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Cuatro años después…
Jugaba con los legos que papá me había obsequiado en mi cumpleaños, mientras escuchaba a la niñera quejarse.
―Esto apesta. Esto realmente apesta. ―decía una y otra vez, mientras cocinaba unos huevos en la sartén.
O al menos eso era lo que ella pensaba.
Me cubrí la nariz y arrugué la cara. Olía a que se habían quemado, y ahora todo el departamento estaba lleno de humo.
―Ya deja de ser tan ridícula. ―me reprendió al darse cuenta de mi gesto, y procedió a echar la sartén en el fregadero.
―¿Por qué tenía que ser hoy de todos los días? ―dijo mirándome con repudio mientras hablaba por el celular.
La ignoré y seguí tratando de construir un carrito de lego como a papá tanto le gustaban, así se lo podría mostrar una vez que llegara a casa.
―¿De qué hablas? ―dijo volviendo a la conversación y dejando el aparato sobre la isla del comedor.
―Piénsalo, Kenxy ―la voz masculina llamó mi atención, no era papá. Ella había activado el altavoz―. Tu jefe llega dentro de tres horas. Vienes a la fiesta, te diviertes y te vas faltando media hora. Jamás se dará cuenta.
La niñera me miró, sopesando lo que el chico le decía del otro lado de la línea.
―No si esta pequeña mocosa no me delata.
Seguí jugando con los legos, intentando no darle importancia a lo que acababan de hablar.
La niñera terminó su conversación, lavó la sartén y botó lo que había quemado al basurero. Luego abrió una lata de atún y me la puso con una cuchara a un lado.
―Que esto no llegue a oídos de tu padre, o me las pagarás. ¿Oíste, sanguijuela?
Me empujó groseramente la cabeza, haciendo que perdiera el equilibrio y me golpeara contra el reposabrazos de madera del sofá.
―Y no chilles. ―gruñó.
Mis ojos se cristalizaron, pero me aguanté las lágrimas porque si lloraba ella me volvería a golpear.
La niñera tomó su chaqueta y salió del departamento, dejándome totalmente sola.
Fue entonces que lloré. Lloré tan fuerte y por tanto tiempo que al final, no recuerdo en qué momento me quedé dormida.
Cuando abrí los ojos, sentía mucho dolor de cabeza e inmediatamente empecé a toser.
Yo seguía en la sala, acostada en la alfombra y los legos aún estaban frente a mí.
Me restregué los ojos, y me levanté, pero todo comenzó a dar vueltas.
De pronto, empecé a vomitar.
Todo mi cuerpo dolía, y no sabía por qué.
¿Había sido porque dormí en la alfombra? ¿Había vomitado por el atún que comí? ¿O era por ese olor tan extraño?
El departamento se veía un poco borroso, pero todo estaba exactamente igual desde que la niñera se había ido.
Entonces, ella aún no había vuelto.
Gateé por el piso con el fin de llegar a mi habitación, hasta que vi, al final del pasillo, una silueta de mujer muy borrosa.
¿Era la niñera?
No podía ver bien su cara, y la luz intensa que entraba por la ventana, solo reflejaba la forma de su cuerpo.
Pensé que la niñera había llegado, pero sus pasos eran lentos, seguros y tranquilos, nada comparados con las pisadas ruidosas de las botas que usaba Kenxy.
Cuando estuvo a metros de mí, pude observar entre borrones que llevaba un vestido blanco.
Ella se arrodilló, me acarició primero cariñosamente la cabeza, y luego la mejilla, hasta pasar su mano finalmente por encima de mis ojos.
Fue entonces que pude ver mejor su rostro.
Instintivamente me resultó familiar.
Mi vista recorrió el mueble que estaba a un lado, con fotos que papá había puesto de mí y de él, pero me detuve en una foto en particular.
Era él con mamá. Una foto de ellos tomada en la playa.
Mis ojos rápidamente intercalaron entre la mujer y la fotografía.
Algo dudosa, le hablé.
―Te pareces a mi mami.
Ella solo sonrió.
Aquella sonrisa, era la misma de la fotografía, y por alguna razón, me sentía tan tranquila estando a su lado, que ni siquiera se me pasó por la cabeza preguntarle por dónde había entrado, incluso cuando papá me recordaba una y otra vez que no le abriera la puerta a extraños.
―¡Eres tú!, ¿verdad? ―no me pude contener.
Ella asintió en silencio, cambiando su sonrisa ahora por una expresión más seria.
―Alice, debes llamar al 9 1 1 ―su voz era tan cálida y amable―. ¿Tienes el celular que te dio tu padre?
―Sí. ―Respondí de inmediato, pero sin despegar los ojos de mi mami.
Ella se percató de ello, y sonrió con ternura.
―Alice, el teléfono. ―me recordó.
Rápidamente busqué en los cajones del mismo mueble donde se encontraban las fotos y saqué el celular.
Lo desbloqueé, marqué tal y como mi mami me indicó, y también lo puse en altavoz.
―Buenas noches, le atiende Andrea de la línea de emergencias. ¿Podría decirme cuál es su emergencia?
―Dile que el departamento huele a gas. ―dijo mamá.
―Huele a gas. ―repetí lo último que me dijo.
Se hizo un pequeño silencio al otro lado de la línea.
―¿Puedes decirme tu nombre?
―Sí, me llamo Alice. ―volví a toser. Sentía que de nuevo todo daba vueltas.
―Muy bien, Alice. ¿Cuántos años tienes?
Empecé a contar con los dedos de las manos porque no lo recordaba muy bien.
―Tengo... cuatro.
―¿Y tus papis? ¿Están en casa contigo?
Mi mami me miró de una manera que no pude descifrar.
―Mi papi está trabajando.
―¿Y tu mami?
―Mi mami está en el cielo. ―respondí casi de inmediato.
Otro silencio se prolongó por un par de segundos, mientras mami me miraba con una pequeña sonrisa triste.
―Entiendo. Entonces estás sola.
―Estaba con la niñera, pero es muy mala y me maltrata. Papi no lo sabe, aún no se lo digo…
―¿Entonces la niñera te dejó sola? ¿Adónde fue? ¿Está cerca de tu casa?
―No lo sé, dijo que iría a una fiesta. ―volví a toser.
Sentía que respirar se hacía cada vez más difícil.