Mi Luna Roja ( Mas Que Simples Mitos )

30 - Carolina

-¿Qué pasa? -preguntó, mirándome de reojo. Me dedicó una dulce sonrisa tranquila que, a pesar de mi estado interior, logró calmarme un poco. Su mirada era cálida, reconociendo mi malestar sin necesidad de decir nada.

-¿Qué tal si vamos a otro lado antes de llegar a la manada? Realmente, mi presencia no es solicitada hasta dentro de tres días... -tarareó, su voz suave pero decidida, mirando el camino al frente. Me miró de reojo, esperando mi respuesta, y yo, después de pensarlo un momento, le devolví la mirada. Asentí lentamente, sonriéndole tímidamente, aunque un nudo permanecía en mi pecho.

"La verdad se lo agradezco," pensé, "no solo porque me está ayudando a tomar un respiro, sino porque mi mente está completamente marcada por su energía... y si lo encuentro a él tan pronto llegue, no sé si me controlaré. No quiero hacerle daño, pero es tan difícil cuando todo mi ser arde de rabia."

Me reprimí a mí misma, tratando de apartar esos pensamientos que me amenazaban con tomar el control. "¿Y si es alguien importante para él?" Eso me aterraba. Y si lo era, ¿qué significaría eso para nuestra relación? "No quiero destruirlo todo... pero, ¿seré capaz de controlarme?"

Susurré un pesado suspiro, intentando liberarme de la espiral de pensamientos oscuros. No quería que nada de eso interfiriera con lo que estábamos compartiendo. No quería arruinar este momento. Miré a Dereck, que ya había comenzado a sonreír, y asentí con suavidad. Su sonrisa era un bálsamo, y algo en su presencia me decía que todo iría bien.

Él arrancó el coche y cambió de dirección, alejándose del camino que nos habría llevado directo hacia la manada. Sentí que, al menos por un momento, podía olvidarme de todo y de todos. Después de un rato, giró a la izquierda, y pude ver cómo el paisaje cambiaba, volviéndose más tranquilo y menos cargado de recuerdos dolorosos.

-¿A dónde vamos? -le pregunté en voz baja, mirando el paisaje que pasaba rápidamente por la ventana. El viento que se filtraba por la rendija de la ventana acariciaba suavemente mi rostro, y me tomé un segundo para disfrutar de la calma que ofrecía ese simple momento.

-Primero a una cabaña para que podamos cambiarnos. -dijo con una calma en la voz, sin apartar la vista del camino. -Y luego, a un restaurante para cenar. El último lugar es una sorpresa.

La emoción en su tono era inconfundible, como si estuviera esperando con ansias algo que me haría sonreír o sentirme mejor. La manera en que lo dijo, tan entusiasta, hizo que mi corazón se aligerara, aunque el nudo en mi pecho no desaparecía por completo. Miré a Dereck, y pude ver la sinceridad y la ternura reflejadas en su rostro. Había algo reconfortante en la forma en que me miraba, algo que me decía que podía confiar en él, aunque mi mente dudara de todo lo demás.

-Gracias, Dereck. -murmuré, sin poder evitarlo. No sé si lo dijo por mi ánimo o porque, por primera vez en mucho tiempo, alguien me estaba cuidando. No estaba acostumbrada a recibir tanta bondad. Era extraño, pero increíblemente necesario.

No quise arruinar su momento de alegría, así que no dije nada más. Solo asentí, manteniendo mi mirada en el paisaje fuera del auto, permitiéndome escapar de mi mente por un rato, disfrutar de la paz que me ofrecía el momento.

Horas después, llegamos a una hermosa cabaña, alejada de todo...

Era un refugio escondido en medio de la naturaleza, y el lugar parecía sacado de un sueño. La cabaña tenía una estructura de madera rústica, con ventanas grandes de cristal que reflejaban las estrellas en el cielo. El exterior estaba cubierto de un suave tono beige que se combinaba perfectamente con la naturaleza que la rodeaba, mientras que el techo de tejas rojas parecía sacado de un cuento antiguo. La cabaña estaba elevada unos dos metros del suelo, dejando un espacio debajo donde crecían plantas salvajes que se enredaban entre las columnas de madera, creando una atmósfera de calidez y serenidad. El jardín que rodeaba la cabaña estaba lleno de hierbas aromáticas, flores silvestres y pequeños arbustos que parecían danzar con la suave brisa nocturna.

La noche ya había caído, y las estrellas brillaban en el cielo despejado, iluminando el camino hacia la entrada principal. Los rayos plateados de la luna se filtraban entre las hojas de los árboles cercanos, creando un ambiente mágico, casi irreal. Todo estaba en silencio, interrumpido solo por el suave crujir de las hojas bajo nuestros pies.

Al entrar en la cabaña, la calidez del lugar me envolvió. El interior era tan encantador como el exterior, con un diseño acogedor y elegante. Las paredes eran de madera clara, pulida, y combinaban a la perfección con los tonos cálidos de la decoración. El espacio estaba iluminado por lámparas de luz cálida que creaban una atmósfera íntima, con luces tenues que resaltaban los detalles delicados del lugar. El salón principal tenía un gran ventanal que ofrecía una vista impresionante de los árboles y la oscuridad del bosque, mientras que una chimenea de piedra se erguía en el centro, invitando a relajarse frente al fuego.

En el centro del salón había una alfombra suave de tonos terracota y beige, que hacía que el ambiente se sintiera aún más hogareño. Los muebles eran sencillos, pero de gran gusto: un par de sillones de cuero marrón, una mesa de madera maciza con algunos adornos simples, y una estantería con libros bien ordenados que invitaban a pasar horas sumidos en sus páginas. La mezcla de colores cálidos y materiales naturales creaba una sensación de calma y tranquilidad, como si todo estuviera diseñado para desconectar del caos exterior y sumergirse en la paz absoluta.

La habitación a la que me dirigí era igual de hermosa. Un cuarto sencillo pero con un toque de elegancia rústica, como todo lo demás en la cabaña. La cama, grande y acogedora, estaba en el centro de la habitación, con una cabecera de madera tallada a mano que se destacaba en tonos oscuros. Las sábanas blancas y suaves contrastaban con las mantas de lana gris que cubrían la cama, dando un toque de confort inigualable. Las paredes, también de madera clara, estaban decoradas con cuadros sencillos que representaban paisajes naturales, mientras que las lámparas de mesa en cada esquina emitían una luz cálida que completaba el ambiente relajante.




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