Sentí algo parecido a la desesperación oprimiéndome el pecho. Se inclinó hacia adelante juntando las yemas de los dedos estirados y me miró con sus misteriosos ojos.
- Quizá porque es lo mejor para ti – dijo finalmente en voz baja, y apartó la mirada.
Se me hizo un nudo en la garganta; me estaba rechazando sin rodeos.
- ¿Dices que es peligroso tenerte cerca? ¿Por qué, acaso tienes una enfermedad contagiosa? ¿Te persigue la mafia y estás en un programa de protección de testigos? -dije, reí amargamente y no con burla, que era como en realidad quería -. Sé decidir solita lo que me conviene y lo que no, gracias.
- No lo parece, si no, no me irías detrás.
- ¡No te voy detrás! – contesté.
Levantó una ceja y se quedó callado.
- ¡Muy bien! – dije furiosa -. Lo mejor será que me vara. No te preocupes, no te agobiaré más, ni te molestes en llevarme a casa.
Le pediría a Namjoon que viniera a buscarme. Tenía ganas de llorar, pero ¿por qué?
Rebusqué en la bolsa, pero no encontraba mi móvil. Se me cayó el libro al suelo.
- ¡Maldita sea! – exclamé y me agaché a recogerlo.
Min también se había agachado y tenía el libro en las manos. Como en el teatro, también se paró el tiempo. Estábamos muy cerca el uno del otro, sólo veía sus ojos, sus misteriosos, oscuros, serios y preciosos ojos. Soltó el libro. Como una brisa de invierno su mano se posó en mi mejilla y la fue bajando hasta el cuello.
Sentí su pulgar palpando mis latidos, bajó la mirada, algo en sus ojos había calmado, se habían vuelto más claros. Tragó saliva y apretó las mandíbulas. Su respiración se aceleró y dio un paso atrás tan repentino que me asusté. Nos miramos, él retrocedió hasta la chimenea y se dio la vuelta confundido. Sólo se oía el crepitar del fuego. No entendía qué había pasado, el corazón me latía con fuerza.
No sabía si echarme a reír, estaba confundida.
- Ha parado de llover – dijo -, recoge tus cosas y espérame fuera. Voy a por la Blade.
Fue como un cubo de agua fría, parecía que huyera de mí, y me dejó en el borde de un abismo. Era verdad que había parado de llover, y ya estaba atardeciendo. Yoongi me esperaba montado en la moto.
Me tendió una chaqueta y un casco.
- Ponte esto o te resfriarás – dijo.
- ¿Y tú? – dije poniéndome la chaqueta.
Poco me faltó para que me temblara la voz. Fuera lo que fuera lo que había ocurrido antes, ya era agua pasada.
- Yo no me calé hasta los huesos – dijo encogiéndose de hombros -. ¿Quieres que lleve tu mochila?
Sabiendo cómo conducía, preferí dársela a él. Me agarré fuerte, todavía estaba algo aturdida. ¿Cómo podía seguir como si nada? Era como si tuviera un interruptor o fuera otra persona. Quizá tuviera un desdoblamiento de personalidad. ¿Por eso decía que era peligroso que estuviera con él? ¡Qué tontería!
Corrió como un loco a pesar del asfalto mojado. Me aferré a él y me consolé con que esta vez por lo menos llevaba casco. No frenó hasta que llegamos a mi casa.
- Gracias por traerme – dije.
- Una cosa… - dijo, y carraspeó -. Me gustaría que no le dijeras a nadie dónde vivo.
Sonaba a súplica, las sorpresas no parecían tener final.
- ¿No quieres que te vaya a visitar Jennie? – dije contenta -. ¿O tus ex?
- Entre otras – contestó - ¿Guardarás el secreto?
En las primeras horas de la noche, sus ojos seguían siendo misteriosos y oscuros.
Parecía más pálido que de costumbre y tenía ojeras.
- Vale, no se lo diré a nadie – dije.
No podía creerlo, Min Yoongi me sonrió, y no de manera arrogante o sarcástica, sino agradecida y cariñosa, y a la vez inusualmente cansada.
- Gracias – dijo.
- De nada – contesté un tanto cohibida -, hasta el lunes.
- ¿lunes?
- En clase de literatura china.
- Ah, claro – dijo, ya veremos.
Nos alumbraron los faros de un coche, y reconocí al conductor: Taehyung, que paró medio metro detrás de nosotros. Yoongi me dedicó una breve mirada, se puso el casco y aceleró. Seguí la luz roja hasta perderla de vista. Era una locura, pero me dio vértigo pensar en le clase del señor Webber.
- ¿Ese no era Min Yoongi? – dijo Taehyung.
- Hola, Tae – dije dándome la vuelta – Sí, era Yoongi.
Me miró de arriba abajo: vaqueros negros y jersey claro desconocidos en mí y demasiado grandes. Tras sacar sus propias conclusiones, me miró con desaprobación. Se me subieron los colores y apreté la mochila contra mi pecho.
- No es lo que piensas – dije.
Me hizo otro repaso y apreté con más fuerza la mochila. Me alcanzó una bobina de CD.
- Los tenía Jimin – dijo -; como veía de paso me pidió que te los devolviera.
- Gracias – dije, y los cogí sin mirarlo.
- ¿Te apetece venir conmigo esta noche al cine? – preguntó un tanto brusco.
Me lo quedé mirando, sorprendida, pero luego negué con la cabeza.
- No te lo tomes a mal – dije -, pero hoy no me siento muy bien.
Y no era totalmente falso. Tae apretó los labios.
- Bueno, otra vez será – dijo con una sonrisa algo forzada -. Nos vemos el lunes.
El coche arrancó y esperé a perderlo de vista antes de entrar en casa.
Subí directamente a mi cuarto para no encontrarme con Hyeon. No hacía falta que también me viera con la ropa de Yoongi. Seguramente me haría preguntas que no sabría cómo responder.
No respiré tranquila hasta que no estuve en mi habitación. Me flaqueaban las piernas y tenía un nudo en el estómago. Me tiré en la cama, no podía dejar de darle vueltas a lo que había pasado esta tarde. Quizá una ducha caliente me despejaría un poco.
En la bañera, en una nube de vapor, me quedé embobada mirando las baldosas. Seguía con un nudo en el estómago y también en la garganta. Salí del agua, me sequé, y una vez en la habitación puse un CD. En la cama me abrecé a un cojín. A mis pies estaba la ropa de Yoongi y me quedé mirándola fijamente un buen rato. Cogí el jersey y acaricié la lana, una y otra vez. Hyeon llamó para cenar. No recuerdo que le respondí, pero no tenía hambre.