El aula estaba sumida en un silencio expectante, roto solo por el murmullo de algunos compañeros que charlaban entre ellos mientras esperábamos al profesor. El sonido de lápices golpeando la mesa, hojas moviéndose y algunas risas dispersas flotaban en el aire, pero para mí todo eso se sentía lejano, insignificante.
Yo solo permanecía en mi lugar, con la cabeza apoyada en mi mano y el codo descansando sobre la mesa de dos plazas. Mis ojos estaban cerrados, no por cansancio real, sino por falta de interés. No me molesté en abrirlos cuando escuché la puerta abrirse y cerrarse. Sabía que era el profesor, pero la idea de otra monótona clase más no me resultaba lo suficientemente atractiva como para salir de mi pereza.
El aula nunca había sido un lugar de confort para mí. A diferencia de los demás, que parecían encontrar en sus grupos de amigos una especie de refugio, yo prefería la soledad. No era antisocial, pero sí selectiva. Mi mesa, que alguna vez compartí con un compañero, ahora estaba permanentemente desocupada a mi lado. No me importaba. No necesitaba a nadie allí.
-Hoy tenemos un alumno nuevo -anunció el profesor, su voz firme pero carente de emoción-. Es un traslado...
No le presté atención. ¿Por qué habría de hacerlo? Era solo otro estudiante más, alguien que probablemente encontraría su lugar en algún rincón del aula y se convertiría en un ruido de fondo en mi vida.
O al menos, eso pensé.
En ese instante, algo cambió.
Un aroma desconocido se filtró en el aire, un olor tan embriagador que me golpeó de lleno, forzándome a inhalar profundamente. Era imposible de describir, pero se sentía denso, envolvente... peligroso. Como si cada partícula de ese aroma estuviera diseñada para infiltrarse en mis sentidos y nublar mi juicio.
Mi pecho se comprimió.
Cada segundo que pasaba, la sensación se intensificaba, como si la fragancia se extendiera en mi interior, tocando partes de mí que hasta ahora habían estado dormidas. Mi cuerpo se tensó instintivamente, y mi respiración se volvió errática. ¿Qué demonios era esto?
Entonces la puerta volvió a abrirse.
Y lo vi.
El mundo pareció detenerse.
Un chico cruzó el umbral con una tranquilidad imposible, como si el tiempo se moviera distinto a su alrededor. Era alto, con el cabello levemente despeinado en un tono rubio claro que reflejaba la luz que entraba por las ventanas. Sus ojos eran verdes, de un tono profundo y absorbente, como un bosque bajo la lluvia. Su piel tenía un brillo sutil, como si estuviera hecho de algo más que solo carne y hueso.
Su ropa era sencilla pero impecable: un pantalón negro, una camisa de manga larga blanca y unos tenis del mismo color. Cada parte de su apariencia parecía encajar en una estética cuidadosamente pulida, como si hubiera sido diseñado para destacar sin siquiera intentarlo.
Y sin embargo, nada de eso explicaba lo que sentía en mi interior.
Mi corazón latió con fuerza.
Era una sensación primitiva, como si mi cuerpo reconociera algo que mi mente aún no comprendía. Algo en él me atraía de una forma irracional, violenta. Era un tirón, una necesidad creciente de acercarme, de tocarlo, de respirar más de ese aroma que me envolvía como un hechizo.
¿Qué estaba pasándome?
Sin darme cuenta, mis labios se curvaron en una sonrisa, y un calor incontrolable subió a mis mejillas. Me sentí completamente fuera de mí. No era normal. No era lógico.
El chico recorrió el aula con la mirada, buscando un asiento.
-Preséntese -dijo el profesor, su voz perforando el aire y trayéndome de vuelta a la realidad.
En ese momento, los ojos del chico se encontraron con los míos.
El tiempo se quebró.
Su mirada era un abismo en el que caí sin resistencia. No había escapatoria.
Mi respiración se detuvo por un instante, y el mundo entero desapareció. No había aula, no había compañeros, no había profesor. Solo sus ojos y los míos, una conexión invisible que me envolvía sin explicación.
Algo en su expresión cambió levemente, como si también sintiera algo que no entendía.
Y entonces, la voz del profesor nos arrancó de ese trance.
Mis pulmones se llenaron de aire de golpe, como si hubiese estado conteniendo la respiración todo este tiempo. Rápidamente llevé mis manos a mi rostro y suspiré, tratando de recuperar la compostura. ¿Qué demonios acababa de pasar?
Cuando bajé las manos, mi expresión ya no mostraba emoción alguna. Fría, distante. Como siempre.
Él frunció levemente el ceño, como si mi cambio lo desconcertara. Pero no apartó la mirada mientras hablaba.
-Mi nombre es Dereck Rillis -su voz era profunda, pero no agresiva. Tenía un acento extraño, un matiz que me resultaba imposible de ubicar. Y sin embargo, cada palabra que pronunciaba se grababa en mí como un eco persistente-. Tengo 18 años y estaré aquí por un tiempo...
Hubo un pequeño silencio antes de que apartara la mirada.
El profesor asintió, echando un vistazo al aula en busca de un asiento. Lo supe antes de que lo dijera.
-Siéntese allá -ordenó, señalando el único lugar vacío. Junto a mí.
Un latido fuerte golpeó mi pecho.
No.
No podía estar tan cerca.
-Está bien -dijo Dereck con tranquilidad.
Lo vi acercarse, y con cada paso que daba, el aire a mi alrededor se volvía más denso. Mi cuerpo reaccionó antes de que pudiera detenerlo.
Me puse de pie de golpe.
La silla cayó al suelo con un estruendo, llamando la atención de todos en el salón. Pero no me importó.
-Me niego a compartir asiento con él -declaré, mi voz firme, fría.
El profesor me dirigió una mirada afilada.
-No le he preguntado. Siéntese y deje que dé mi clase.
Apreté los puños, mis nudillos volviéndose blancos sobre la mesa. Su presencia era un problema. Su cercanía era un problema.
-No. A la mierda, ya dije que no compartiré asiento con él.
#8448 en Fantasía
#3083 en Personajes sobrenaturales
recuerdos de un pasado doloroso, magia amor mitos, lobos luna azul y roja
Editado: 26.04.2025