Frente a mí aparecieron unas caras: dos socios de David.
Detrás de mí oí a Yoongi, furioso, a quien inmovilizaban varios hombres.
- Yoongi – Apenas pude pronunciar su nombre.
- Tu valiente y fiel yudraj – dijo David, y sus colmillos brillaron en una sonrisa burlona -. Podría haberse escapado pero no quiso separarse de ti. Si te portas bien, quizá deje que te lo quedes… ¿Qué te parece? Un juguete para ti solita.
Lo miré a duras penas, me hablaba como a una niña pequeña. Hizo una señal a sus hombres y éstos me agarraron las piernas y los brazos. David se acercó con una jeringa en sus manos.
- ¡No! – gritó Yoongi.
Me buscó la vena en el brazo y me inyectó un líquido marrón amarillento que me hizo arder el brazo. Grité, hubo una explosión de colores, un resplandor y mucho dolor. Me soltaron y me encorvé, me hice una bola, gemí, lloré, grité, ardía de dentro a fuera y mis encías se volvieron de lava. Oí la voz de Yoongi distorsionada y distante: estaba enojado; a David gruñir, y un golpe seco. Todo era tinieblas y dolor. Cuando volví en mí estaba tumbada sobre algo blando. Tenía frío y calor a la vez, me temblaba el cuerpo, pero no podía moverme. Una luz me deslumbró. ¡Tenía sed! ¡Me moría de sed!
Distinguí unas siluetas, y me pusieron algo en la boca.
- Bebe, mi niña – murmuraron en mi oído.
- ¡No! – oí gritar. Al grito le siguió un golpe y un gemido.
Levanté la cabeza para ver de donde venían los ruidos; estaba rodeada de antorchas, pero lo veía todo borroso. Alguien me bajó la cabeza y otra vez me pusieron la copa en los labios, esta vez con mayor insistencia.
- Bebe.
Sorbí un líquido entre salado, amargo y rancio, y mis encías estallaron de dolor… y de ansia. Cogí la copa y bebí con avidez. Alguien rió divertido. De repente me entró un calambre en el estómago, grité y escupí lo que tenía en la boca. Oí murmullos de sorpresa e indignación. En mi estómago había un monstruo con garras que me destrozaba por dentro. Gimiendo, rodeé mis piernas con los brazos. Otra vez me cogieron del mentón y me pusieron la copa en los labios. Reconocí a David, me negué y lo empujé.
Algo en mi interior aullaba de miedo, pero estaba tan aletargada que no entendía el porqué. Un líquido inundó de nuevo mi garganta tan de repente que me atraganté y tosí.
Sentí de nuevo las garras arañando mi estómago, no podía respirar de tanto dolor y me retorcí en el diván. David me hizo beber de nuevo a la fuerza.
- ¡Bebe! – ordenó.
Volvía a atragantarme y me quedé sin aire. Intenté quitármelo de encima, le di un golpe y la copa se derramó sobre mí.
David gruñó y me soltó.
Otra vez oí los murmullos de preocupación hasta que David ordenó silencio.
- ¡Traedlo aquí! – ordenó bruscamente.
Dos hombres trajeron por la fuerza a otro, rabioso y desesperado. ¡Era Yoongi!
Además de sus raspaduras, tenía sangre en la cara y un ojo marcado. Su mirada estaba llena de sufrimiento. Le retorcieron un brazo colocándoselo detrás de la espalda, y le extendieron el otro. David sacó un cuchillo y, con una sonrisa, le cortó la vena de arriba abajo. Yoongi hizo un gesto de dolor, y yo miré fascinada cómo le brotaba la sangre, le corría por la piel y goteaba en el suelo. Sentí presión en los colmillos y se alargaron. Yoongi intentó liberarse cuando los vampiros me acercaron su brazo. Su sangre brillaba en la luz como un oscuro rubí. Me agaché y cogí su brazo con las dos manos.
- ¡Hana! ¡No! – exclamó cuando le hinqué los dientes.
La sangre regó mi boca y tragué. Era dulce y salada, como miel y cobre, me recordó al líquido que me había dado David, sólo que su aroma era más intenso y puro. Absorbía la sangre caliente y sentía el ritmo de las pulsaciones. La bestia de mi estómago había dejado de rasgarme y empezaba a ronronear. Bebía como en sueños, sin poder parar, hasta que el ritmo de los latidos perdió la regularidad y apenas tenía fuerza.
Volví en mi y me decepcioné de lo que había hecho. Abrí los ojos, tenía cogido el brazo de Yoongi con las dos manos y aún corría sangre. Mis colmillos le habían dejado dos agujeros. Me miró con una mezcla de desencanto y fascinación. Movió los dedos en mi mano y me llamó de nuevo la atención del chorro rojo, que gritaba de su brazo y goteaba en mi pierna. De nuevo me dolieron las encías y, espantada, me sentí atraída. Empecé a temblar, no quería morderle y hundí mis dedos en su brazo. Gimió de dolor. Lo miré asustada, tenía los ojos entreabiertos, mirándome también, y se pasó la lengua por el labio.
Dudé un instante antes de chuparle las heridas, pero debía hacerlo. Saboreé el cobre y la miel y, otra vez, sentí el ansia, pero logré reprimirla. Las lamí lentamente, dejó de brotar sangre y se cerraron.
Me cogieron del pelo, me apartaron de él con brusquedad y le volvieron a rajar el brazo.
Esta vez sí gritó.
El cuchillo cayó a mi lado; David m cogió de la nuca y me puso el brazo de Yoongi delante.
- ¡Bebe más! – ordenó.
- ¡No! – Desesperada intenté apartar la cara, la sangre de Yoongi chorreaba por mi mentón.
David me soltó. Como yo, los dos vampiros que sostenían a Yoongi no podían apartar la mirada de la sangre que brotaba de este.
David me cogió de los hombros.
- ¡Bebe! – exclamó. Pero me negué.
De repente, me hundió sus colmillos en el cuello como dos dagas ardiendo. Mi grito fue cada vez más estridente, y me saltaron las lágrimas.
Algo cayó al suelo con estrépito y todo se llenó de humo. Sus labios ardían en mi piel, intenté quitármelo de encima y grité, grité, grité. Todo se volvió oscuro de repente, y dejé de sentir su boca en mi cuello. Sentía la sangre manar, me cogieron y me tiraron del diván al suelo. De nuevo se oyó un estruendo y un alarido. Vi prenderse una antorcha de llamas bailando.
- Todo está bien, aguanta – me dijo la voz de Yoongi en la negrura; me levantó y avanzamos por la oscuridad.