Le conté todo... Todo lo que recordaba después de mi transformación, lo que ocurrió en mi manada, lo que representaba ese collar. Sentí un nudo en el estómago mientras repasaba cada detalle, como si reviviera cada uno de esos momentos que aún me atormentaban. El peso de los recuerdos me aplastaba, y por un instante temí que las palabras no pudieran cargar con el dolor que aún me recorría. Sin embargo, lo hice, necesitaba hacerlo. Ya no podía cargar con ese dolor sola.
-Al año y medio, la muerte del beta de mi padre marcó el comienzo del fin. La manada comenzó a desmoronarse, y me vi atrapada en un torbellino de pérdidas. Al principio no entendía lo que estaba pasando, cómo todo lo que había sido tan sólido, tan seguro, se venía abajo tan rápido. A medida que iban cayendo uno a uno los que quedaban, el vacío se hacía más grande. Las lágrimas no se detenían, pero ya no quedaba tiempo para eso. Me quedé sola, sola en un mundo que ya no conocía.
Bajé la mirada, luchando por contener la angustia que me ahogaba.
-Así se perdió mi manada...- susurré, sin querer que la voz se me quebrara. Al decirlo, sentí que un pedazo de mí se rompía nuevamente, como si cada palabra fuera una daga más en un cuerpo ya herido. Intenté controlarme, pero las emociones fueron más fuertes. El recuerdo de mi gente, de lo que fuimos, de lo que ya no sería más, me desbordaba. Mi respiración se volvió más pesada, y sentí el peso de los años caídos sobre mis hombros. Necesitaba dejarlo salir, pero no quería que él me viera tan vulnerable. No quería que me viera desmoronada.
Tomé una larga respiración, traté de calmarme y continuar, de no perderme en el dolor. No podía quedarme en ese lugar oscuro por mucho tiempo. Me había propuesto avanzar, no seguir en el mismo punto. Y aún si mi alma aún sangraba por lo que había perdido, había algo dentro de mí que insistía en que debía seguir adelante.
-Cuando cumplí diez años, salí de allí, tomé algunas cosas que pude rescatar de la casa... Me quedé completamente sola a los ocho. Desde entonces, he vivido así, como un espectro que observa todo desde afuera, desconectada, distante. Aprendí a sobrevivir, a existir antes del tiempo. Mi vida dejó de tener sentido. No había nadie a quien aferrarme, solo el vacío. Aprendí a ser autosuficiente, porque el mundo no me debía nada, nadie me debía nada. Y mi cerebro bloqueo todos los recuerdos de la parte sobrenatural en la que crecí...
Me quedé en silencio un momento. Él solo me observaba, en silencio, como si cada palabra que saliera de mi boca tuviera un peso que le costaba digerir. Yo, por mi parte, sentía como si una capa de hielo se estuviera formando a mi alrededor.
¿Cómo podía compartir esto con alguien? ¿Cómo podía esperar que alguien entendiera lo que había vivido, lo que había perdido?
-Saqué dinero de la caja fuerte de mi padre, la tenía en su despacho, la combinación era mi fecha de nacimiento y la de mi madre juntas...- Sonreí, pero fue una sonrisa vacía, amarga. ¿Qué quedaba de mi madre, de esa vida que había conocido? -Cuando salí de allí, todo fue completamente diferente. Tuve que aprender a adaptarme a un mundo completamente nuevo. Las normas, las reglas... todo lo que antes parecía irrelevante, ahora tenía un peso. Tuve que dejar atrás lo que sabía, la manada, las tradiciones, y aprender lo que se esperaba de mí. Aprender cómo comportarme en un mundo ajeno a mí. Era como si me hubiera visto obligada a transformarme por completo para poder sobrevivir.
-Saqué todo el dinero y contraté un abogado, me emancipé... Fue un proceso largo, duró un año, pero lo logré. Mi padre tenía mucho dinero, eso me permitió sobrevivir mientras lo hacía. Cuando cumplí quince años, comencé a trabajar porque el dinero se me acabaría tarde o temprano. Primero como mesera, luego como chofer, azafata... hasta llegar a trabajar como guardia en los antros. Soy buena peleando, o al menos eso me han dicho. Siempre alejo a los problemas, a los chicos que no saben cuándo dejarme en paz. Pero al final, siempre termino sola... siempre sola.- El dolor de esa soledad no me abandonó. El llanto volvía a amenazar con salirme, pero me lo tragué. No quería ser débil.
De repente, su voz me interrumpió, un alivio que llegaba a tiempo, como si mis pensamientos estuvieran tan llenos de tormenta que necesitaba su calma para no perderme.
-No estarás sola-, dijo él, sus palabras eran como un ancla en medio de un océano desbordado. Me miró fijamente, sus ojos reflejaban una promesa que me hizo dudar por un momento de si lo que decía podía ser real. -No ahora que yo estoy contigo...- Sus palabras se deslizaban suavemente en mi alma, como un bálsamo para las heridas invisibles. -Y ahora que tenemos la solución a 'el problema', lo arreglaremos...- Su confianza era una burbuja que envolvía mi corazón, calmándolo, dándome algo en qué aferrarme.
-Reconstruirás tu manada, y serás la luna de la mía-, continuó, sus palabras resonaban en mi interior. Me miró con una ternura tan profunda que me hizo estremecer por completo. Como si en ese simple gesto de esperanza, toda la oscuridad de mi vida comenzara a desvanecerse lentamente. Sentí que en sus brazos podía encontrar el refugio que había estado buscando durante años, aunque nunca me atreviera a pedirlo.
Él hizo una pausa, su rostro se tornó serio, pensativo.
-Pero no quiero que me alejes... No solo a mí, sino también a mi lobo, Matías, Elizeo, y todos los demás que quieran apoyarte.- Sentí el peso de sus palabras. Ya no se trataba solo de mí, de mis miedos, de mi dolor, sino de algo más grande, de un vínculo que se estaba formando lentamente.
Me quedé en silencio, procesando todo lo que había dicho. La posibilidad de no estar sola, de tener a alguien que me entendiera, que me apoyara... Me asustaba. Pero también era una necesidad que no podía ignorar. Era como si todo lo que había sido mi vida hasta ahora fuera una mentira, y la verdad comenzara a revelarse en cada una de sus palabras.
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Editado: 03.06.2025