Había buscado a mi mate por todos lados.
Europa, China, Australia, México... No había rincón del mundo al que no hubiera ido en su búsqueda. Pero seguía sin hallarla. La ausencia me carcomía por dentro.
Cada vez que alguien encontraba a su mate en la manada, un vacío inexplicable me golpeaba en el pecho. Yo también merecía encontrarla. La Diosa Luna me la debía. Night Moon necesitaba una Luna, y yo la necesitaba a ella.
Sumido en mis pensamientos, apenas reaccioné al sonido de la puerta tocando con firmeza.
-Pasa -dije con voz alta y autoritaria.
La puerta se abrió, y Ian entró. Mi delta. Uno de mis hombres más leales, pero también de los pocos que se atrevían a cuestionarme.
-¿Irás a otro lado a buscarla? -preguntó con cautela mientras cerraba la puerta tras él.
-Por supuesto. Tengo que encontrarla. La Diosa Luna me la tiene que dar. Night Moon será más fuerte con su Luna.
Recogí algunos papeles de mi escritorio, aún pensando en mi próximo destino. ¿Dónde más podía buscar? ¿En qué maldito lugar estaría ella?
Ian suspiró y se acercó.
-¿Y si aún no ha nacido? -su voz fue cuidadosa, pero sus palabras me hirieron como una daga-. Recuerda que a veces nuestros mates son de otras especies y...
Golpeé el escritorio con el puño, interrumpiéndolo de inmediato.
El sonido retumbó en la oficina.
Ian se sobresaltó.
-Cállate -gruñí, alzando la vista y mirándolo con frialdad-. Sabes que eso no me detendrá.
Respiré hondo, tratando de calmar el fuego dentro de mí.
-Además... no me cuesta nada tener la esperanza de que la encontraré pronto. No me importa qué raza sea. La amaré como a nadie en este maldito mundo. La trataré como a una maldita reina.
Mis palabras salieron con una firmeza absoluta, porque eran la verdad. No importaba si era humana, vampira o una híbrida desconocida. Era mía. Y cuando la encontrara, la protegería con mi vida.
Ian desvió la mirada, incómodo.
-L-Lo siento, Dereck. Mi intención no era hacerte sentir mal o molestarte -dijo, con un leve temblor en la voz.
Me levanté, caminando hacia la puerta. Al pasar a su lado, me detuve un instante.
-Tranquilo. Solo cúbranme por lo menos uno o dos meses.
Y sin más, abrí la puerta y salí del despacho, dejándolo solo.
Mi búsqueda aún no terminaba.
Y no me detendría hasta encontrarla.
(...)
La tenue luz del amanecer se filtraba por el balcón de mi habitación, rompiendo con el dominio de los colores oscuros que me rodeaban. Sombras alargadas danzaban en las paredes, proyectadas por los muebles de madera oscura y las gruesas cortinas que aún colgaban a los lados.
Me incorporé de la cama con pesadez. El aire matutino era fresco, pero no lo suficiente para hacerme temblar. Con pasos firmes, me dirigí al baño.
El espejo me devolvió la imagen de un rostro endurecido por el tiempo, con ojeras marcadas y una expresión imperturbable. Me quité la ropa y me metí en la ducha, dejando que el agua caliente recorriera mi piel y relajara mis músculos tensos.
Veinte minutos después, salí con el cabello húmedo, las gotas resbalando por mi espalda. Me envolví en una toalla y caminé hasta el armario.
Era un espacio amplio, casi tan grande como el baño, con estantes organizados por colores y estilos. Cada prenda tenía su lugar, reflejando años de costumbre y disciplina. Pero lo que más destacaba en el armario no era mi ropa, sino el área vacía en un rincón.
El lugar donde algún día estaría la ropa de mi mate.
Solía imaginarlo lleno. Solía creer que su aroma impregnaría este espacio, que vería sus prendas colgadas junto a las mías, entrelazando nuestras vidas. Pero la esperanza se desvaneció con el tiempo.
Casi cien años... Y nada.
Desde que me convertí en alfa a los dieciséis, he llevado el peso de la manada sobre mis hombros, esperando el momento en que la Diosa Luna me concediera mi otra mitad. Pero nunca ha habido señales, ni rastros de su existencia.
Me incliné sobre uno de los cajones y saqué ropa limpia, intentando ahogar la frustración que se instalaba en mi pecho.
Tal vez, simplemente... ella no existía para mí.
Me dirijo a la sala con pasos firmes, arrastrando la maleta tras de mí. El eco de mis pisadas resuena en la madera pulida del suelo. No necesito llamar a Ian, mi beta, porque cuando aparece en la puerta y me ve con el equipaje, su reacción lo dice todo.
Suspira con pesadez, como si ya estuviera cansado de esta rutina, y rueda los ojos antes de cruzar los brazos sobre su pecho.
-¿Otra vez? -pregunta con un deje de resignación.
-Voy a salir. Si ocurre algo, me llamas -respondo sin rodeos.
Ian no discute, simplemente asiente con la cabeza. No hay necesidad de explicaciones, ya ha pasado esto demasiadas veces.
Cruzo la puerta principal sin mirar atrás. Afuera, el aire es fresco, pero no me detengo a apreciarlo. Abro el maletero del auto, dejo caer la maleta dentro y lo cierro con un golpe seco. Luego, me dirijo al asiento del conductor y entro, dejando escapar un suspiro mientras paso una mano por mi cabello.
-¿Crees que la hallaremos?
La voz grave de mi lobo, Brath, resuena en mi mente.
Me quedo en silencio por un momento, con las manos en el volante. La misma pregunta, la misma incertidumbre de siempre.
-Eso espero... Siento que pronto perderé la esperanza.
Es la verdad. He pasado casi un siglo buscándola. Recorriendo el mundo, enfrentando el vacío de cada viaje. Cuanto más tiempo pasa, más temo que mi destino sea estar solo.
Cierro el link con Brath antes de que pueda responder. No quiero escuchar palabras de consuelo ahora.
Tomo aire, enciendo el auto y arranco. El rugido del motor rompe el silencio de la madrugada mientras me dirijo hacia el aeropuerto de la manada, otra vez persiguiendo un sueño que parece alejarse con cada kilómetro que recorro.
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Editado: 26.04.2025