Prólogo.

"No todos nacimos siendo malos, a veces nos dejamos dominar por la oscuridad que se encuentra en nuestro interior y vagamos por un camino oscuro en busca de alguien que encienda una luz”.

***

El demonio tomó a la niña en sus brazos para desaparecer de la escena por entre medio de los frondosos árboles que formaban ese oscuro bosque. Dejando a unos padres, tíos, primos y amigos desesperados, desbastados e impotentes por el secuestro, que había ocurrido delante sus narices más no pudieron hacer nada para evitarlo.

El pequeño ángel era llevado por el príncipe del infierno, juntos rondaban por la fría y solitaria noche. Los aullidos de los lobos que los asechaban llenaban el ambiente y la Luna llena iluminaba su camino hasta una cabaña que se encontraba en lo más recóndito del bosque, una zona prohibida, según predicaban algunos.

Al entrar en su morada con la respiración agitada por su larga caminata, dejó suavemente a Luz en el suelo y la observó atentamente. Yaroslav la miraba con curiosidad, casi con espanto, la pequeña no trató de quedarse con sus padres, ni se resistió a su captura. Ella solo se dejó llevar entre sus brazos hacia un lugar que no conocía por un extraño. Los gritos de su madre y de su padre tampoco la inmutaron, al contrario, su estado era de alguien que ya sabía todo lo que iba a ocurrir.

Luz recorrió con la intriga el sitio donde se encontraba, analizando cada detalle, hasta que se detuvo enfrente del demonio que no apartó en ningún momento sus ojos de ella. Una mueca en su rostro lo alertó, creyó que iba a ponerse llorar pero lo que ocurrió a continuación lo asustó. La niña se giró de golpe dándole la espalda y estiró sus manos.

-Oscuridad mala...

Murmuró la pequeña antes de que por sus manos comenzaran a salir rayos de luz blanca. Yaroslav retrocedió aturdido por la luz que estaba en todos lados, la cocina, la sala, las habitaciones. Pero no era una luz mala, como con la que nos asustaban de pequeños sino nos comíamos nuestros vegetales, esta era tranquilizadora...

Sus padres no le habían puesto su nombre por un azar de la vida y el demonio había comprendido el por qué. Ella poseía algo en su interior, algo que ellos supieron reconocer desde el primer instante en que sus ojos se abrieron. En lo más recóndito de su ser se hallaba una fuerza abrasadora, un poder demasiado abrumador para una criatura de la oscuridad como él, era algo que Yaroslav jamás podría controlar como demonio del cargo más alto en la jerarquía del infierno.

Una niña como ella nunca podría estar en un lugar tan sombrío y fúnebre, eso era algo que él supo de forma inmediata. Su sitio en este mundo jamás iba a ser encerrada en ese sitio.

Las paredes habían tomado un color más reluciente, más vivo. El ambiente había tomado otra energía, como la que solía tener hace varios años atrás, antes de que un terrible accidente atormentara el lugar y los recuerdos lúgubres invadieran el espacio.

Una risa angelical llenó la casa, dando por sentado que su objetivo se había realizado con éxito. Sus ojitos se abrían y cerraban con lentitud, reflejando el cansancio que cargaba la niña. Yaroslav se acercó a ella y se acuclillo a unos centímetros.

Luz al ver su trabajo terminado, se acomodó entre los brazos del demonio y pasó sus pequeños brazos por su cuello.

-Así está mucho mejor...

El demonio la sujetó entre sus brazos, sin apartar los ojos de su sala de estar. Un escalofrió recorrió toda su columna vertebral. Tanto poder en un ser tan pequeño no podría ser bueno para nadie. Apartando una serie de pensamientos oscuros, se dirigió hasta la habitación. Dejó a la niña sobre la cama y la arropó con una sábana, para luego dirigirse a la cocina.

Se sentó sobre el banquillo con un vaso de whisky en la mano, su único amigo que lo acompañaba en las noches de soledad.

-Necesito pensar algo rápido…

Despeinó su cabello y apoyó la cabeza sobre el duro mármol, lamentándose por haber vuelto hacer una idiotez, que seguramente esta vez le podría costar la vida si lo encontraban. Esta vez había metido la pata y hasta el fondo.