Mi Luna Roja ( Mas Que Simples Mitos )

02 - Carolina

El aula estaba en completo silencio. Lo único que se escuchaba era el eco de la voz del profesor resonando en mis oídos, cada palabra suya cargada de autoridad y molestia. Pero a mí me importaba poco su autoridad en este momento. Sentía todas las miradas clavadas en mí, expectantes, curiosas, algunas burlonas, otras juzgándome con descaro. Odiaba que me miraran así. Odiaba sentirme como si fuera algún tipo de espectáculo para los demás.

Mi paciencia se agotó.

Me levanté de golpe, empujando la silla hacia atrás con el pie.

-¿Quién de todas las zorras que están aquí quiere sentarse con el chico? -solté, elevando la voz sin importarme que todo el mundo me escuchara.

El murmullo creció. Vi algunas sonrisas disimuladas, algunas caras de sorpresa y otras de indignación. Pero no me importaba. Estaba harta. La tensión en el ambiente me asfixiaba, y lo peor era que ni siquiera entendía por qué estaba reaccionando así.

El golpe del profesor contra el escritorio me sacó de mis pensamientos.

-¡Señorita, tome asiento ahora mismo o se va a dirección! -gritó, y su rostro enrojecido de furia parecía a punto de explotar.

Podía sentir su rabia, pero la mía no era menor. No quería sentarme ahí. No quería estar cerca de ese chico, y mucho menos soportar esa extraña sensación que me producía. Algo en él me inquietaba demasiado, y eso me hacía sentir débil. Yo no era débil. No podía permitirlo.

Empujé la silla con el pie y di un paso hacia la puerta, dispuesta a largarme de ahí. No me importaba el castigo, no me importaba la reprimenda, lo único que quería era salir de ese maldito salón y alejarme de todo esto.

Pero entonces, de la nada, sentí una mano sujetando mi brazo.

Mi cuerpo entero se tensó.

Un escalofrío me recorrió desde la punta de los dedos hasta la base de la nuca. Pero no era un escalofrío normal. Era algo más fuerte, más intenso, más invasivo. Era como si algo dentro de mí se encendiera de golpe, como si mi propia piel reaccionara al contacto de su mano.

Un latido fuerte, violento, resonó en mi pecho.

Me giré de inmediato, con la respiración agitada y la mandíbula apretada.

Era él.

Sus dedos rodeaban mi brazo con firmeza, pero sin apretar demasiado. Su tacto ardía contra mi piel, como si me estuviera quemando sin dejar marca.

-Suéltame -gruñí, odiando la manera en que mi corazón latía descontrolado.

Antes de que pudiera soltarme por mi cuenta, una voz que detestaba habló:

-Yo me sentaré ahí. -Era Cloe, la persona que menos soportaba en este maldito instituto. Se apresuró a recoger sus cosas con una sonrisa petulante-. Tú puedes usar mi lugar.

¿En serio? ¿Creía que le iba a agradecer su "sacrificio"?

-Claro -murmuré con frialdad, jalando mi brazo con fuerza.

Él me soltó de inmediato. La sensación de su tacto desapareció, pero mi piel seguía hormigueando.

El profesor no tardó en intervenir.

-No -espetó con voz firme-. ¡Regresen a sus asientos todos, ahora!

Cerré los puños con frustración.

-No lo haré -solté con dureza.

Si Cloe quería sentarse con él, adelante. Me hacía un favor.

-Tu zorra siéntate aquí y yo iré allá -añadí, mirándola con desprecio-. Tal vez no me dé sarna por usar tu silla.

Algunos de los compañeros ahogaron risas.

Cloe puso los ojos en blanco y avanzó hasta quedar frente a mí con sus cosas en las manos.

-Sí, sí, ya dame el asiento.

Iba a moverme, cuando nuevamente sentí su mano aferrándose a mi brazo.

La sensación volvió a golpearme como un rayo.

Era aún más intensa que antes.

Era como si todo mi cuerpo reaccionara a su contacto sin mi permiso.

Mi corazón empezó a latir de manera caótica, descontrolada, como si intentara salirse de mi pecho.

-Quédate -susurró él, su voz ronca y áspera vibrando en mis oídos.

El calor me subió al rostro de inmediato.

No.

No.

No podía ser posible que esto me estuviera afectando.

No podía reaccionar así solo porque este idiota me tocara el brazo. Era ridículo. No tenía sentido.

Necesitaba librarme de esto.

La voz de Cloe me sacó de mis pensamientos.

-¿Me das lugar o qué? -dijo con fastidio.

Mi enojo se desbordó.

Con un movimiento rápido, jalé mi brazo y, sin pensarlo dos veces, le di un golpe en la mejilla.

El sonido de la bofetada resonó en todo el salón.

Un murmullo de sorpresa recorrió el aula. Algunos compañeros jadearon, otros se quedaron completamente en shock.

Él me miró con una mezcla de sorpresa e incredulidad.

-Me vuelves a tocar y te rompo la cara, ¿entiendes, imbécil? -gruñí, sintiendo mi rostro arder de rabia.

Pero lo que más me molestaba no era la situación en sí.

Era yo.

Era mi cuerpo reaccionando de esa manera tan estúpida.

Era la forma en que mi corazón seguía latiendo acelerado sin que pudiera controlarlo.

Era la maldita sensación de que este chico tenía algo que me afectaba de una manera que no entendía y que no quería entender.

El profesor explotó.

-¡Señorita, tome asiento en su mismo lugar ahora mismo o la mando a dirección y pido su expulsión por dos meses!

Estuve a punto de mandarlo todo al diablo.

Pero entonces lo recordé.

Los exámenes finales eran en una semana. No podía perderlos.

Cerré los ojos con frustración y respiré hondo, tratando de calmarme.

-¿Qué puedo hacer para que no me expulsen? -pregunté entre dientes, sintiendo que mi orgullo se hacía pedazos con cada palabra.

El profesor me miró con dureza.

-Se sienta en su lugar, se disculpa con su compañero y le muestra el instituto en el almuerzo como compensación.

Mi ojo tembló.

Me dolía más la humillación que la posibilidad de ser expulsada.

Pero no tenía opción.

-Bien -respondí, forzando las palabras.

Me agaché, levanté la silla con el pie y me senté de golpe, cruzando los brazos.




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