Caminaban de la mano.
Sin prisa.
Sin rumbo.
Solo caminaban.
Catherine sentía los dedos de Johnny entrelazados con los suyos como un ancla dulce, una promesa muda.
Y Johnny… bueno, Johnny tenía cara de idiota enamorado.
Y le quedaba tan bien, que daba ganas de besarlo o pegarle. Aún no estaba claro cuál de las dos.
—¿Entonces sueles venir aquí? —preguntó Catherine cuando el paisaje se volvió más rocoso, con el aire seco y puro de las Montañas Superstición colándose en sus pulmones.
—Sí —respondió Johnny, sonriendo—. Con mis amigos. A escondidas. Fumábamos cannabis barato, contábamos historias de miedo, y una vez Elan se tragó un insecto creyendo que era un arándano.
—¿Un insecto? —Catherine abrió los ojos.
—Era redondo. Y se movía. Eso debió ser pista suficiente —rió él.
Ella rió también.
Ligero. Real.
Hacía mucho que no se sentía así.
Liviana.
Salvatore murmuró con orgullo desde el fondo mental de Johnny:
“Vamos bien, Alfa. Muy bien. Tiene la risa suelta. El corazón medio abierto. Solo falta el beso, el título oficial y, si no es mucho pedir, una mordida con promesa de luna de miel.”
Johnny se aclaró la garganta en voz alta.
—¿Sabes qué es raro?
—¿Qué?
—Estar contigo aquí. En el mismo lugar donde una vez pensé que me quedaría solo para siempre… con mi cannabis barato y mi drama existencial.
Catherine lo miró de reojo.
—¿Ah sí? ¿Y ahora?
Johnny se encogió de hombros, mirando al horizonte.
—Ahora tengo la vista más hermosa que jamás imaginé. Y no hablo del paisaje.
Ella rodó los ojos. Pero sonrió.
Ese tipo de frases no deberían afectarla.
Y sin embargo, ahí estaba su corazón…
bailando en cumbia emocional.
Se sentaron en una gran roca plana con vista al amanecer que ya se colaba.
El cielo era una acuarela.
El viento, suave.
Las manos, aún entrelazadas.
Salvatore murmuró:
“Este es el momento. Tírate al vacío. Di las palabras. Hazte hombre. O al menos, adolescente en serio.”
Johnny tragó saliva.
Se giró hacia ella.
—Catherine…
—¿Sí?
—¿Quieres ser mi novia?
Catherine se quedó en silencio.
Parpadeó.
Una vez.
Dos veces.
Y entonces…
el mundo se detuvo.
Su corazón no supo si explotar de ternura o de pánico.
Una parte de ella —la que se derretía cada vez que él la miraba como si fuera lo único que valía la pena ver— quería decir que sí sin pensar.
Pero la otra parte —la que pagaba impuestos y ya tenía que usar crema antiarrugas— entró en shock.
“¿Su novia?”
¿Novia?
¿Estaba en la secundaria otra vez?
¿Faltaba que le entregara una notita doblada en forma de corazón con las opciones “sí”, “no” y “tal vez”?
Se quedó muda.
Congelada.
Johnny, mientras tanto, abrió la boca.
La cerró.
La volvió a abrir.
Y soltó un ruidito de desesperación que parecía de hámster ansioso con déficit de ternura.
Salvatore gritó desde su cabeza:
“¡NO ESTÁ EN EL GUIÓN, ALFA! ¡ESTO NO ESTABA EN EL GUIÓN!”
—¿Y… si digo que no? —preguntó ella finalmente, con una sonrisa tensa que no llegaba a los ojos.
Johnny se tensó, como si acabaran de patearle el corazón.
Pero se obligó a tragar su reacción.
—Entonces… me voy a casa, me encierro en la ducha, y escucho música triste mientras le grito a mi shampoo.
Catherine soltó una pequeña risa, aunque aún estaba atrapada en la tormenta de emociones.
—No es que no quiera… —murmuró—. Es que esto es muy real. Muy serio. Johnny, yo tengo treinta años. Esto... esto me hace sentir como si estuviera en la secundaria aceptando al chico lindo del curso. Y no puedo... no puedo ser esa mujer. No ahora.
Johnny asintió, lento.
Catherine bajó la mirada.
El viento les pasó por los costados, como si la montaña también contuviera el aliento.
—Solo… solo espera a cumplir los dieciocho —dijo al fin, casi en un susurro—. Sé que ya casi, sé que faltan semanas… pero necesito que al menos ese día llegue. Que sepa que estoy diciendo que sí a un hombre, no a un niño.
Johnny la miró.
Serio.
Y luego… sonrió.
Una sonrisa suave. Comprensiva.
—Está bien.
Catherine levantó la vista, sorprendida.
—¿De verdad?
—Sí. Me vale la pena esperar —dijo, y luego añadió con esa media sonrisa suya—. Aunque aviso que en cuanto llegue mi cumpleaños, voy a ponerte una canción de amor ridícula y pedirte que seas mi novia mientras sostengo un pastel. Desnudo si es necesario.
Salvatore chilló emocionado:
“¡CON PASTEL, ALFA! ¡CON PASTEL! ¡Y CONFETI!”
Catherine rió.
Con los ojos esta vez.
Y Johnny también.
El aire entre ellos volvió a llenarse de calor.
Pero ahora era distinto.
Más maduro.
Más sincero.
Y cuando sus miradas se encontraron otra vez…
ya no hacía falta hablar.
Johnny se acercó.
Despacito.
Sin prisa.
Y sin pensarlo, Johnny la besó.
Ya no fue un roce tímido.
Ni un impulso torpe.
Fue fuego.
Fuego contenido por semanas,
cargado de todos los “no puedo”,
de todos los “esto está mal”,
de todas las negaciones que se evaporaron en ese instante.
Sus labios encontraron los de ella con la urgencia de quien por fin respira después de estar bajo el agua.
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Editado: 12.07.2025