Estaba a punto de salir detrás de ella, cuando de repente, una chica se acercó y me bloqueó el paso. No era algo que esperaba, y menos en este momento. Su rostro era inexpresivo, como una máscara perfectamente esculpida, y sus ojos... esos ojos, llenos de una curiosidad inquebrantable, me observaban como si estuviera frente a un enigma sin resolver. Algo en su mirada me inquietó, un cosquilleo en la nuca que me incómodo.
-Apártense, no tengo tiempo -dije, empujándola ligeramente para poder continuar mi camino. La urgencia de alcanzarla me apremiaba. Tenía que llegar rápido, tenía que encontrarla. Había algo en su comportamiento, algo en la forma en que se movía, que me atraía de una manera inexplicable. No quería que se escapara. No iba a permitirlo. Algo en mi pecho, una especie de presión, me decía que debía seguirla, que no podía dejarla ir sin más.
La vi de lejos, su figura se recortaba en la distancia, inconfundible. Aunque trataba de mantener una distancia segura, mis piernas ya se movían solas, como si fueran guiadas por una fuerza más grande que yo. Cuando llegué al pasillo, la vi golpear la pared con fuerza, un golpe seco que resonó en mis oídos, como si estuviera tratando de liberar todo el dolor y la frustración acumulados en su interior. La sangre comenzó a brotar de sus nudillos, y aunque en un principio pensé en apartarme, un impulso inexplicable me llevó a acercarme, a correr hacia ella, a asegurarme de que no estuviera herida de una manera que no pudiera ver.
-¿Estás bien? -pregunté, sin poder evitar que la preocupación se colara en mi voz. No me gustaba ver a nadie en ese estado, menos a ella. Algo en mí, una especie de conexión que ni yo entendía, me empujaba a ser el que estuviera ahí para ella, aunque solo fuera por un momento. Pero al mirar sus ojos, vi algo que me desconcertó aún más. La frialdad, esa indiferencia casi palpable, era como un muro impenetrable. ¿Cómo podía ser tan... distante? ¿Tan cerrada?
-¿Por qué te preocupas? Estoy bien -su tono fue cortante, como una espada afilada. Cada palabra que decía parecía atravesarme, pero no podía apartarme. Tenía que saber más, algo dentro de mí me obligaba a permanecer allí, a seguir la conversación. Pero lo que más me desconcertaba era la forma en que se apartó de mí, como si ni siquiera notara mi presencia, como si mi preocupación no tuviera valor.
-Y no esperes que sea tu amiga. Si por eso eres amable... olvídalo. Solo te mostraré el lugar y luego me voy -su voz se tornó más dura, más definitiva, como si todo lo que había hecho hasta ese momento fuera una especie de fachada que se desmoronaba. No supe cómo reaccionar. Mi mente intentaba procesar todo lo que acababa de decir, pero algo no encajaba. ¿Por qué ella me rechazaba tan frontalmente? ¿Por qué esa muralla de frialdad?
Pero lo que más me sorprendió fue lo que sucedió a continuación. Mientras observaba, vi cómo la herida en su mano comenzaba a sanar, como si fuera... ¿acaso era eso posible?
Mi mente se quedó en blanco por un momento. Sus nudillos sangraban con fuerza, pero en cuestión de segundos, la piel se regeneró, cerrándose sin dejar rastro de la herida. Mis ojos se abrieron desmesuradamente al ver lo imposible que acababa de ocurrir.
¿Era ella...?
No, no podía ser. La idea de que estuviera haciendo algo de licántropos me resultaba completamente ajena, pero ahí estaba, ella no tenía ese aroma que nos identificaba mutuamente, ese ligero tono de aroma a bosque y pino silvestre, esto era algo que no podía explicar.
Ella me sacó de mis pensamientos con su siguiente comentario, pero ahora todo lo que decía era una especie de eco lejano, una sombra detrás de lo que realmente me preocupaba.
-Suficiente tengo con soportar tu aroma en el salón -dijo, y ahí fue cuando la revelación me golpeó con la fuerza de una tormenta.
¿Qué? ¿A qué se refería con "aroma"? Yo... no sentía nada. No había ninguna sensación extraña, ningún perfume invisible que pudiera percibir. Pero ella sí, lo sentía. Me observó con una mezcla de desdén y agotamiento, como si mi confusión no fuera nada fuera de lo común.
Algo se retorció en mi pecho. ¿Por qué no sentía lo mismo que ella? ¿Por qué no percibía "ese aroma" que, según ella, era tan evidente?
La pregunta resonaba en mi cabeza, una y otra vez, sin cesar. Si ella lo sentía, si esa conexión... ¿por qué yo no lo experimentaba? Mi mente trataba de encontrar alguna explicación lógica, pero no podía. Había algo que se me escapaba, algo que no lograba captar, y eso solo aumentaba mi ansiedad. Algo estaba mal, algo no encajaba.
-¿Qué? -dije finalmente, mi voz temblando por la incertidumbre que me invadía. Mi cabeza estaba llena de preguntas sin respuestas, cada una más desesperada que la anterior. Si ella sentía algo, ¿por qué yo no lo sentía también? ¿Qué me estaba perdiendo? ¿Acaso había algo que no entendía? Algo que debía conocer, pero que parecía no ser capaz de ver.
Pero ella no parecía interesada en discutir más sobre el tema. Solo me miró, su expresión fría e implacable, y dijo:
-Nada, vamos.
Y, sin más, se giró y comenzó a caminar hacia el lugar donde me había indicado que la esperara. Mientras la seguía, mi mente seguía dando vueltas. Cada palabra que había dicho, cada gesto, todo en ella me desconcertaba. No solo me confundía, me atraía, pero de una forma peligrosa. Algo en su actitud, en su manera de ser, despertaba en mí una necesidad de entender, de descubrir qué estaba pasando. Pero, a medida que caminábamos, sentí que se me escapaba entre los dedos. Como si estuviera ante un misterio demasiado complejo para desentrañar.
Cuando finalmente llegamos al lugar que me había indicado, no pude evitar la sensación de que algo no estaba bien. Algo en el aire, en la forma en que ella se mantenía distante, me decía que no era solo lo que había visto lo que me inquietaba. Era todo. Todo lo que me había rodeado en ese breve encuentro, todo lo que me había dicho, me dejaba con más preguntas que respuestas.
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Editado: 26.05.2025