¿Miraste alguna vez tus heridas con vergüenza, intentando esconder las marcas de tu batallar? Yo también quise borrar las pruebas de mis caídas, creyendo que el dolor solo venía a dañar.
Pero el tiempo, mi amor, tiene una magia sutil, transforma el sufrimiento en perlas de verdad. Cada cicatriz, lejos de ser un recordatorio triste, es un mapa que te cuenta dónde supiste amar.
Aprendí a honrar cada grieta, cada quemadura, como insignias de batallas que te hicieron avanzar. Son la prueba viviente de tu resiliencia pura, el eco silencioso de que supiste sanar.
Hoy, mis cicatrices no son algo que ocultar, son la historia viva que me enseña a valorar. Me recuerdan la fuerza que reside en mi interior, la alquimia divina que transforma el dolor en flor.