Después de buscar un rato encontré una tetera, una cucharilla y una taza. No tenía ni una pieza del mismo juego en los armarios o en los cajones, y el bote de metal era lo único que había en la nevera. El contenido parecía miel azucarada, sólo que de un rojo muy oscuro, casi marrón. Puse las dos cucharadas en el agua hirviendo. Se deshizo de maravilla. El resultado era espeso como un batido y no olía nada mal.
Se lo llevé, se incorporó y se lo bebió de un trago con manos temblorosas. No pareció importarle que estuviera ardiendo. Agarraba la taza con las dos manos, como si quisiera calentarse con ella. Con cada trago que daba se relajaba más. Acabó, dio un suspiro y se volvió a recostar todavía con la taza en las manos, aliviado.
- Gracias – dijo.
Parecía haberse tranquilizado de una extraña manera…. No me gustó lo que me vino a la cabeza. Parecía una yonqui después de su dosis. Lo examiné. ¿Era una alucinación, o su cara empezaba a tomar color?
- ¿Qué era esa bebida? – dije sin estar segura de querer oír la respuesta.
- Sopa instantánea – dijo tenso, y supe que no era cierto.
No sabía qué decir o qué pensar. Quizá mi silencio le advirtió de que algo no iba bien. Alargó el brazo en mi dirección a ciegas, y aunque quise apartarme, me agarró de la muñeca, esta vez suavemente, pero no dejaba que me soltara.
- ¿Qué te pasa? – preguntó.
- Nada – respondí.
- ¿Nada? No sabes mentir.
- Igual que tú – contesté sin pensar.
Me tapé la boca con la mano, pero ya estaba dicho.
- Muy bien, entonces dime por qué crees que te he mentido y cuándo.
- Ahora mismo – dije sabiendo que estaba en la boca del lobo.
No tenía sentido poner excusas, en parte porque era verdad: ambos habíamos mentido.
- ¿No te crees que fuera sopa? – dijo frunciendo el entrecejo - ¿Por qué? ¿Nunca has visto un preparado que se disuelva en agua?
Claro que los había visto, hasta Hyeon los utilizaba para las salsas o las sopas.
- ¿Entonces? – insistió al no recibir respuesta.
- Parecías un… - dije sin atreverme a acabar la frase.
- ¿Parecías un…? – repitió.
- Un yonqui – murmuré, y bajé la cara.
Yoongi se quedó en silencio unos segundos y luego empezó a reír. Primero fue una risa tímida, luego una carcajada descarada. Lo miré sonrojado. Le costó unos minutos recuperar la compostura.
- Me han dicho muchas cosas en la vida – dijo meneando la cabeza -, y algunas eran ciertas, pero ¿esto? No soy un niño bueno, pero nunca tuve que ver con drogas, te lo juro.
No sé por qué, pero le creí, por lo menos en lo que a las drogas se refería, por más que aún conservara mis dudas acerca de la sopa. Antes de que pudiera decir nada me dio la taza.
- ¿Me preparas otra, por favor? – me pidió.
En la cocina olí la pasta intentando averiguar qué era. Sin duda olía bien, pero no lo había visto en mi vida. Después de dudarlo chupé la cucharilla. Era salado, tenía un ligero sabor a metal y a la vez un toque dulce. Si realmente era sopa instantánea, era la más exótica que había robado nunca. Me recordó un poco a mi té, sólo que este sabor era más intenso y me hizo recuperar mi dolor de encías y dientes, como si le hubiera dado un mordisco a un cubito de hielo.
Yoongi seguía sentado en el sofá con los ojos cerrados; me quedé mirándolo sin que lo advirtiera. Lo había visto sólo un par de veces sin sus gafas oscuras y en ese momento tuve todo el tiempo del mundo para observarlo. Cuando las llevaba puestas se apreciaba su belleza, clásica y peligrosa a la vez, pero sin ellas no me pasó desapercibido lo guapo que era. No, más que guapo. Me quedé sin aliento. Quizá se debiera a la luz de la sala, pesada y cálida, o a que el pelo le caía sobre la frente, todavía sin color. Era un ángel oscuro y pálido. Nada de arpas y aureolas, no, era uno de esos ángeles que luchan contra demonios con espadas de fuego, un ángel cruel de la venganza.
- ¿Hana?
Me estremecí.
- Dime – respondí.
Como la última vez, sostuvo la taza con las dos manos, pero no tuvo tanta prisa y sopló antes de sorber. Me pregunté si se habría dado cuenta de que lo observaba.
- ¿Todo bien? – me preguntó.
- Claro – repliqué en seguida.
- ¿Seguro?
- Sí, claro – respondí sonrojada – Voy al coche a por tus cosas.
Parecía sorprendido, pero no dijo nada y siguió sorbiendo de la taza. Esperaba por lo menos que mis pasos en el pasillo no sonaran a huida. Respiré hondo, el intento de quitarme a Min Yoongi de la cabeza había sido un fracaso total. Estaba enamorada y punto. ¿Y él? ¡Ni en sueños! Pero ¿qué esperaba? ¿Qué cayera a mis pies y me jurara amor eterno? Esas eran chorradas romanticonas, ¡tenía que abrir los ojos! Él no me pidió que lo llevara a casa, más bien todo lo contrario. Tampoco me invitó a entrar en su casa, más bien no le dejé otra salida. Además, no se me había ocurrido nada mejor que llamarlo mentiroso y yonqui. Le di un golpe al capó del coche con frustración. Le tendría que haber dicho a Jungkook que lo llevara él. Tomé aire. Le llevaría sus cosas, también las que me había prestado el sábado, me aseguraría de que estaba bien y me iría.
Seguía tumbado en el sofá, con el brazo tapándole los ojos. Me acerqué silenciosamente. No quería despertarlo si estaba dormido. Dejé sus cosas al lado de la chimenea y me acerqué a él. Apartó el brazo de la cara, había recuperado el tono de siempre. Abrió un poco los ojos, todavía estaban algo rojos, pero no tanto como al principio, se distinguían el iris y la pupila. Pestañeó. Parecía que podía enfocar la mirada, me miró en silencio y me sonrojé. Tragué saliva.
Cuando iba a decirle que me iba, Yoongi se incorporó y, apoyándose en un codo, llevó su mano a mi nuca y me besó.
Me...besó...
Su boca era suave y firme a la vez, saboreé de nuevo lo salado y metálico con un toque dulzón. El tiempo dejó de correr hasta que poco a poco se apartó de mí.