El silencio cayó como un manto sobre todos los que presenciaban la escena.
-Cálmate, Carolina, todos te ven -dijo el chico con un tono serio, lanzando miradas nerviosas a su alrededor.
La rabia dentro de mí creció. No podía entender por qué, pero la impotencia me carcomía.
-¡Y a mí qué me importa si no tienen vida propia para que estén pendientes de la de los demás! -rugió ella con furia, su voz a punto de romperse en llanto.
Di un paso más, decidido a acercarme.
Fue entonces cuando lo vi.
Sus ojos.
Eran de un ámbar mezclado con carmesí hermosamente, pero con cada paso que daba hacia ella, el color se intensificaba, tornándose más amarillo, como si algo en su interior estuviera reaccionando a mi presencia. Mi instinto me dijo que algo no estaba bien.
-¡Aléjate, por favor! -su voz dolida me atravesó como una daga. Sus ojos cristalizados se clavaron en los míos, suplicantes.
-Usted, Alpha Dereck, haga lo que dice -intervino el chico con tono de urgencia-. Es más fuerte que yo y no la detendré por mucho tiempo si sigue así...
Rabia.
Rabia pura recorrió mi cuerpo al escucharlo.
No.
No podía aceptarlo.
Pero... ¿qué más podía hacer?
Apreté la mandíbula con fuerza y sin decir una palabra, me giré sobre mis talones, dirigiéndome de vuelta al auto. Abrí la puerta y la azoté con violencia al cerrarla, haciendo que el sonido resonara en todo el estacionamiento.
-¿Qué mierda haces, Dereck? -Brath rugió en mi mente, furioso.
Mis manos temblaban sobre el volante.
-Ponerla a salvo, de mí -respondí con un nudo en la garganta.
No esperé más.
Arranqué el auto y presioné el acelerador con fuerza. El motor rugió, llenando el aire con su potencia, como si reflejara el caos que sentía dentro. Solté el freno de mano y salí de ahí a toda velocidad, dejando atrás el aroma que me había marcado para siempre.
Luego de casi dos horas de conducir sin rumbo fijo, llego a un bosque apartado de la ciudad. El camino de tierra que me trajo hasta aquí está cubierto de hojas secas, y el sonido de los árboles meciéndose con el viento me envuelve en una calma engañosa. Pero dentro de mí, el caos sigue rugiendo.
Mis manos aún tiemblan sobre el volante, y mi respiración es pesada, irregular. Mi pecho duele. No es un dolor físico, sino uno profundo, como si algo en mi interior estuviera desgarrándose poco a poco.
La imagen de ella sigue atormentándome.
Su voz, rota y llena de emociones mezcladas: miedo, odio, nervios... y algo más que no logré identificar. Pero estaba seguro de que eran tan caóticos como los demás.
Aprieto los dientes con frustración.
¿Por qué tenía que mirarme así? ¿Por qué su dolor se sentía como si fuera mío?
Un gruñido escapa de mi garganta, y sin pensarlo más, salgo del auto.
Mis pies tocan la tierra fría y húmeda mientras me adentro en el bosque. La noche comienza a caer demostrando que ya llevaba demasiadas horas en este bucle de dudas, preguntas y autodestrucción, cubriendo el lugar con sombras alargadas. El aroma de la madera húmeda, la savia de los árboles y la tierra revuelta impregna mis sentidos, pero ninguno de esos olores es suficiente para borrar el rastro de su esencia en mi nariz.
No aguanto más.
Mis músculos se tensan, mi piel hormiguea y, en un instante, mi cuerpo cambia.
Mi transformación es rápida, casi automática. En cuanto mi piel se cubre de un espeso pelaje color ceniza y mis huesos se alargan, dejo que mi instinto tome el control. Mi lobo, enorme y fuerte, irrumpe en el bosque con un rugido que hace temblar las hojas de los árboles.
Brath toma la delantera, pero no para cazar ni para correr sin rumbo como otras veces. No.
Esta vez, solo quiere gritar.
Un aullido desgarrador escapa de mi hocico, cargado de rabia y dolor. Un lamento que se funde con el viento y que los animales del bosque entienden al instante. Pájaros levantan vuelo, ardillas se ocultan, y el silencio se adueña del lugar, como si la misma naturaleza respetara mi sufrimiento.
Mi respiración es agitada, y mis patas se hunden en la tierra mientras me inclino hacia adelante, intentando calmar el torbellino dentro de mí. Pero nada funciona.
Pasaron veintisiete minutos cuando un nuevo aroma llegó a mí.
Un olor que hizo que mi corazón se detuviera por un segundo antes de latir con más fuerza.
Mis orejas se levantan y mi cuerpo se tensa.
No necesito girarme para saber quién es.
El viento me trae su esencia, esa mezcla entre dulzura y tormenta que ya había quedado grabada en mí. Pero ahora es más intensa, más fuerte.
Cierro los ojos por un momento, preparándome antes de darme la vuelta.
Y ahí está.
Una loba de pelaje rojo con destellos platinados, su figura esbelta iluminada por la luz de la luna que comienza a asomarse entre los árboles. Su mirada ámbar, intensa y profunda, se clava en la mía.
El mundo se detiene.
Por un instante, solo existimos ella y yo.
Mi lobo ruge dentro de mí, deseando acercarse, tocarla, sentirla. Pero me obligo a quedarme quieto.
Enterré mis patas en la tierra para contenerme, sintiendo la humedad y la firmeza del suelo bajo mí. Mi respiración se volvió pesada, y mi pecho subía y bajaba con cada latido frenético de mi corazón.
Nos quedamos así, intercambiando miradas, yo sin saber cómo reaccionar realmente a esto.
Ella simplemente me observa en silencio con su mirada atormentada, y yo, yo desearía poder hacer algo para que sus hermosos ojos no estuvieran tan cargados de dolor.
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Editado: 03.06.2025