Me quedé en silencio, mirando el collar que ahora descansaba sobre la mesita de noche, lejos de ella, como si el simple hecho de acercarlo a su presencia pudiera desatar algo aún más oscuro y desconocido. La atmósfera se había cargado de una tensión palpable, algo que no podía entender completamente, pero que sentía en lo más profundo de mis huesos. Mis palabras ya no parecían suficientes para tranquilizarla, y el miedo en sus ojos me quemaba. La incertidumbre crecía.
Ella se apartó un poco más, como si el collar fuera una amenaza que se deslizaba en su piel, una maldición que ya se había hecho presente. Yo quería entenderlo, quería que me explicara, pero en su mirada solo vi un miedo profundo, como si estuviera atrapada entre la necesidad de saber más y la desesperación de que algo fuera peor.
El susurro de su voz me sacó de mis pensamientos, y la miré con atención, queriendo escuchar cada palabra, aunque mi propia mente se desbordaba con preguntas.
-¿Co- cómo? -dijo, su voz quebrada por la incredulidad, como si las palabras mismas no pudieran darle sentido a lo que estaba ocurriendo. Me miró, esperando una respuesta que ni yo mismo sabía dar.
Suspiré, mi garganta reseca. ¿Cómo podía explicarlo sin sonar completamente loco? ¿Cómo podía hacerle entender que había algo mucho más grande que nosotros, que nos envolvía, que nos unía y a la vez nos separaba?
-La Diosa Luna... -murmuré, sintiéndome extraño al decirlo en voz alta-. Ella me dijo que me lo darías. Que este collar tiene algo que ver con tu maldición. Y... también mencionó algo sobre una solución... o al menos eso parece.
Su rostro se llenó de desconcierto, y vi cómo su cuerpo temblaba, la ansiedad envolviéndola de nuevo. No estaba seguro de lo que ella sentía, pero algo me decía que no era solo miedo al collar, sino a todo lo que representaba.
-¿Una solución...? -repitió, sus palabras llenas de dudas, como si estuviera tratando de procesar lo que le decía, pero no lograba comprenderlo. Sus ojos brillaban por las lágrimas que amenazaban con caer, pero ella se mantenía firme. Lo único que lograba ver claramente era el terror que le causaba todo esto.
Me acerqué un paso más, pero ella retrocedió nuevamente, como si mi presencia ya no le ofreciera consuelo. La vi vacilar por un momento, su respiración acelerándose mientras sus ojos se posaban en el collar.
-¿Qué significa todo esto? -preguntó, su voz ahora completamente rota, como si ya no supiera en quién confiar, ni qué creer. Yo tampoco lo sabía. La verdad es que no entendía nada, pero la necesitaba. Necesitaba que me ayudara a comprenderlo, a desentrañar el caos que se había formado entre nosotros.
Mi lobo, siempre presente en los rincones más oscuros de mi mente, rugió de frustración. Su enojo vibraba dentro de mí, haciéndome sentir como si estuviera siendo empujado hacia algo más grande, algo que no podía controlar.
-¿Y si todo esto tiene un propósito más grande? -pensó, su voz resonando con una furia silenciosa-. Tal vez la solución no está en lo que crees, sino en lo que te niegas a aceptar.
Las palabras de mi lobo se quedaron flotando en el aire, y el miedo en los ojos de ella se profundizó. Mi mente comenzó a comprender que lo que estaba ocurriendo no era solo sobre el collar, sino sobre las decisiones que ambos habíamos tomado, sobre los caminos que estábamos a punto de cruzar. Algo mucho más oscuro estaba en juego, y ni yo ni ella estábamos listos para enfrentarlo.
-No lo sé -dije, mi voz temblorosa al igual que el resto de mi cuerpo. No podía mentirle, no podía darle respuestas vacías-. Pero lo que sí sé es que la Diosa Luna... no hace nada sin razón. Quizá esto... quizá este collar es la clave para algo mucho más grande de lo que imaginamos.
Ella me miraba, atrapada entre la desconfianza y el deseo de entender, como si las palabras no pudieran aliviar la carga que llevaba dentro. En sus ojos pude ver un reflejo de mi propio miedo, el temor de lo que estábamos a punto de descubrir.
Y luego, en un susurro, casi inaudible, dijo:
-Tengo miedo... -y se abrazó a sí misma, como si intentara encontrar algún tipo de consuelo en su propio cuerpo, pero no lo hallaba. El miedo que se reflejaba en su voz me atravesó el alma.
Todo se había vuelto tan confuso, tan oscuro, que no sabía cómo protegerla de lo que se venía. Pero sabía una cosa: si algo sucedía, no la dejaría sola. No mientras pudiera hacer algo para evitarlo.
Me acerqué lentamente, con cuidado, y tomé su mano, apretándola con fuerza, intentando transmitirle todo lo que no podía decir con palabras. El miedo seguía allí, como una sombra sobre nosotros, pero decidí que lo enfrentaría a su lado, sin importar lo que tuviéramos que descubrir.
-No estás sola en esto, ¿entiendes? -le susurré, mi voz más firme de lo que sentía en ese momento. Pero era lo único que podía ofrecerle ahora: mi apoyo, mi presencia, mientras nos enfrentábamos juntos a lo que fuera que estuviera por venir.
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Editado: 03.06.2025