Toda la maldita clase estuve junto a él, como si su presencia no me dejara respirar. El maldito aroma que desprendía era tan... abrumador. Cada vez que inhalaba, me invadía una sensación extraña que no sabía cómo describir, pero que lograba desconcentrarme por completo. Mi mente, que por lo general se mantenía alerta, se desvanecía en la nube de su fragancia, confundida y embriagada. ¿Cómo podía algo tan simple, tan básico como el olor de una persona, tener tal poder sobre mí? Me exasperaba pensar en ello. Sentía que no podía controlarlo, como si su presencia fuera algo que se colaba bajo mi piel, como si me metiera en las venas y me impregnara el cerebro. El aire alrededor de él se volvía más espeso, más denso, como si el mismo espacio en el aula hubiera cambiado de alguna manera, como si él y su olor ocuparan más espacio del que deberían.
Cada vez que giraba un poco hacia él, el aire se hacía pesado, como si quisiera envolverme y no dejarme escapar. Pero no podía. Tenía que resistir. No podía mostrar debilidad. No podía dejar que él me afectara así. Todo en mí, todo mi ser, me gritaba que debía mantenerme firme, que no podía ser vulnerable frente a él. No importaba cuán raro fuera lo que sentía, ni lo incómodo que me resultara ese aroma que me arrastraba. No, no podía dejarme llevar por algo tan trivial como un olor. Pero ahí estaba, mi cuerpo traicionándome, mi mente nublada y mi voluntad rota, mientras él seguía ahí, en mi espacio, tan cerca que casi podía sentir la electricidad en el aire.
Cuando finalmente el timbre sonó, fue como si mi cuerpo se liberara de una prisión invisible. Me levanté de la silla con tanta rapidez que casi la volqué, mi piel ardiendo de incomodidad. Rápidamente comencé a meter todo en mi bolso, intentando acelerar el proceso, como si de alguna manera pudiera escapar de esa atmósfera que me asfixiaba. No podía soportarlo más. Tenía que salir de allí. Tenía que alejarme de él. Sentía que si me quedaba un minuto más, mi cabeza explotaría.
-Te espero en el bebedero que está en frente de segundo año B. Si no llegas en cinco minutos, no te mostraré nada -dije, con un tono cortante, intentando que no se notara cuánto me perturbaba su cercanía. ¿Por qué había tenido que pedirle eso? ¿Por qué no simplemente me había ido sin más? Pero no, me quedé. Le dije eso. Le di una oportunidad para seguirme. Estaba perdiendo el control, y no podía permitírmelo.
Lo miré de reojo mientras me dirigía hacia la puerta. El pobre parecía confundido, pero no me importaba. ¿Por qué iba a importarme su confusión? Lo que realmente quería era que se quedara atrás, que no me siguiera, que su presencia desapareciera de una vez por todas. Pero sabía que eso no sucedería, que él estaría allí, siguiéndome como si mi enojo no le afectara. No me podía quitar de la cabeza la idea de que él no se apartaría tan fácilmente, y eso me frustraba aún más.
Salí del salón lo más rápido que pude, esperando que se retrasara, que no llegara a tiempo. Pero, en cuanto llegué al pasillo, un maldito escalofrío recorrió mi espalda. Ese mismo aroma, tan penetrante, tan... masculino, volvió a envolverme. Era como si la misma esencia de él se hubiera infiltrado en cada rincón del lugar, como si cada paso que daba hacia la salida lo arrastrara más cerca de mí.
Me sentí atrapada. Molesta. Furiosa. Mi brazo fue el primero en reaccionar, golpeando la pared con fuerza. El dolor que sentí en mis nudillos fue inmediato, pero fue un alivio para mi mente. Sangre. Rojo. Lo veía como una salida para liberar todo lo que llevaba dentro. Mi cuerpo reaccionaba al dolor, se centraba en el latido que corría a través de mis venas, el dolor punzante de mis dedos, algo tangible, algo que podía controlar. Sí, sabía que había sido estúpido, pero no me importaba. El dolor físico era mucho más soportable que lo que sentía internamente. Lo que estaba pasando dentro de mí no podía ser controlado. La confusión, la ansiedad, todo lo que él provocaba, todo eso que no entendía. Mientras veía la sangre salir de mis dedos, sentí una especie de calma inquietante, una especie de alivio momentáneo que me hacía pensar que al menos tenía algo en mis manos, algo que me devolvía un poco de control.
Pero no me dio tiempo de procesarlo. Él estaba allí, corriendo hacia mí, su rostro lleno de una preocupación que me molestaba más que cualquier otra cosa. Su presencia de nuevo, era como una sombra sobre mi espacio personal. ¿Por qué me seguía? ¿Por qué no me dejaba en paz? ¿Acaso pensaba que podía salvarme? Eso era lo que me molestaba más, esa necesidad de salvarme, como si yo fuera una persona que necesitara su ayuda. Yo no necesitaba a nadie. Y mucho menos a él.
-¿Estás bien? -su voz, suave, clara, llena de una preocupación que no pedí, me atravesó, como si tratara de salvarme de algo que ni yo misma entendía.
Me irritó aún más. ¿Por qué se preocupaba por mí? ¿Por qué? ¿Acaso pensaba que porque había mostrado un mínimo de amabilidad, íbamos a ser amigos? ¿Íbamos a ser algo más? No lo entendía, no lo aceptaba. No quería que me mirara con esos ojos llenos de compasión. No quería nada de él. No me interesaba su amabilidad. Solo quería que se fuera, que desapareciera.
-¿Por qué te preocupas? Estoy bien -respondí, intentando mantener la voz fría, dura, lo más distante posible. Pero aún me quedaba un nudo en la garganta, una parte de mí que no podía controlar. -Y no esperes que sea tu amiga. Si por eso eres amable, olvídalo. Solo te mostraré el lugar y luego te dejo -dije con un tono que ni yo misma podía entender, tan indiferente, tan cortante. Pero lo sentía. Lo necesitaba. Estaba tan harta de todo eso, de él, de sus olores, de sus miradas, de su cercanía que no había lugar para más.
Me sorprendí a mí misma con lo que acababa de decir. ¿Qué mierda acababa de soltar? ¿Quién hablaba de esa forma? ¿Qué me estaba pasando? Me estaba volviendo loca. No podía creer que acabara de mencionar el maldito "aroma". ¿Qué pensaría él de mí? ¿Qué pensaría el resto de la gente si escuchaba lo que acababa de decir? Probablemente pensaría que estaba completamente fuera de mí. Y lo estaba. No había duda. Ya no podía seguir con esa fachada. Me estaba derrumbando por dentro, aunque lo intentaba mantener escondido.
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Editado: 26.05.2025