Seguí en Babia hasta que me dormí.
Desperté abrazada a mi almohada, y me vinieron unas imágenes borrosas de un sueño con Yoongi en que él me miraba con sus brillantes ojos mientras yo dormía. Me desperté con los pies fríos, apenas tapada por el albornoz. Otra vez me dolían las encías, y tenía un nudo en el estómago.
Fui al baño, tenía unas ojeras de campeonato, me hice un té y regresé a la cama. Por suerte Hyeon había salido, no tenía ganas de hablar con nadie.
Vi la ropa de Yoongi sobre la cama y me hundí aún más en la miseria. Estaba enamorada de él, y no me quería ni ver. No sabía qué hacer, aunque tampoco hubiera sabido qué hacer si me hubiera correspondido. Era la primera vez que me enamoraba.
Dando sorbos al té me quedé mirando el jersey y los vaqueros; no podía seguir así, tenía que quitármelo de la cabeza, cuanto antes mejor.
Aproveché que Hyeon no estaba, cogí la ropa y la metí en la lavadora; no debían enterarse de que había llegado a casa con la ropa de un chico. Ya había sido suficiente la cara que había puesto Tae. Si se enteraba mi tío Seokjin, se me iba a caer el pelo.
Sonó la melodía de mi móvil, era Jungkook, me invitaba a su casa para que viera lo que se había comprado el día anterior. Aunque no tenía ganas, pensé que hablar de últimas tendencias me distraería de Min Yoongi.
En casa de Jungkook estaban poniendo la mesa, su madre había hecho pasta y me invitó a comer. Jimin había salido con Tae y Hoseok, ni su madre ni Jungkook sabían adónde.
Por cortesía comí un par de farfalle con salsa de espinacas, ajo y crema, pero me sentaron mal y salí corriendo al baño. La madre de Jungkook me miró con lástima cuando volví y rechacé su propuesta de llevarme a casa. Me dieron unas gotas para el dolor de estómago, me prepararon una bolsa de agua caliente y me taparon en el sofá de la habitación de Jungkook con una manta de lana. Para distraerme, Jungkook me contó con pelos y señales su peripecia en el centro comercial. Mientras, se iba probando ropa e imitaba a los modelos sobre las pasarelas de una forma muy basta. Escuchamos CD nuevos, leímos revistas y hablamos cobre nuestro vestuario para la fiesta de Halloween, que finalmente se iba a celebrar como siempre en el gimnasio de la escuela una vez se asumió que el teatro no era seguro.
Fue una tarde corriente de amigos, pero aun así no conseguía centrarme. Jungkook me pilló varias veces mirando a las musarañas, y cada vez que me preguntaba qué me pasaba, le respondía que nada, pero me sonrojaba. Cuando la conversación desembocó en los “amoríos” y quién me sería mi pareja en la fiesta, pensé que lo mejor sería ir despidiéndose.
Tuve que convencer a su madre de que no hiciera que me llevaran.
De camino a casa pasé por la antigua mansión. Me había llevado las cosas de Yoongi a casa de Jungkook para acabar de una vez con esa historia. Me pareció ver un par de veces una sombra entre los viejos arces, pero desapareció demasiado rápido como para ver de qué trataba. Con cada paso, el corazón me latía más rápido, y seguía con el estómago revuelto.
Llamé a la puerta, pero nadie me contestó, volví a llamar y esperé.
Nada.
Intenté abrirla, pero estaba cerrada. Di la vuelta a la casa y miré por las ventanas, todo estaba como el día anterior. Inexplicablemente aliviada volví a mi coche y me olvidé de dejarle la ropa en la puerta. Ya se la devolvería en la escuela.
Esa noche volví a soñar con Yoongi.
Estaba al pie de la cama y me miraba impasible.
****
El hombre de la calle, aunque inseguro, entró con él en el callejón. Al cazador le había costado mucho localizarlo, y más aún convencerlo de que le dijera dónde había encontrado el medallón de San Jorge. Lo tuvo que invitar a un café y ofrecerle un fajo de billetes. La historia que le contó no hizo más que confirmar sus temores, y lo llenó de rabia y desesperación. Le prometió más dinero si lo llevaba a donde lo había encontrado.
Llegaron a un callejón oscuro y sin salida. El hombre olía a alcohol y a sudor, y el callejón tampoco olía mucho mejor. A veces no era una ventaja tener los sentidos de un depredador. Había bolsas de basura a un lado y el esqueleto oxidado de un coche.
- ¿Fue aquí? – dijo el cazador.
- Si, señor, justo aquí – contestó el vagabundo temeroso.
- ¿Y qué vio exactamente?
- Cuatro o cinco tíos le estaban dando una buena paliza – dijo, y lo miró.
- ¿Dónde le pegaron exactamente?
- Ahí, donde está el coche viejo – respondió -, lo empujaban contra él. Ni le dejaron un hueso sin romper, eso seguro. Ahí encontré el medallón, debajo del coche.
- ¿Se fijó si le rompieron el cuello? – dijo el joven.
- ¡Uf! Ni idea, estaba en esa esquina y sólo rezaba para que no me descubrieran.
- ¡Intente acordarse!
- Puede ser, le colgaba la cabeza cuando se lo llevaron.
- ¿Adónde?
El vagabundo se encogió de hombros, meneando la cabeza.
- Sólo vi como lo sacaban del callejón – dijo -, nada más. Aunque escuché un motor poco después de que salieran, muy potente. Era una pick-up. Otro tío dijo que lo hicieran desaparecer cuando acabaran con él.
- ¿Qué hombre? – preguntó el cazador sorprendido.
- Pues uno bien elegante – respondió – Pero sólo lo vi de espaldas. Era como yo de alto, pelo oscuro….no hizo el trabajo sucio, solo miraba. Eso fue todo lo que vi.
El yudraj asintió y esperó a perderlo de vista para acercarse al esqueleto del coche. La lluvia ya habría borrado todas las huellas dactilares. Tenía miedo de encontrar alguna que confirmara lo que recién le habían contado. ¡No! ¡No podía pensar lo peor sin una prueba que le demostrara que se trataba de quién pensaba!