Estábamos llegando a la mansión cuando un aullido desgarrador erizó toda mi piel de forma violenta, como si cada fibra de mi cuerpo reconociera algo ancestral y poderoso en ese sonido. Me detuve en seco y giré mi rostro hacia el bosque, buscando con desesperación la fuente de aquel llamado. No vi nada... pero lo sentía.
Era tan latente, tan cercano, que su eco rebotó en lo más profundo de mi pecho. No era un simple aullido. Era un lamento cargado de dolor, uno que me revolvió las entrañas y me inundó de una nostalgia incomprensible. Unas ganas intensas de llorar me apretaron la garganta.
—Vamos, Carolina... por favor —suplicó mi loba, Karla, con una mezcla de emoción y angustia.
La idea no me pareció razonable en ese momento. Estaba a punto de negarme, de girar en dirección contraria, cuando otro aullido, más dolido aún, se alzó entre los árboles como una flecha directa al corazón. Fue imposible ignorarlo. Sin pensarlo, corrí hacia el bosque, y en el trayecto, mi cuerpo se transformó en el de Karla de manera automática, casi como si mi loba hubiese tomado las riendas sin consultarme.
Me interné entre los árboles, el aire estaba denso y cargado de un aroma embriagante que me golpeó con fuerza apenas crucé cierta línea invisible. Era ese aroma... el mismo del que había huido unas horas antes. Ese que me provocaba tantas emociones encontradas. Con cada paso que daba, se volvía más intenso, más invasivo, más difícil de ignorar. Aspiré hondo, tratando de calmar el temblor de mis patas, pero en lugar de calmarme, el olor me llamó más, como si me arrastrara hacia él con cuerdas invisibles.
—Mate... mate... —murmuró Karla con voz suave pero cargada de deseo.
—Si sigues así, me regreso —le respondí molesta—. Necesito pensar qué hacer, así que por favor, cállate...
Pero Karla no lo hizo. El corazón me latía con tanta fuerza que apenas podía escuchar mis propios pensamientos.
Unos instantes después, me acerqué con más cautela. Y ahí estaba. Un lobo de pelaje color ceniza y ojos azules, tan azules como un cielo que prometía tormenta. Había dolor en su mirada, pero también... amor. Un amor puro, evidente, como si me hubiese estado esperando toda su vida. Me quedé inmóvil, simplemente observándolo. Esperaba algún movimiento, algún gesto, pero él no hizo nada. Así que fui yo quien dio el paso. Me acerqué con lentitud, bajando mi hocico hasta su rostro. Él cerró los ojos y bajó las orejas, una señal de entrega y vulnerabilidad que me pareció tan dulce que me rompió por dentro. No pude evitarlo. Me lancé sobre él con suavidad y comencé a lamer su rostro con ternura. Mi cola se movía con alegría, traicionando la calma que intentaba mantener.
Fue entonces cuando escuché un crujido proveniente del mismo lugar por donde había llegado. Me detuve en seco y giré de inmediato, un gruñido se escapó de mi garganta mientras mis ojos cambiaban del ámbar habitual a un negro profundo que cubría todo mi iris. Estaba lista para atacar si era necesario... hasta que entre los árboles emergió otro lobo.
El lobo de Matías.
Curiosamente, aún no conocía su verdadero nombre, pero reconocí su esencia de inmediato.
Me levanté y fui hacia él, y sin pensarlo lo saludé de forma afectuosa. Lo lamí en el rostro y froté mi hocico contra su mejilla con cariño. El otro lobo gruñó detrás de mí, y cuando giré para mirarlo, solo le sonreí con ternura en mi forma lobuna. Me acerqué a él también.
Pero en ese instante, algo en mi interior se desacomodó: una especie de descarga recorrió mi cuerpo. Karla ya no solo me guiaba... me había arrebatado por completo el control. Entré en una especie de shock momentáneo al darme cuenta de que no era yo quien tomaba las decisiones. Mis ojos regresaron al rojo natural de mi linaje, señal clara de que la loba había dejado el mando. Me aparté con rapidez y fui tras Matías.
—Voy a vestirme —le dije telepáticamente, sabiendo que él me comprendería, aunque no perteneciera a su manada.
Él asintió con la cabeza en silencio y me siguió mientras me internaba entre los árboles. Me transformé nuevamente en humana. El otro lobo intentó acercarse, pero Matías le gruñó, protegiéndome. Me hizo reír suavemente. Con una mueca, hice el conjuro para vestirme y cubrí rápidamente mi cuerpo. Salí de detrás de Matías ya vestida, y me encontré con ambos lobos mirándose con hostilidad.
Sus miradas eran dagas, como si se juraran la guerra con los ojos.
No pude contenerme. Solté una carcajada sincera y sonora, que llenó el bosque de una energía completamente distinta. Ambos giraron sus cabezas hacia mí, desconcertados, y me miraron como si estuviera loca. Y quizás sí lo estaba. ¿Quién no lo estaría con dos lobos que podrían arrancarse la garganta por ella... y una loba interior que solo quería gritar "mate" a los cuatro vientos?
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Editado: 03.06.2025