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―Mi mami tiene alas. ―dije con orgullo.
Las mamás de mis compañeras de primaria no tenían alas ni corona.
La mía parecía una princesa.
―Ya veo... Alice, ¿dónde estás? Escucho mucho ruido. ―dijo la mujer.
Mamá y yo habíamos salido del departamento, y nos encontrábamos en la acera.
―Mi mami tocó el semáforo para poder cruzar la calle.
―¿A-adónde estás yendo? ―su voz había cambiado, se escuchaba un poco extraña.
―Al parquecito que está frente al departamento.
―No cruces sola, hazlo con un adulto. ―dijo la mujer con incertidumbre.
―Sip.
En cuanto estuvimos en el parquecito frente a nuestra unidad, donde mi papi solía llevarme a jugar, unos camiones grandes y rojos aparecieron haciendo demasiado ruido.
Me cubrí las orejas y mami se rió.
Nunca la había escuchado reír, pero me gustaba cómo lo hacía.
Cuando se calmó el ruido, mami me explicó que ellos iban a ayudar a arreglar el gas.
―Mientras esperamos a papá, ¿te parece si armamos esta moto? ―dijo poniéndose de cuclillas.
―Te vas a ensuciar el vestido. ―le dije levantándole el ruedo del vestido del polvoso suelo.
―No me importa ensuciarme. ―dijo con una sonrisa.
Le sonreí de vuelta, y procedí a abrir la cajita de plástico.
―¿No es difícil armarla? ―dije sacando las piezas.
―No, es bastante fácil. ―sonrió ella con simpleza.
―¿Mami? ¿Por qué te gustan las motos?
Ella se quedó pensativa, como recordando algo muy importante.
―Cuando tu padre y yo nos conocimos, él conducía una motocicleta. Era muy linda, y se volvió un recuerdo muy preciado para ambos... hasta que la vendió.
―Ah... Escuché a papi decir en varias ocasiones que te gustaba coleccionarlas, y que por eso no se había deshecho de ellas. Supongo que también son muy importantes para él.
―Así es.
―Mami, ¿y por qué la vendieron? ―pregunté mientras me ayudaba a montar las piezas que me estaban costando, ya que algunas no encajaban donde las ponía.
―Porque te estábamos esperando, y necesitábamos un automóvil para viajar cómoda y seguramente contigo.
―A mí no me hubiera importado, de seguro hubiera sido divertido. ―reí imaginándome a los tres subidos en la moto.
Ella sonrió aún más, y luego dirigió sus ojos a la motocicleta que ya estaba armada.
―¿Ves? No es tan difícil. ―dijo mientras pasaba con delicadeza sus dedos por la moto en miniatura.
―¿Mami?
―¿Sí?
―¿Por qué nos dejaste?
Su cara cambió en cuanto pregunté eso, pero no sabía cómo interpretarla. ¿Había hecho mal en preguntar?
―No quería dejarlos, quería estar con ustedes por mucho tiempo y envejecer como una pasita. ―dijo pellizcando mis mejillas con suavidad, lo que me hizo reír.
―¿Cómo una abuelita?
―Como una abuelita. ―reiteró riendo.
Cuando las risas cesaron, quise preguntar más.
―¿Entonces por qué te fuiste?
Ella sonrió con nostalgia.
―Alguien allá arriba me llamó... y no pude negarme.
―¿Te refieres allá? ¿En el cielo? ―señalé hacia arriba.
―Así es.
―¿Por qué no? Si no te hubiera llamado podría jugar contigo, me harías peinados bonitos como las madres de mis compañeras de primaria lo hacen, me podrías llevar a la escuela e incluso me harías el almuerzo. Tú, papá y yo podríamos... po-podríamos...
Las lágrimas salieron de mis ojos y no pude hablar más. Me abalancé hacia ella y la abracé con fuerza.
Sus delgados brazos me rodearon, y una de sus manos acariciaba mi cabello.
―Aunque yo no pueda hacer nada de eso, querida hija, tu padre lo hace. Él trabaja diez veces más que otros padres, ¿sabes por qué? ―negué con la cabeza―. Porque hace el trabajo de padre y madre, porque aunque llega cansado después de un largo día de trabajo, lo que más lo hace feliz en este mundo eres tú.
―Lo sé, pero... habría querido que tú también lo hicieras. Que tú también te sintieras feliz...
―Soy feliz, mi pequeña niña.
Luego guardamos silencio, y con una ventisca de viento, temblé de frío.
―¿Tienes frío? ―preguntó ella de inmediato.
―Sí, un poco.
―Déjame calentarte.
Sus alas se extendieron y me rodearon, como si estuvieran acurrucándome. Eran tan grandes, blancas y suaves, que pronto tuve mucho sueño.
Así pasó un tiempo hasta que escuché mi nombre.
―¡¡ALICE!! ¡¡ALICE!!
Sentí cómo las alas de mamá me dejaban de acurrucar.
―Cariño, ya debo irme.
―¿Tan rápido? ¿No puedes quedarte más tiempo? ―pregunté restregándome los ojos y aferrándome con fuerza a su vestido.
―Desearía poder hacerlo, pero no me puedo quedar mucho tiempo en la tierra ―me tomó por los hombros, y me sonrió cálidamente. Era una sonrisa que jamás olvidaría―. Quiero que sepas, que siempre estaré cuidándote, desde cualquier lugar, no importa dónde estés ―dijo con seguridad, mientras las lágrimas brotaban otra vez de mis ojos―. Y te pediré un favor, cuida de tu padre y recuérdale todos los días lo mucho que lo amas.
―Está bien, mami.
Finalmente, pude soltar su vestido, y observé cómo poco a poco iba desapareciendo mientras se alejaba por el camino de piedra que llevaba hacia las hamacas.
―Mamá te ama mucho. ―escuché susurrar al viento con su voz.
―Y yo te amo a ti, mami.
―¡¡ALICE!! ¡¡ALICE!!
De pronto, fui consciente de la voz de mi papi, así que lo busqué con la mirada hasta encontrarlo.
―¡Papi! ¡Papi! ¡Aquí estoy! ―grité con todas mis fuerzas mientras agitaba mi mano para que pudiera verme.
En cuanto me vió, se acercó corriendo y yo corrí hacia él.
―Mi bebé ―dijo echándose de rodillas al suelo y estrechándome en un fuerte abrazo―. Perdón, perdón, perdón ―repetía una y otra vez―. Jamás debí dejarte sola.
―Papá, no fue tu culpa. Fue culpa de la niñera. ―dije intentando abrazarlo, pero mis brazos eran tan pequeños que no llegaban a rodearlo.