La brisa suave de la tarde se deslizaba entre los árboles del vasto territorio de la manada Luna Nocturna, moviendo las hojas con un susurro casi melancólico. A lo lejos, el sonido de los lobos patrullando el perímetro resonaba en el bosque, junto con el murmullo del río que bordeaba la parte oeste del territorio. La enorme mansión, centro de operaciones y hogar de los líderes, se alzaba imponente en lo alto de una colina, rodeada de frondosos jardines y extensos campos de entrenamiento.
En el corazón de estos jardines, una fuente de mármol se erguía con elegancia, sus aguas cristalinas reflejando los últimos destellos del sol poniente. El aroma a lavanda, rosas y tierra húmeda impregnaba el aire, mientras la hierba fresca se extendía bajo los pies descalzos de Carolina, la pequeña princesa de la manada.
Con tan solo cuatro años, la niña rebosaba energía y alegría, corriendo por el jardín con su cabello rojizo ondeando tras ella, sus ojos rojos brillando como brasas encendidas.
Su madre, Jazmín, observaba con ternura desde un banco de piedra junto a la fuente, mientras tejía una corona de flores silvestres. La mujer poseía una belleza serena y delicada, con largos cabellos oscuros y ojos color miel que reflejaban la calidez de su corazón.
De repente, Carolina llegó corriendo con una flor roja en la mano, su carita iluminada por una emoción indescriptible.
-¡Mami, mami! -exclamó con entusiasmo, su vocecita resonando en el jardín-. Mira, la encontré por allá.
Señaló un rincón del jardín, donde los rosales trepaban sobre un arco de piedra cubierto de enredaderas.
-Una señora muy bonita me la dio -continuó con inocencia-. Me dijo que se la diera a alguien especial para mí.
Jazmín arqueó una ceja con ternura y se inclinó hasta quedar a la altura de su hija.
-¿Ah, sí? -preguntó, acariciando la mejilla de Carolina con dulzura-. ¿Y a quién se la darás?
La niña sonrió con confianza.
-Mami, ¿no es obvio?
Jazmín rio suavemente.
-No lo sé, dime.
Sin dudarlo, Carolina se acercó y colocó la flor entre la oreja de su madre, acomodándola con esmero.
-Ahí queda perfecta -dijo con satisfacción.
Justo en ese momento, una presencia se hizo notar.
Desde el camino que conducía a la mansión, un hombre se acercaba con pasos firmes. Su aura era imponente, su estatura intimidante. Vestía pantalones oscuros y una camisa blanca arremangada hasta los codos, dejando a la vista sus antebrazos marcados por años de entrenamiento y combate. Su cabello castaño oscuro estaba ligeramente despeinado, y sus ojos, de un profundo tono dorado, reflejaban un poder latente.
Era Enrique, el Alpha de la manada Luna Nocturna, el líder de una de las manadas más poderosas de la región.
A pesar de su actitud seria y dominante, su expresión se suavizó en cuanto vio a su esposa e hija.
-Papi -gritó Carolina, corriendo hacia él con los brazos abiertos.
Enrique la recibió con una risa profunda, alzándola en el aire con facilidad antes de abrazarla con fuerza.
-¿Verdad que se ve hermosa mi mami con esta flor en su cabello? -preguntó Carolina con orgullo.
Enrique miró a Jazmín con un brillo en los ojos.
-Claro que sí. Aunque ella siempre se ve hermosa.
Jazmín se acercó a ellos, depositando un beso en los labios de su esposo y luego otro en la mejilla de su hija.
-¿Dónde encontraste la flor, mi princesa Carolina? -preguntó Enrique con curiosidad.
-Una mujer muy amable me la dio por allá -dijo la niña, señalando el mismo lugar de antes-. Me dijo que se la diera a alguien especial para mí, y se la di a mi mami porque contrastaría con sus hermosos ojos.
Enrique sintió un escalofrío recorrer su espalda. Algo en sus instintos le decía que algo no estaba bien.
-¿Me llevas a donde estaba esa mujer? -pidió, su tono sutilmente más serio.
-¡Claro! -respondió Carolina con entusiasmo.
La niña corrió hacia el rincón del jardín, donde la sombra de los árboles se alargaba con la caída del sol. Sentada sobre la hierba, con un aire despreocupado, estaba la mujer en cuestión.
Pero cuando Enrique la vio, todo su cuerpo se tensó.
Su mandíbula se endureció, y una ira fría y calculada comenzó a invadirlo.
La mujer, al notar su presencia, sonrió con burla.
-Ah, hola -saludó con frialdad.
Carolina dio un paso adelante, pero Enrique la detuvo de inmediato, colocándola detrás de él en un gesto protector.
-¿Qué pasa, papi? -preguntó la pequeña, sintiendo la tensión en el aire.
Jazmín, quien había seguido la escena con el ceño fruncido, se acercó rápidamente.
-Jazmín, llévate a la niña adentro -ordenó Enrique con voz firme-. Y dile a Hernesto que venga con cinco hombres.
Sin dudarlo, su esposa tomó a Carolina en brazos y se apresuró a entrar en la mansión, dejando a Enrique solo con la extraña.
La mujer rió suavemente.
-Vaya, qué carácter, Enrique -dijo con ironía-. ¿No te da gusto ver a tu hermana después de tanto tiempo?
Los ojos del Alpha destellaron con furia.
-¿Qué demonios haces aquí?
-Solo vine a ver a mi sobrina -respondió ella con fingida inocencia-. En Night Moon los extrañamos... y nuestro querido primo quiere conocer a Carolina.
El estómago de Enrique se revolvió.
-No se le acercará nunca.
En ese momento, Hernesto y los cinco guerreros de la manada llegaron, listos para atacar.
Pero la mujer solo sonrió.
-Qué lástima... -susurró con burla-. Yo quería hablar más con ella... como lo he hecho todos estos días.
Las palabras de la mujer fueron como un puñetazo en el estómago de Enrique.
-¿Qué dijiste?
La mujer rio con diversión.
-Salúdala de mi parte y dile que su tía la visitará pronto.
Antes de que Enrique pudiera moverse, la mujer desapareció en una nube de color rojo intenso.
El aire quedó impregnado con su esencia, un aroma dulzón y metálico que ponía los nervios de punta.
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Editado: 03.06.2025