¿Te has sentido alguna vez navegando a la deriva, sin un mapa claro, sin un puerto al que llegar? Yo también perdí el norte en demasiadas tormentas, dejando que el viento ajeno mi rumbo pudiera cambiar.
Mi voz interior, esa sabia consejera silenciosa, quedó silenciada por el estruendo de la tempestad. Olvidé cómo escuchar susurros sutiles y certeros, anteponiendo el bullicio externo a mi propia verdad.
Pero en la calma que sigue a la borrasca inesperada, una pequeña aguja comenzó tímidamente a vibrar. Era la brújula olvidada, desempolvándose despacio, recordándome el camino que mi alma anhela transitar.
Volví a enfocar la mirada hacia adentro, con paciencia renovada, intentando descifrar su lenguaje ancestral y singular. Aprendí que las respuestas que realmente importan residen allí, en la sabiduría ancestral que mi propio ser sabe guardar.