Siana
¿Qué hice? ¡Dios! ¡¿Qué hice?!
Miro el cuerpo de Clark inerte a mis pies. Escucho un jadeo, aunque no sé si proviene de mi, o del.
No es mi culpa, me digo en mi mente. No claro que no es mi culpa. Él me apunto con un arma en la cabeza, solo vine y me defendí.
Con otra arma. ¡¿Cómo pude a dispararle a una persona?! Jamás he sido capaz de dañar a alguien, ni a una mosca. Y véanme ahora. Tengo el cuerpo de un hombre yaciendo a mis pies con una herida de bala en el estomago.
¡¿Qué hice?!
—¿Siana? —escucho a lo lejos, pero no puedo mirar o saber de quién es. Mi mirada esta fija en el hombre a mis pies.
—Le dispare —digo en voz distante—. Mate a un ser vivo.
—No lo hiciste, nena. No lo mataste, pequeña flor —murmura, y escucho sus pasos acercándose a donde estoy.
El sonido de sus zapatos me alarma, y asusta. —¡No te me acerques! —Grito alzando la pistola que me había entregado Malcom hace tres noches—. No soy una flor, no soy una puta flor ¿Entendido? —gruño con los ojos bien cerrados.
—Nena, mírame. No hiciste nada malo, créeme por favor. Mírame Siana —demanda esa persona.
Abro los ojos lentamente, aun con miedo a que aquella persona sea Julius, o Joshua. Cuando por fin los abro completamente, miro a Clark gimiendo de dolor.
—¿Ves? Sigue vivo ¿Lo ves? —pregunta y asiento robóticamente—. Ahora larguémonos de una vez. Antes de que vuelvan aquí.
—¿Cómo puedo confiar en ti? ¿Cómo se que no eres uno de ellos? —pregunto esta vez.
—Siana, soy yo. Edward, tu mejor amigo. El chaparro que le jalabas el cabello, todas las tardes cuando no quería jugar contigo. Al que visitabas todos las semanas con tu madre. Ese Edward, tu Edward —dice.
Lo miro, y está en lo cierto es Edward.
Mi Edward.
Un suspiro de alivio brota de mis labios, mientras las lágrimas se abren paso cayendo a cataratas. —Por favor, sácame de aquí. Te lo ruego, Ed. Sácame de aquí.
***
Miro mis manos recién limpiadas, y curadas. Es raro verlas así de nuevo. Aun puedo sentir la tierra en ellas, y la sangre. Aun puedo sentir la vibración del disparo en mi cuerpo.
Aun puedo sentir las manos de ese tipo por todo mi cuerpo.
—Siana, háblame cariño. Ya estas a salvo —dice Linda, por quinta vez en esta hora.
No le respondo, ni la miro. No puedo. Me siento sucia, todavía me siento mugrosa por todo lo que pase ahí.
Y no creo que pueda dejar de pensar así, hasta que los hematomas salgan de mis brazos, piernas, estomago, manos, pies, cara... De todo de mi cuerpo.
—¿Por favor? Siana, hermanita mírame y háblame, te lo ruego.
—¿Cómo has estado, tu? —pregunto con una sonrisa.
—He tenido días mejores —confiesa—, ¿y tú?
—También. Te tenido días mejores ¿llamaron a los paramédicos? ¿O aun esta en aquel almacén? —la miro esperanzada. Si me entero que Clark murió, no podre con la culpa.
—Si lo hicieron, seguro lo están atendiendo ahora mismo —dice y sé que miente, pero no me importa. Es mejor vivir en la ignorancia que vivir sabiendo.
—Bien.
—¿Quieres hablar? —pregunta y le sonrío.
—No es nada que no haya vivido antes, Lin. Mac lo hacía con frecuencia ¿sabes? —Comento con indiferencia—. El a veces traía a hombres, para que jugaran con la pequeña flor Swartman. Odiaba que hiciera algo mal. Nunca podía equivocarme, alzar la voz, o negarme a algo. Siempre tenía que hacer lo que quería —digo mirando el azulejo.
—¿Por qué nunca me lo dijiste?
—¿Decirte qué, Lin? ¿Qué mi padre era un bastardo abusador? ¿Eso? No amiga, no logra nada con eso.
—Podías...
—No podía ir a la policía, y acusarlo por agresión. Mi madre lo intento, incontables veces. Lo único que lograba era “Lo investigaremos señora” y una paliza de mi padre. Nos rendimos hace tiempo.
—Oh Sia...
—Ya estoy bien. Ahora ayúdame a salir de esta bañera. Me volveré una uva pasa si sigo aquí —comento desdeñosa.
—Estuvimos preocupados, Sia —confiesa, y yo asiento, tomando su mano—. ¿No era mejor que no te hubieras puesto un traje de baño? —pregunta, solo niego.
—No quiero desnudarme por completo ¿vale? —digo.
Ya fuera de la bañera, tomo la esponjosa toalla, para secarme. Casi gimo al sentir el suave material contra mi piel. Esta tan sensible, que cualquier cosa duele.
—Te dejare sola para que te cambies ¿de acuerdo? —me dice señalando a la puerta.
—Sí, gracias. No vemos afuera.
***
Salgo de la habitación con una gran sonrisa, pasando de largo a los presentes en mi sala. Solo los ignoro y camino hacia la cocina.
Comienzo a tararear una nana que me cantaba mamá cuando era pequeña, lo hacía para calmarme y llevarme mi mente a lugares mejores. En estos momentos está logrando su objetivo.