En seguida me di cuenta de que ya no estaba en buena forma, jadeaba y me entró flato. Además, me dolía la pierna por la caída en clase de gimnasia. Todo por culpa del imbécil de Yoongi. Molesta y disgustada, aflojé el ritmo. Dudé un instante, pero acabé tomando la cuesta al mirador. Allí podría relajarme, a ver si me quitaba el dolor de barriga, que había ahogado las mariposas.
El camino era más empinado de lo que recordaba, lleno de pedruscos y raíces, que sobresalían por la erosión de la lluvia en los últimos días. Llegué sin aliento y sudando, pero no en vano; me sentía mejor.
Se oían golpes en la madera como si un pájaro carpintero anduviera picoteando cerca, sólo que a cámara lenta. Me di cuenta demasiado tarde de lo que realmente se trataba: era Yoongi sentado en una roca tirando piedras a un árbol. Las había lanzado con tanta fuerza y rabia que había roto la corteza. La Blade estaba a unos metros, en la otra entrada.
Nos miramos sin decir nada.
- ¿Qué haces tú aquí? – pregunté al cabo de un instante.
- No te preocupes, ya me iba.
Lanzó una piedra con tanta furia que se quedó clavada en el árbol, se sacudió las manos y se levantó.
Ni me miró al pasar por mi lado.
- ¿Por qué me has dejado dos horas después de decirme lo mucho que me amabas?
Me miró la mano herida.
- ¿Cómo te has hecho eso?
- ¿Por qué cambias de tema?
- Hana, responde a mi pregunta.
- Me he caído de la barra de equilibrios y me he cortado con el soporte – respondí.
- ¿Y por qué has resbalado?
- Me he distraído porque he oído a vuestro entrenador llamándoos a ti y a Tae.
Asintió como si lo que acababa de decir demostrara algo.
- Ahí tienes el porqué, Hana. Te has hecho daño por mi culpa. Con una vez es suficiente.
- Eso es una tontería, y tú lo sabes – dije meneando la cabeza – Así sólo me demuestras que te preocupas por mí. ¿Cuál es el verdadero motivo?
- Ya te lo he dicho, no te conviene tenerme cerca – contestó yendo hacia la moto.
Le corté el paso.
- Ya te he dicho mil veces que no me importa.
- Hana, es peligroso. Soy peligroso. – sonó casi como una súplica.
Le puse la mano en el pecho.
- ¿Por qué? Dímelo Yoongi.
Se quedó callado, miró mi mano. Parecía que no respiraba.
- No puedo – dijo dando un paso atrás.
- Yoongi...
- ¡No! Te pondría en peligro, así que mejor olvídalo – sonaba más desesperado que molesto.
- ¿Estás metido en líos?
- Piensa lo que te dé la gana – dijo yendo hacia la Blade.
- ¿Por eso lo dejaste con las otras chicas?
- Las otras no me importaban – se volvió.
- ¿Yo te importo?
- Sí – titubeó.
- Entonces, ¿por qué nos martirizamos?
Me miró sin decir nada. Cada segundo era una eternidad. No pude aguantar más y le dije con el corazón en la mano:
- Min Yoongi, te quiero, y no me importa en qué andes metido, sólo quiero estar contigo. A ver si se te mete en esa cabezota.
Hubiera pagado una fortuna por leerle el pensamiento en ese instante. Una ráfaga de viento revolvió las hojas y me dio un escalofrío. Frunció el ceño y me puso su chaqueta sobre los hombros.
- Estás cavando tu propia tumba – dijo.
Resoplé, y me apartó unos pelos que se me habían enredado en las pestañas. Miró fijamente mi cuello, pero apartó rápidamente la mirada. Me acarició la mejilla, murmuró algo inaudible y me miró pensativo.
- Ya he roto tantas normas... - susurró – qué más da si rompo un par más por ti – me acarició los labios con el pulgar y mi corazón se desbocó – Te quiero, Ahn Haneul, pero sólo puedo estar contigo si me prometes dos cosas.
Las mariposas resucitaron en mi estómago y me quedé sin aliento, apenas logré asentir.
- Hay ciertas cosas que no puedo contarte – empezó – Si no quiero hablar sobre algo, no preguntes, y si te digo que le alejes de mí, lo haces.
- Te lo prometo – dije, pero cuando fui a abrazarle, se apartó.
- ¡No! Hoy no te me acerques mucho, ¿vale?
Intenté disimular mi decepción y me subí el cuello de la chaqueta. Pero se me debió de notar algo, porque me acarició y dijo:
- Mañana, te lo prometo – me aseguró, y le respondí con una sonrisa - ¿Te llevo a casa?
- ¿No dijiste que daríamos una vuelta en la Blade?
Miró su reloj y meneó la cabeza.
- Hoy ya no, he quedado con alguien – me miró la mano vendada – Mañana después de clase, ¿vale?
Asentí.
- Lo siento – dijo.
Esbozó una mirada de perro que nunca antes le había visto y me arrancó una sonrisa.
Me puse seria, de repente.
- No puedes llevarme a casa – dije preocupada.
- ¿Por qué no?
- Si te ven Hyeon o Namjoon, se lo dirían a mi tío – respondí.
- ¿Y quiénes son?
- Hacen tareas en casa. Namjoon era antes mi guardaespaldas.
Me costó cerrar la cremallera de la chaqueta de cuero.
- ¿Y si sólo te acerco? – preguntó mirándome por encima de las gafas.
- Vale – dije, aunque fuera un poco arriesgado. La calle era larga y nos podían ver de lejos.
Sonrió y se montó en la moto. El camino de tierra lo bajó lentamente, pero en cuanto pisó el asfalto, aceleró. Chillé asustada y me aferré a su cintura, soltó una carcajada y disminuyó la velocidad, aunque en ningún momento condujo dentro del límite.
Me dejó a cien metros de mi casa. Miré con disimulo a ambos lados de la calle.
Nuestras manos se acariciaron antes de que se despidiera de mí, muy a mi pesar.
- Anda, vete – dijo – Si no, la próxima vez te dejo en la mismísima puerta. Hasta mañana – se puso la chaqueta.
- Lo siento.
Sonrió, me acarició el brazo y me cogió la mano.
- No pasa nada, piensa en Romeo y Julieta.
- Los dos mueren – dije con un gesto trágico.