¿Cuántas batallas libraste con el alma desnuda, creyendo que la vulnerabilidad era un error fatal? Yo también levanté muros altos e impenetrables, escondiendo mis grietas bajo un disfraz de metal.
Pero la armadura, mi valiente, pesa demasiado al final. Oxida los movimientos, entumece la capacidad de amar. Te protege de las heridas, sí, pero también te aísla, impidiendo que la luz entre y te pueda abrazar.
Un día, frente a la fragilidad de una flor recién nacida, comprendí que la verdadera fuerza reside en aceptar. En mostrar las cicatrices con orgullo silencioso, en permitir que el corazón vuelva a palpitar.
Despojé mi cuerpo de corazas imaginarias, aceptando la suavidad de mi piel, mi temblor natural. Descubrí que ser vulnerable no es sinónimo de debilidad, sino la llave maestra para conectar de verdad.