Mi Luna es Mayor & Difícil

22. Te Quiero, Pero No Puedo

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La manada estaba en caos.
No un caos de guerra.
No un caos de sangre.

Un caos de amor no correspondido y mujeres humanas que huyen con camionetas temperamentales.

—¡Nivel de emergencia ocho! ¡Repito, nivel ocho! —gritó Adrián desde el techo de la mansión, con un megáfono que claramente no tenía permiso de usar.

—¿Desde cuándo tenemos niveles de emergencia? —preguntó Elan, bajando unas escaleras con un mapa del pueblo dibujado en una servilleta.

—Desde ahora, Einstein emocional. ¡Se perdió la mate del Alfa! ¡Hay que actuar! ¡Hay que correr! ¡Hay que... hacer algo épico! —exclamó Adrián, con ojos de novela coreana y voz de telenovela latina.

—¿Y si solo fue a dar una vuelta? —preguntó Kai, desde la cocina, abrazando un termo de manzanilla con cara de trauma—. Tal vez necesitaba aire… o espacio… o paz… o no sé, terapia.

—¡Yo también necesitaría espacio si me gritan que soy "la elegida" frente a unas vigas asesinas! —comentó Miriam desde el fondo, sorbiendo algo que seguramente no era té, con expresión neutral y pelo en moño caótico.

Roxana se paseaba como una tormenta con labios pintados.

—¡Si algo le pasa a mi amiga juro por el espíritu de la pestañina que nadie en esta manada vuelve a dormir sin rímel corrido! —gritó, apuntando con su teléfono como si fuera una espada.

Rey, el alfa mayor, se cruzó de brazos.

Su voz, seca y firme como siempre:

—No descansaremos hasta encontrarla. Pero antes, alguien me explica por qué mi hijo gritó “mi mate” en medio de la obra como si estuviera declarando guerra santa.

—¡Mi boca me traicionó! ¡Fue mi boca! ¡Fue el amor! ¡Fue Salvatore! —gritó Johnny, despeinado, descompuesto y con la camisa al revés.

“¡Fue el destino, Alfa! ¡La emoción nos destruyó el filtro mental!” chilló Salvatore desde dentro, a punto de escribirle un poema de perdón al universo.

—¡Lo único que recuerdo es que me gritaba como una bestia! —añadió Elan, levantando una mano tímidamente—. Estaba en modo apocalipsis romántico.

—Y ahora nuestra Catherine está por ahí, rodando por el desierto como alma en pena —dijo Mabel, la madre de Johnny, con voz suave, dramática y perfectamente calibrada para el melodrama.

—¿No es humana? ¿Tiene GPS? ¿AirTag? ¿Una colita de aroma? ¡Algo! —preguntó Brian, el beta de la manada y padre de Adrián, abriendo todas las aplicaciones del mapa al mismo tiempo.

Hasta Lucas, el cajero de Tres Tacos Cruzados, apareció con un burrito en mano y cara de trauma.

—¿Alguien revisó los basureros? A veces yo me escondo ahí cuando no quiero hablar con mi ex.

—¡Lucas, tú no ayudas! —gritaron tres voces al mismo tiempo.

Tonya, apareció elegante e intimidante.

—Yo no la contraté —dijo sin emoción—. Pero si le pasa algo… le dejo mi puesto. Nadie que sobrevive a este pueblo se va sin cicatrices.

Niel, el policía amable, llegó agitado en su patrulla.

—Revisé las salidas del pueblo. Nada. Pero me prometí que si la encuentro, la invito un café. Aunque me lo rechace con la misma dignidad que siempre.

Roxana resopló, con las manos en la cintura.

—¡No vamos a parar hasta que aparezca! ¡Y si hay que aullar, pues aúllen, perros desalmados!

Y entonces, como en una escena coral digna de película, todos se pusieron en marcha.

Johnny subió a su moto.

Elan se montó en su bici eléctrica con una antena de radio.

Kai cargó una linterna, una manta y tres barritas energéticas "por si la encuentra triste".

Mabel agarró el volante del jeep familiar con expresión de madre loba en modo rescate de telenovela.

Y Salvatore rugió:

“¡A la caza del amor, Alfa! ¡Que el viento huela a vainilla y el destino tiemble!”

***

Por otro lado…
Catherine andaba sin rumbo.
No por los caminos.
Sino por su mente.

La carretera se estiraba como una línea sin sentido bajo las ruedas de su camioneta, mientras su cerebro reproducía el mismo pensamiento en bucle:

“Mi mate.”

Dos palabras.

Dos palabras que le explotaron en el pecho como si alguien hubiera lanzado dinamita emocional dentro de ella.

Y ni siquiera una bonita.

De esa que viene envuelta en lazo rojo y música de fondo.

No.

Fue como una explosión interna que sacudió todo lo que creía tener bajo control.

—No… no, no, no… —murmuró, aferrada al volante con los nudillos blancos—. Esto se salió de control. Esto ya no es un crush adolescente con abdominales. ¡Esto es… esto es gravedad emocional con colmillos!

Hasta ese instante, Catherine había querido creer que Johnny estaba encaprichado.

Una fantasía.
Un enamoramiento de verano con sabor a aventura.

Algo bonito. Tierno. Inmaduro.
Algo que pasaría.

Pero no.
Escucharlo decirlo.
Esa palabra.

“Mate.”

Le había tirado de un solo golpe toda su estructura mental.

Como si alguien le arrancara la alfombra bajo los pies… y también el suelo debajo de la alfombra.

Porque en ese momento… lo supo.

Él iba en serio.

Él no estaba jugando a enamorarse.
Él no estaba divirtiéndose con una historia romántica de paso.
Él la había elegido.

De verdad. Para siempre.

Y eso fue demasiado.
Demasiado real.
Demasiado profundo.
Demasiado para una mujer que todavía no sabía si estaba entera.




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