Dos días después, el cielo se despejó y todo recibió un baño de luz dorada. En la siguiente pausa, cuando vi a Yoongi, no hizo falta que nos dijéramos nada. Saldríamos directamente después de clase. Me prestó su móvil – el mío me lo había olvidado, como otras tantas veces -, llamé a Hyeon y le dije que pasaría la tarde con amidos, que íbamos a aprovechar el buen tiempo. La pillé tan desprevenida que apenas logró articular un “sí, claro”. No le di tiempo a decir nada más, le deseé una buena tarde y colgué.
Las últimas horas no acababan nunca, pero ni Jungkook, que insistía en que fuera con ellos por la noche a celebrar su cumpleaños, consiguió amargarme el buen humor. Nos fuimos a casa de Yoongi. Como siempre, aparqué mi coche a unos metros, en otra calle. Todavía tenía miedo de que alguien reconociera el coche y se lo dijera a Hyeon, a Namjoon, o incluso a mi tío.
Yoongi había salido antes con la moto y ya había preparado las cosas que podíamos necesitar. Esta vez, además de los auriculares me dio un casco. Me agarré fuerte a su cintura y salimos. Condujo por la carretera más lento de lo que solía ir, como me había prometido, adelantando sólo de vez en cuando algún camión. Aun así, a causa de la velocidad, el mundo parecía un lienzo de tonos rojos, naranja, dorados y cobre, el color de las hojas en otoño. En la lejanía se levantaba entre los bosques el pico gris y dominante del monte.
Salimos a la carretera y entramos en el bosque por un camino que seguía paralelo al río. Conducía muy despacio, teniendo cuidado con los baches. Paramos cuando divisamos un remanso del río que había formado una pequeña playa de guijarros, calentados por el sol. Sacamos la manta y nos pusimos cómodos, rodeados por arbustos de media altura. Era un lugar retirado y tranquilo. Por sus ojos y mi alergia al sol, nos colocamos en una media sombra de árbol. Nos abrazamos, y me fundí en su pecho.
Estuvimos así un rato, mirando los reflejos del sol en el río, hasta que se quitó la chaqueta, la puso de cojín, se tumbó y yo me apoyé en su pecho. Nuestras manos se encontraron por sí solas y comenzaron a jugar. Con la otra mano me acariciaba la nuca. Me hubiera gustado parar el tiempo. Yoongi miraba las nubes con media sonrisa y me apretó contra su pecho. Me apoyé en su brazo y cerré los ojos. La corriente del río y el viento agitando las hojas de los árboles resultaba de lo más relajante.
Se oyeron risas y gritos y abrí los ojos; eran unos chicos en canoa. Debían ser de nuestra edad. Cuando nos vieron gritaron y nos saludaron, levanté la mano y les devolví el saludo. Yoongi ni se inmutó. Siguieron río abajo y de repente me acordé de Jungkook, Dahyun y los demás. ¿Qué harían esa noche? Me enfadé e intenté no pensar en eso. Me incorporé y miré el río. Me rasqué la costra de la herida en la mano sin darme cuenta.
Yoongi me dio un leve empujón.
- No te la toques o te volverá a sangrar – dijo sin abrir los ojos.
El corte no había sido grave, pero con la venda parecía más de lo que era. Esa mañana ni siquiera había hecho falta que me pusiera una tirita, pero no quería que Yoongi se sintiera mal, sabía que no podía ver sangre, así que dejé de rascarme.
Sentí su mano acariciándome la espalda. Disfrutaba del momento, pero no podía quitarme a Jungkook y a Tae de la cabeza.
- ¿Qué pasa, Hana? – la voz de Yoongi me sacó de mis pensamientos.
- Nada – contesté mirando el río.
- No sabes mentir – dijo reprimiendo una sonrisa, pero algo preocupado – Dime, ¿qué te pasa? Llevas unos días con la cabeza en otra parte. ¿Acaso va a volver tu tío?
Me mordí el labio, esperaba que no se diera cuenta.
- No.
- ¿Entonces? – dijo - ¿Quieres cortar y no sabes cómo decírmelo?
- Claro que no – dije con brusquedad.
Inclinó la cabeza y esperó. Lo conocía, y sabía que no pararía de hacer preguntas hasta que dijera qué me pasaba, así que le expliqué lo de la invitación de Jungkook y que no querían que él fuera. Todavía no había acabado cuando sacó su móvil y me lo ofreció.
- Llámalo, dile que vas.
- ¿Qué? ¡No! – exclamé meneando la cabeza – Sin ti no voy.
- Sí que vas.
- Ni lo sueñes – respondí tajante.
Yoongi exageró un suspiro, se arrodilló a mi lado y me cogió las manos.
- Sabes que un día me iré, Hana – se me hizo un nudo en la garganta – Y cuando eso pase no quiero dejarte sola, sino bien acompañada por tus amigos. Si Tae y Jungkook no quieren que vaya, muy bien, no me importa, pero sí me importa que vayas tú. Por eso le vas a llamar ahora mismo. Por favor.
Si no hubiera sido por ese “por favor”, me hubiera negado.
- ¿No te importa?
- No.
Cogí el móvil y marqué el número. Salió el buzón de voz. Yoongi me hizo gestos para que le dejara un mensaje preguntándole cuándo y dónde habían quedado y que podía localizarme a ese número. Hice lo que me dijo y colgué.
Me subí a la Blade y nos pusimos de camino vuelta a casa. Aunque no condujo como un loco, tardamos menos que el trayecto de ida. Me dejó en mi coche cuando empezaba a atardecer. Jungkook aún no me había devuelto la llamada. En caso de que lo llamara, Yoongi le diría que me podía localizar en mi móvil. Me hizo prometerle que si Jungkook no me llamaba, quedaríamos él y yo. Me cogió de la mano – en la calle no nos atrevíamos a más – y me monté en el coche. Como siempre, Yoongi esperó a que arrancara y saliera.
Por el retrovisor vi cómo se marchaba.
Hyeon se quedó sorprendida de que llegara tan pronto de la excursión con mis “amigos” y me preguntó preocupada si todo me había ido bien y si quería comer algo. Le dije que me iba a cambiar rápido y que volvía a salir. Eso la tranquilizó, me deseó que lo pasara bien y siguió viendo la tele.
En mi cuarto busqué el móvil. Jungkook me había dejado un mensaje. Se alegraba de que hubiera decidido ir y me citaba a las ocho en el pub. Eran las ocho y media. Intenté hablar con él con el mismo éxito que antes. Probablemente en el pub no tuviera cobertura. Se me pasó por la cabeza llamar a Yoongi y olvidarme de todo, pero decidí pasarme por el local, y si no estaban, ya iría a casa de Yoongi.