mi mano, y está casi rozaba el techo, suspirando y dándome cuenta de que no hay otra opción, comienzo a golpear. Golpeo lo más fuerte y certero que puedo, mis pies me impulsan y mis nudillos sangran, arena cae en mi rostro y en todo mi cuerpo, haciendo que el polvo entre en mi sistema.

El sonido parecido a cuando algo se zafa, hace que me aleje, alumbro más de cerca el techo y veo como varios pedazos del techo se están saliendo. Di un último suspiro y haciendo acopio de toda mi fuerza vuelvo a golpear el techo, dejando que la gravedad haga su trabajo.

Siento mis manos temblorosas y sangrantes, pero no es el momento de sufrir, tengo que salir de aquí. Guardo mi teléfono en un costado de mi ropa interior, era el lugar más seguro para que no se me cayera. Alzo mis dos brazos y doy el salto más alto que puedo, me agarro a los bordes y subo con algo de dificultad.




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