Estábamos en el living de una mansión, probablemente la casa del alfa o algo por el estilo. Todo parecía tan imponente y silencioso, como si estuviera hecha para dar poder y respeto. Me senté en un cómodo sofá, pero después de haber estado allí por casi una hora, las marcas de mi cuerpo en el sillón parecían demasiado evidentes. No es que me importara demasiado, pero no podía negar que era el lugar perfecto para reflexionar y tomar algo de aire.
Le conté todo, cada detalle que podía recordar, desde cómo me encontré con Matías hasta lo que había sucedido cuando llegamos aquí. Respondí todas sus preguntas, las cuales me parecieron que venían de un lugar de preocupación genuina, aunque mi cuerpo me pedía ya salir de allí. Ya casi amanecía y la idea de tener que ir a clases no me hacía muy feliz, pero debía cumplir con mis responsabilidades.
-Bueno, me iré a casa, dentro de poco amanecerá y debo ir a clases -dije, levantándome del sofá. Al instante, un tipo entró corriendo a la mansión. Su rostro mostraba una mezcla de agitación y ansiedad. Me hizo detenerme un momento, observando cómo se acercaba a Matías, claramente preocupado por algo.
-¡Me enteré de lo que pasó, ¿estás bien, Matías?! -Su voz se escuchaba entrecortada, como si hubiera estado corriendo por un buen rato. Mientras tanto, me quedé ahí, haciendo lo posible por no llamar demasiado la atención. Empecé a alejarme lentamente, con pasos discretos.
-Sí, lo estoy, gracias a ella -respondió Matías, señalándome con un gesto de reconocimiento. Yo me detuve por completo, viendo que el recién llegado me observaba con lo que solo podía describir como desprecio.
-Humana, tenía que ser -murmuró, casi con asco, mientras me miraba de arriba a abajo. Un nudo se formó en mi estómago, pero traté de mantener la calma. No iba a dejar que me afectara.
Pensé que podría salir de ahí sin más, sin ocasionar ninguna escena. Pero este tipo, este "chiquito" que ni siquiera se tomaba la molestia de ser cordial, parecía decidido a probar que las primeras impresiones no siempre fallan. Matías me echó una mirada rápida, y yo, sin más, me limité a responder.
-Pulgoso tenía que ser -dije con desdén, mirando al recién llegado con los ojos entrecerrados. Estaba harta de los prejuicios, de los comentarios sin fundamento. Matías levantó una ceja, pero no dijo nada. Su expresión era curiosa, como si no esperara esa respuesta.
-Me voy, Matías. Lo que te conté, nadie más lo sabe. Confío en ti -añadí, mirándolo directamente a los ojos. Mi tono era más serio, porque a pesar de todo, la situación me había dejado pensativa.
-Espera -dijo Matías, con un toque de incredulidad-. ¿Por qué 'pulgoso'? Si después de todo, eres como nosotros, ¿en ese caso también serías una pulgosa?
Su risa fue burlona, pero apenas pude reaccionar. Me limitó a hacer un gesto indiferente.
-Ja ja ja, qué gracioso -respondí de manera sarcástica-. Pues mira, él es el pulgoso, ya que solo con verme, me mira con asco y repulsión, queriendo tirarme por aquella ventana -dije señalando la ventana que estaba justo detrás del sofá. No pude evitar esbozar una pequeña sonrisa al ver cómo él intentaba defenderse sin mucho éxito.
-Yo... -El recién llegado intentó protestar, pero lo interrumpí levantando la mano con desgano.
-Ni te molestes... Y Matías, como te dije, tengo clases. Hoy dan los temas de examen y no puedo faltar -me disculpé, dirigiéndome solo a él.
Matías me miró con algo de preocupación.
-Está muy lejos -dijo rápidamente-. Te llevaré a tu casa y luego a la universidad.
Parecía impaciente por irse de ahí. Asentí, accediendo sin pensarlo demasiado.
-Gracias -murmuré mientras una sonrisa pequeña se dibujaba en mis labios. Juntos nos dirigimos hacia la puerta. Cuando pasamos por ella, me volví para mirar al tipo que se quedó atrás.
-Adiós, pulgoso. Y un consejo: no juzgues por apariencia o especie. Mi nombre es Carolina, soy híbrida: licántropo, bruja y creo que vampiro, pero no te confundas con mi olor. Por ejemplo, tú pareces gilipollas, pero no por eso te voy a andar diciendo así -añadí con tono burlón. Mis ojos se tornaron ámbar, y salí de la mansión con una sonrisilla que era más de diversión que de enojo.
-Tus ojos... -El recién llegado se quejó, claramente incómodo. Matías salió de la mansión primero, seguido de mí. Mientras salíamos, el alfa, que había estado callado todo el tiempo, me llamó.
-Mis disculpas, mi nombre es Elizeo, soy el alfa de la manada Claro de Luna. Regresa cuando gustes. Mis guardias te dejarán pasar -dijo, mostrando un mínimo de respeto, aunque no parecía estar del todo convencido de lo que acababa de suceder. Asentí y le lancé una mirada fulminante.
-Claro, vendré pronto -respondí con sarcasmo. Me subí al coche de Matías, quien no dijo nada por un buen rato.
Treinta minutos después, ya estaba en mi casa cambiándome rápidamente. Sabía que debía estar lista para la universidad. Salí de mi casa y vi que Matías me esperaba para llevarme al campus. Subí al coche y llegué allí sin mucha conversación. Cuando me bajé, Matías rompió el silencio.
-Gracias por todo -dijo con una ligera sonrisa, aún algo preocupado.
-La que debería estar diciendo eso soy yo -respondí sarcásticamente, lanzándole una sonrisa divertida.
-No, tú me salvaste la vida. Y por eso te agradezco. Además, hiciste que el alfa cambiara de opinión sobre... bueno, tu especie... bueno, la que aparentas ser -dijo, divertido por la situación. Miró hacia afuera del coche y, de repente, un auto rojo se acercó rápidamente. El aroma familiar invadió mis fosas nasales con fuerza. Sentí cómo mi cuerpo se tensaba, y Matías, al notar mi incomodidad, se puso alerta.
-¿Qué pasa? -preguntó, preocupado.
El auto se detuvo y la puerta se abrió. Karla salió, repitiendo una y otra vez, "Mate, Mate", algo que me ponía los pelos de punta. Matías me miró, preocupado, pero antes de que pudiera decir algo, me tomó el rostro entre sus manos, tratando de calmarme.
#746 en Fantasía
#476 en Personajes sobrenaturales
recuerdos de un pasado doloroso, magia amor mitos, lobos luna azul y roja
Editado: 26.05.2025