Mi Luna es Mayor & Difícil

11. Alguien Que Me Ve

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f754833617453724f7a706e4c38673d3d2d313534353834303039372e313834343136383038366366333063393233343435383738303438382e706e67

Johnny llevaba más de una hora frente al espejo.

Se había cambiado de ropa al menos cinco veces.

La cama parecía el campo de batalla de un desfile fallido, con camisas y pantalones apilados como bajas de guerra.

Y aún así… nada le gustaba.

—Mierda —murmuró, frustrado, mientras se desabrochaba otra camisa.

Quería verse bien, pero no demasiado bien.
No quería parecer que se estaba esforzando de más.

Solo quería que ella lo notara.

“Deja de hacer tanta miradera al espejo y vámonos ya a ver a nuestra mate… la extraño”, gruñó Salvatore, entre furia y súplica.

—Quiero que nos veamos bonitos para ella —susurró Johnny, acomodándose el cuello.

—¿Vas a modelar o a trabajar? —preguntó Rey desde la puerta, recostado con una ceja en alto.

Johnny lo miró y soltó un suspiro.

—Te ves bien. Tu madre ya hizo el desayuno —dijo su padre con un gesto de mano, instándolo a apurarse.

Pero al asomarse más, su expresión cambió por completo.

—Si tu madre ve ese desastre en la cama… se va a armar la tercera guerra —advirtió antes de desaparecer por el pasillo.

Johnny le echó un vistazo rápido a su cuarto, soltó otro suspiro y se dio una última mirada al espejo.
Luego salió.

Desayunó con sus padres como cada mañana y, después de despedirse, se subió a su motocicleta y arrancó a toda velocidad.

Una Indian Sport Chief Rt, roja como el fuego.
Su orgullo.

En el camino, solo podía pensar en ella.

“Hoy la conquistamos, sí o sí”, dijo Johnny, decidido.

“Pues claro… con el plan maestro que armamos anoche, va a caer rendidita a… ¿nuestra cama?”, respondió Salvatore con picardía.

Johnny sonrió.

La idea no le disgustaba.

“¿Viste su cuerpo?”

El lobo aulló dentro de él, entusiasmado.

“¡Tiene más nalgas que el Monte Everest! Y esas curvas… ¡Señor! Me voy a volver diabético con tanta masa”, exclamó Salvatore, excitado.

Johnny soltó una carcajada.
Las ocurrencias de su lobo no fallaban nunca.

Muchos lo tildaban de romántico empedernido… pero no sabían que gran parte de eso era culpa de Salvatore.

Su lobo era un pervertido sin remedio.
Y aunque, igual que Johnny, no tenía ni una pizca de experiencia amorosa, se había empeñado en estudiar todo sobre el amor y —más aún— sobre el sexo.

Decía que había que estar preparados.
Que no podían fallarle a su mate.
Que debían darle la mejor noche de su vida.

Johnny llegó al trabajo y, apenas puso un pie dentro, lo sintió.

Ese aroma.
Canela con un toque de vainilla.
Su cuerpo reaccionó antes que su mente.

“Me la quiero comer… esto es una tortura”, gimió Salvatore, entrando en bobilandia sin frenos.

—¡Buenos días, joven Johnny! —saludó con alegría Brian, el beta de la manada y padre de Adrián.

Johnny parpadeó, saliendo brevemente de su trance.

—Buenos días, Brian —respondió con cortesía, aunque su atención estaba muy lejos.

Tenía un solo objetivo: encontrar a la dueña de ese perfume que lo volvía loco.

Caminó por el recinto, saludando por compromiso, hasta que la vio.

Estaba acomodando un saco de arena mal puesto en una paleta.

Peleaba con él, intentando arrastrarlo sin mucho éxito.

Sin pensarlo dos veces, Johnny se acercó.

—Déjame ayudarte —dijo, ya con las manos sobre el saco.

El aroma lo envolvió como una droga suave y peligrosa.

Y cuando sus dedos rozaron los de ella, un chispazo recorrió su espina dorsal.

Se tensó.
Pero también sabía que si no movían bien ese saco, ella podía lastimarse.

Así que se concentró.

Catherine, en cambio, no pudo.
Sin que él lo notara, lo miró.
Sus ojos lo recorrieron con una mezcla de sorpresa, nerviosismo… y algo más.

Su corazón dio un vuelco y el aire le pesó en los pulmones.

—Ya está —dijo Johnny, sacudiéndose las manos como si acabara de salvar el mundo.

Ella tardó un par de segundos en reaccionar.

—Muchas gracias, Johnny —respondió con formalidad, intentando sonar indiferente.

Johnny sonrió, orgulloso.
Se sintió pleno.
Había ayudado a su mate.

Y no pensaba permitir que ella pasara más trabajo del necesario.

Para eso estaba él allí.

Su macho.

—Pero pude haberlo hecho sola —añadió Catherine, subiendo al montacargas.

Lo encendió y se alejó sin mirar atrás.

Johnny se quedó en blanco.

“Justo en las pelotas… esa es mi chica”, soltó Salvatore, entre risa y admiración.

—¿Sabes que nos acaba de rechazar a los dos? —murmuró Johnny, molesto y todavía incrédulo.

“Si yo estuviera al mando, la habría acorralado contra esos sacos y la habría llevado al cosmos y más allá… El maldito cannabis se queda corto con lo que le haría”, bufó Salvatore, frustrado.

Johnny se rió por dentro, a pesar del golpe a su ego.

Pero no pensaba rendirse tan fácilmente.

La volvió a mirar.

Catherine estaba esperando la siguiente paleta de carga, con la mirada perdida en algún punto inexistente.

Tan ensimismada estaba, que no notó cuando Johnny se acercó como un lobo al acecho.

Se detuvo justo detrás de ella y, bajando la voz, le susurró al oído:
—Eres como mi tarea de matemáticas… no te entiendo, pero me obsesionas.

Catherine se giró en estado de shock… y luego estalló en risas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.