Mi Luna Roja ( Mas Que Simples Mitos )

19 - Carolina

Me desperté sobresaltada, mi cuerpo empapado en sudor frío, el corazón latiendo desbocado en mi pecho. No sabía si había sido el pesadilla lo que me había despertado, o si fue el miedo que me acompañaba incluso cuando dormía. Mis ojos, hinchados por las lágrimas, miraron alrededor, buscando algo familiar, algo que me anclara a la realidad. Pero, en lugar de encontrar consuelo, la oscuridad de mi cuarto parecía tragarse cada rincón. La luz tenue de la lámpara, que parpadeaba erráticamente, iluminaba la habitación de manera débil. El silencio era insoportable, solo interrumpido por los leves suspiros que mi pecho no lograba controlar.

Miré hacia un lado de la cama, y ahí estaba él, Dereck. Su rostro, tan cercano al mío, estaba arrugado por la preocupación, con las mejillas empapadas en lágrimas. Mis ojos se encontraron con los suyos, y sin que ninguno de los dos dijera palabra, él me abrazó con una fuerza que me hizo sentir que, por un momento, todo podía estar bien. Yo, entre sollozos, respondí al abrazo, aferrándome a él como si fuera mi único salvavidas. La sensación de seguridad en sus brazos era todo lo que necesitaba en ese instante, algo que me devolviera la esperanza de que aún podía ser fuerte. Sin embargo, la angustia seguía oprimiéndome, el miedo que no me dejaba, esa sensación de que todo lo que estaba viviendo, o lo que había soñado, era una condena.

Pocos momentos después, o al menos eso me pareció en mi estado de confusión, tocaron la puerta del cuarto. No pude evitar tensarme aún más, pues algo en mí sabía que los momentos de calma no durarían mucho. La puerta se abrió con suavidad, y Matías apareció en el umbral, su figura alta y sombría casi pareciendo tan agotada como yo.

-La bruja quiere revisarte para ver cómo estás -dijo en tono serio, pero con una ligera preocupación en su voz.

Dereck asintió sin decir una palabra, su rostro reflejaba una mezcla de cansancio y miedo, como si supiera que lo peor aún no había pasado. Salió del cuarto junto con Matías, dejando que la puerta se cerrara tras de ellos. Me quedé allí, sola con mis pensamientos, sintiendo que la presencia de la bruja me causaba una mezcla de aprensión y algo de esperanza. Quizás ella pudiera ayudarme, o quizás lo que temía en mis sueños estaba más cerca de lo que pensaba.

Poco después, la puerta se abrió nuevamente, esta vez con un susurro suave, y entró una mujer. Su mirada era cálida, sus ojos llenos de una calma que, por un extraño momento, me hizo sentir un poco más tranquila. Me sonrió ligeramente, pero con una sonrisa triste, como si supiera que no estaba bien, aunque no me lo dijera.

-¿Cómo sigues? -preguntó con suavidad, acercándose a la cama.

No pude evitar mirarla fijamente, la confusión y el miedo inundándome una vez más. Mi cuerpo aún estaba tenso, y las palabras se me hicieron pesadas, como si mi lengua no pudiera soltarlas con facilidad.

-Como si me hubiera arrollado un camión -respondí, intentando sentarme en la cama, pero el esfuerzo me agotó más de lo que esperaba. El dolor físico que sentía se sumaba a la opresión en mi pecho, como si el sufrimiento mental estuviera acentuando cada pequeña molestia en mi cuerpo. Pero no me importaba, ya nada parecía importar. Mi mente seguía atrapada en la pesadilla, y mis pensamientos se dispersaban, saltando de un lugar a otro sin orden alguno.

La bruja se acercó a mí, tomando mi muñeca para revisarme el pulso. Su toque era firme pero suave, y durante un largo rato, no dijo nada. Sólo se quedó allí, observándome, midiendo cada uno de mis movimientos, como si estuviera descifrando algo que no comprendía. Podía sentir su mirada, penetrante, estudiando mi aura. Era como si me estuviera viendo más allá de lo que podía mostrar, como si supiera de mi maldición y del terror que me envolvía.

Finalmente, después de lo que me pareció una eternidad, me miró fijamente, una expresión de preocupación cruzó su rostro.

-Señorita... -dijo con voz grave-. Necesito decirle algo. Es sobre su maldición...

Las palabras de la bruja me paralizaron. Mi corazón dio un vuelco. No quería escuchar. Sabía que cualquier cosa relacionada con mi maldición era algo que no podía enfrentar, pero mis labios temblaron al intentar hablar.

-¿Co-como sabe? -pregunté, mi voz apenas un susurro, temblando como si fuera a quebrarme en mil pedazos. No podía soportar la idea de que esta mujer, tan ajena a mi dolor, tuviera alguna respuesta, pero la necesidad de saber me venció.

La bruja no apartó la mirada de mí, sus ojos llenos de seriedad.

-Soy bruja, y el aura de muerte que te rodea es... abrumadora -dijo, su tono preocupado. Las palabras me llegaron como un golpe frío a la piel, y sentí cómo la desesperación comenzaba a instalarse más profundamente en mi pecho. Estaba sobrecogida por la revelación. Mi mente no sabía cómo procesarlo. ¿Aura de muerte? ¿Yo? ¿Qué significaba todo esto?

No pude mirarla más. Mi mirada se desvió hacia el suelo, sin encontrar consuelo en nada. Un nudo se formó en mi garganta, y la impotencia de no saber qué hacer con la carga que llevaba sobre mis hombros me hizo sentir más pequeña que nunca. ¿Qué significaba esto para mí? ¿Era mi destino inevitable, o había alguna esperanza?

La bruja parecía comprender lo que sentía, pues no insistió en hablar más. Se quedó en silencio, y yo solo pude quedarme allí, sumida en un mar de pensamientos oscuros, mientras el peso de la maldición sobre mí se hacía cada vez más pesado.




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