“-Duele, ¿Verdad?
-¿Qué?
-Querer a alguien que está enamorado de otra.”
Yaroslav
-¿La Dera e Hyrjes?- Me pregunta Matt extrañado- ¿Perdiste la última gota de cordura que te quedaba? Esa maldita puerta es solo un mito, jodido imbécil. ¿Hiciste todo este escándalo por eso? Cuando ella te encuentre te va a matar.
-No, no es un mito.- Respiré profundamente mientras me agarraba el puente de la nariz- Necesito encontrar esa puerta y la única que me puede ayudar es Luz. Sabes perfectamente como yo que ella no es una niña normal…
-Esto es una idiotez, ¿En serio? La puerta prohibida es solo un jodido mito, ¡no las vas a encontrar ahí!- Gritó desesperado, tironeando de su pelo.- ¡Ya se fueron! Y esta idiotez la vas a pagar con tu vida si sigues así.
-¡¿Tú qué sabes?!- Gruñí molesto. Estaba cansado que me diga lo mismo siempre, hay una posibilidad para todo. Las oportunidades se van acabar cuando esté muerto, y para mi suerte soy inmortal.
-¡También fueron mis amigas!- Gritó de vuelta.- ¡Y se fueron, no van a volver jamás! Supéralo de una maldita vez, porque vas a cobrar con la vida de otros todos tus errores.
Mi cara se desfiguró por la ira. Creí que se me iba a partir la mandíbula por la fuerza que estaba ejerciendo.
-¡Entonces no los necesito!- Grité de tal forma que la casa se sacudió.
Una bola de fuego apareció, la cual lancé hacia Matt. Parecía un toro rabioso, solo veía rojo. El vampiro esquivó cada golpe que quería darle hasta que mi mente macabra empezó a maquinar.
Me giré de golpe y apunté a Chad, la bola de fuego estaba por llegar a él hasta que Matt la quiso alejar, mandándolo lejos a él. Chocó contra la pared y se desplomó en el suelo. Con grandes zancadas me acerqué a él y me agaché a su lado.
-A mí no me gusta que me digan lo que tengo que hacer ni que me ordenen.- Los miré a todos. Chad seguía parado en su lugar sin poder creer lo que había hecho.- ¡Acá están olvidando quien soy yo en verdad! El puto Príncipe de las tinieblas y a mí nadie me pasa por encima.- Murmuré lo último entre dientes.
-¡Yaroslav!- Gritó Azhara con terror, corriendo en nuestra dirección. -¡¿Qué demonios te ocurre?! –El horror era palpable en su voz y me sentía satisfecho por ocasionarlo, nadie se metía conmigo.
Mi respiración era irregular y sentí la necesidad de acabar con todos ellos, como me rasgaban por dentro para liberar a la bestia que habitaba en mí. Mi pecho se agitaba con violencia, giré mi rostro y lo fijé en el espejo de mi salón.
Mis pupilas abarcaban la mayoría de mis ojos, tornándolos un pozo sin fondo en el cual cualquiera se podía ahogar. Una bola de energía brotó de mi mano, mis dedos picaban para lanzarla de nuevo, buscaban una nueva víctima.
Observé de nuevo mi reflejo, siempre me fascinaba ver como la oscuridad me tomaba por completo, susurrándome que destroce todo. Hace años que no lo hacía, una niña de ojos castaños lo impedía, murmurando en mi oído que solo era de ella y no de la oscuridad, que no podían robar lo que le pertenecía.
-Yaroslav…- Busqué la voz que me llamó y vi a Akira con los ojos vidriosos.
Bajé lentamente mi brazo, desvaneciendo la bola de energía. Moví mi cabeza bruscamente, alejando a la oscuridad y encerrando a la bestia. Gruñí fuerte y salí corriendo por la puerta.
¡Joder! Yo no quería que esto pasara.
Pero por lo menos demostraste la realidad.
¿Cuál?
Que sacrificarías cualquier cosa para tenerlas… Aunque eso signifique la vida de ellos.
Eso no es verdad… No… ¿O sí?
Corrí por el bosque que se encontraba hundido en una tranquila oscuridad, no como la mía, que se había vuelto una tormenta.
-¡Maldita sea!- Grité con todas mis fuerzas sin detener mis pasos, quería liberar mi dolor de alguna forma.
Me paré de golpe, antes de caer en el precipicio. Tendría que haber saltado, total, no me hubiera pasado nada. ¿Quién dijo que la eternidad era un regalo? Era una maldita tortura.
Pateé una piedra que cayó al vacío y suspiré sonoramente. Giré sobre mis talones y me recosté sobre un árbol.
Soy un demonio, no, soy el príncipe de los demonios. ¿Cómo mierda caí tan bajo? ¿Cómo recuperé mi alma? Hace siglos que no la tenía, esa estúpida parte de mí que se encontraba atada a mis sentimientos. Ella se encargó de traerla de nuevo, de torturarme, de salvarme. ¿Y para qué? Si al final me dejó solo. ¿Por qué no pudimos terminar juntos?
Samuel…
Maldito bastardo suertudo. Él rompió todas las leyes que conocía y aun así terminó con su amor. ¡MIERDA!
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Editado: 20.07.2020