Cada día, me encontraba atrapada en el mismo ciclo. El mismo maldito aroma, esa fragancia que flotaba en el aire, envolviéndome y ahogándome al mismo tiempo. No había manera de escapar de él. Podía sentirlo en mis pulmones, en mi piel, como si fuera parte de mí, como si me llamara a acercarme más, a ser parte de algo más grande. Era una atracción irracional, que se intensificaba a medida que los días pasaban. Cada vez que lo sentía, una parte de mí se sentía inquieta, ansiosa, pero la otra... la otra quería acercarse, quería saber más, quería que ese aroma me envolviera por completo. Pero no podía, no debía.
Para distraerme de esa sensación, me sumergí en lo único que parecía tener sentido en mi vida: los libros. Historias sobre razas místicas, sobre seres que vivían más allá de los límites de lo humano. Licántropos, vampiros, hadas, duendes... criaturas que existían solo en las leyendas. Pero había algo que me fascinaba especialmente: los mates. Esas conexiones místicas entre los licántropos y sus parejas predestinadas, como si el destino hubiera trazado una línea invisible entre ellos. Decían que una vez que se encontraban, nada los separaba, que sus almas estaban unidas de una manera tan profunda que se reconocían al instante. Mi mente no podía evitar preguntarse si eso tenía algo que ver con lo que estaba sintiendo, con la manera en que me sentía atraída hacia él. ¿Sería posible que él fuera mi mate? ¿Que esa conexión fuera más real de lo que imaginaba? No sabía qué pensar. No podía dejar de preguntarme si esos libros tenían alguna base de verdad o si todo era solo fantasía.
Esa noche, algo cambió. La luna estaba especialmente brillante, más que de costumbre. Había algo diferente en el aire, algo que no podía identificar pero que me impulsaba a salir de mi casa. Una sensación extraña me recorría, como si el universo me estuviera guiando hacia algo que no entendía. Sin pensarlo, tomé la decisión de salir. Me vestí rápidamente y salí sin saber exactamente a dónde me dirigía, pero el impulso era demasiado fuerte como para ignorarlo. Mis pasos me llevaron hacia el bosque, ese lugar oscuro y misterioso que siempre había evitado. El aire se volvía más frío a medida que avanzaba, y una niebla espesa comenzaba a formarse alrededor de mí, como si todo a mi alrededor estuviera invitándome a adentrarme más.
El bosque era denso, los árboles se alzaban como gigantes a mi alrededor, sus ramas retorcidas formando un techo natural que bloqueaba la mayor parte de la luz de la luna. Cada crujido bajo mis pies resonaba en la quietud de la noche, y aunque el lugar estaba lleno de vida, no podía evitar sentir una extraña sensación de soledad, como si estuviera completamente aislada del mundo. Pero algo me empujaba a seguir adelante, algo dentro de mí que no podía ignorar.
Finalmente, llegué a un lago oculto entre los árboles. El agua estaba completamente tranquila, su superficie tan perfecta que parecía un espejo. Y ahí, reflejada en el agua, estaba la luna roja, una luna que nunca había visto antes, que parecía brillar con una intensidad sobrenatural. Su luz iluminaba el paisaje, creando un halo etéreo que me envolvía, haciendo que el lugar se sintiera aún más mágico, como si todo en el mundo estuviera alineado para que yo estuviera allí en ese preciso momento.
Pero entonces, el dolor comenzó.
Fue un dolor tan intenso que me hizo caer de rodillas. Mi cuerpo empezó a arder desde lo más profundo, como si algo dentro de mí se estuviera desmoronando y reconfigurando al mismo tiempo. Sentí mis huesos crujir y retorcerse, como si se estuvieran rompiendo solo para volver a unirse, más fuertes, más grandes. Mi piel comenzó a estirarse, a sentir una presión inhumana, como si no fuera capaz de contener lo que estaba sucediendo dentro de mí. El dolor era tan agudo que sentí como si mi cuerpo estuviera siendo desgarrado, como si estuviera siendo reconstruido a partir de fragmentos rotos. Mi respiración se hizo errática, mi pecho subía y bajaba con dificultad, y sentí como si me estuviera desvaneciendo en el dolor.
Pero no podía gritar. No podía. Cada fibra de mi ser estaba dedicada a soportar la agonía que me atravesaba. Y en medio de esa tormenta de dolor, mi mente se nublaba, las imágenes empezaron a apoderarse de mis pensamientos, recuerdos que nunca había tenido, fragmentos de un pasado que no reconocía, de un ser que nunca había sido yo. Todo me golpeaba a la vez, las imágenes eran rápidas, confusas, pero cada una parecía estar más cerca de revelarme algo importante. Mi corazón latía desbocado, mi cuerpo temblaba, y sentí cómo algo más tomaba el control.
La transformación. Estaba sucediendo ante mis ojos, pero yo no podía detenerla.
El dolor no cesaba, pero algo dentro de mí sabía que tenía que dejarme llevar. Mis huesos continuaron crujendo, mis músculos se tensaron y, finalmente, mi cuerpo cedió al cambio. Cuando finalmente el dolor comenzó a desvanecerse, me levanté, tambaleándome sobre mis nuevas patas. Miré hacia abajo, y allí estaban: enormes patas peludas cubiertas de un pelaje rojizo, que brillaba bajo la luna roja. Me sentí... diferente, algo había cambiado irremediablemente. Estaba más alta, más fuerte, pero sobre todo, me sentía poderosa, como si pudiera hacer cualquier cosa.
Me acerqué al lago, buscando algún tipo de respuesta, algo que pudiera explicar lo que había sucedido. Miré mi reflejo en el agua, y lo que vi me dejó sin aliento. Era una loba, de pelaje rojo y mechones plateados que brillaban como si fueran luz propia. Mis ojos, ahora ámbar, brillaban con la intensidad de la luna, reflejando el cambio que había ocurrido en mi ser. No pude evitar retroceder, pensando que esto no podía ser real, que todo era una alucinación, pero cuando miré nuevamente al agua, su reflejo seguía allí, inmutable.
Un escalofrío recorrió mi espalda y, de repente, escuché una voz en mi cabeza. Una voz que no había oído antes, pero que parecía venir de algún lugar profundo dentro de mí.
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Editado: 26.05.2025