- ¿Y lo ha visto todo el mundo? Pobre Jennie. Este tipo me cae bien – dijo sin ocultar su satisfacción. Carraspeó claramente -. A lo que venía. Gente, tenemos un pequeño problema – dijo mirando a su hermanastro -; mi madre me acaba de mandar un mensaje a kakaotalk diciendo que tiene dolor de cabeza y que si podemos ir a otro sitio a ver las películas.
Jimin maldijo entre dientes, y Jungkook nos miró esperando una respuesta. Hacía más de una semana que lo habíamos planeado todo. Nadie quería desechar el plan.
- A mi abuela no le importaría que fuéramos – dijo Dahyun -, hoy ha quedado con unas amigas, pero nuestra tele es pequeña.
Desde que sus padres se separaron, vivía con su abuela, una viejecita muy simpática que quería a su nieta más que a nada en el mundo. Vivían en una pequeña casa de las afueras con un jardín un tanto asilvestrado. Para aportar algo a la escasa renta de su abuela, Dahyun trabajaba de camarera tres días a la semana en el Itaewen, un club inaugurado hacía unos meses.
- Podríamos ir a mi casa, mis padres no están – propuso Tae -, y el ampli de mi padre ya está preparado.
- ¡Sí! – dijo Jimin emocionado -. Tema solucionado. ¿Qué peli vemos?
Intercambiamos miradas, Taehyung se encogió de hombros.
- ¿Os apetece noche de terror? – preguntó Jungkook inseguro -. Dentro de poco es Halloween.
- Buena idea. Yo me encargo de los DVD – dijo Jimin -. ¿Qué os parece Abierto hasta el amanecer?
- ¿Pueden venir Hoseok y Minho? – preguntó Tae.
Hoseok era el hermano de Jennie y un año mayor que ella. Él y Tae, que pasaban horas juntos jugando a lo que sea, eran muy buenos amigos. Que su hermana fuera una arrogante no quitaba que él fuera más bien divertido y amable y tuviera una sonrisa de ensueño. Los intentos de Jennie de emparejarlo con una de sus amigas habían sido un fracaso.
Minho, el segundo capitán del equipo de esgrima después de Tae, era alto, con buen cuerpo y tenía un humor ácido. Había sido víctima de Jennie antes de que Yoongi entrara en el instituto.
El timbre marcó el final de la pausa y el pasillo se vació de alumnos. Terminamos de planear nuestra noche de vídeo de prisa y corriendo. Naturalmente nadie tenía ningún problema con que vinieran Hoseok y Minho, y quedamos a las siete en casa de Tae. Dahyun, Jungkook y yo haríamos magdalenas y ensaladas, y Jimin, Taehyung y los otros dos se encargarían de los DVD, la bebida y las bolsas de patatas fritas. Tenía que apurarme si no quería llegar tarde a clase de física. El profesor Kong me miró con desaprobación a pesar de que él también estaba de camino al aula.
Después de la última clase, cuando volvía al coche bajo el sol de mediodía, me di cuenta de que por la mañana me había olvidado de la chaqueta en el asiento del copiloto. Me empezaron a picar los brazos; si no andaba con cuidado, por la noche iba a parecer una langosta. “Un tipo leve de alergia al sol”, había sido el diagnóstico del médico. Si la cosa empeoraba podían llegar a salirme ampollas. El calor y la sensibilidad extrema no eran para tanto, pero los picores me exasperaban. Quizá debía agradecerle a mi tío que me hubiera traído a este pueblo y no a cualquier otro más caluroso.
Mi ciudad podía estar alejada del “mundo civilizado”, pero – además de un pequeño centro comercial donde se compraba muy a gusto, un par de clubs donde ponían buena música y un cine no muy atrasado en comparación con los de las grandes ciudades – tenía justo lo que necesitaba: bosques interminables ideales para hacer largas caminatas. Nuestra casa se encontraba en las afueras, justo donde empezaba la arboleda. Más allá sólo estaba la mansión de Wale, cuyo terreno colindaba con el nuestro y tenía arces centenarios rodeando un lago que reflejaba las nubes y adónde iba a nadar a menudo en verano. La casa debía de tener más de cien años y hacía veinte que estaba abandonada. Lo sabía por la abuela de Dahyun. Parecía no tener dueño, y si lo tenía no parecía importarle que acabara en ruinas. Me dolía en el alma, porque me encantaba la elegancia atemporal que emanaba, con sus altas ventanas en ambos pisos y la generosa veranda de columnas que rodeaba toda la vivienda.
De vuelta a casa pasé por la verdulería a la que siempre iba Hyeon y compré un par de ingredientes para la ensalada. En la entrada estaba el monstruoso Hyundai que mi tío siempre utiliza cuando está por aquí. Por el portón entreabierto divisé el morro del Mercedes que normalmente conducía Hyeon y Namjoon. Él estaba lavando y puliendo el Hyundai, como cada semana, y me saludó con la mano.
- Déjalo ahí, cuando acabe con éste me pongo con el tuyo – me dijo.
- Pero lo necesitaré esta tarde.
- No te preocupes, pequeña, esta tarde lo tendrás más que listo. ¿Adónde vas?
Este frunció el ceño.
- ¿Quieres que te lleve?
- Gracias, pero prefiero ir sola – dije con resolución.
- Como quieras.
Entré en el recibidor y cerré la puerta de la pequeña villa – no se podía llamar de otra manera – con la certeza de que Namjoon andaría cerca de la casa de Tae esa noche. Una cocina deslumbrante de acero y cromo totalmente equipada, y con una mesa grande con media docena de sillas, ocupaba la mitad del piso de abajo. Al lado estaba el comedor, que apenas utilizaba porque prefería comer con Namjoon y Hyeon en la cocina. El suelo estaba cubierto por una alfombra oriental y albergaba un enorme piano negro de cola que no se tocaba porque nadie sabía. En la planta de abajo también estaba el baño de Hyeon y Namjoon. Él vivía en un apartamento encima del garaje. Una puerta de la sala llevaba al ala derecha de la casa, que ocupaban el salón y el despacho de mi tío, unidos a su dormitorio y su baño por una escalera de caracol. Por la escalera de la entrada se llegaba a la otra mitad del primer piso, mi reino, que contaba con un baño y dos habitaciones para invitados, que nunca se había usado. Mi tío Seokjin no quería extraños en casa, ni siquiera sus socios, que venían muy de vez en cuando, y no se quedaban más de un par de horas. Su sobreprotección llegaba hasta tal punto que me prohibió expresamente que trajera a ningún amigo a casa. A saber por qué.