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No podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido en tan solo una noche.
Miraba a mi hija por el espejo retrovisor dormida en su silla de seguridad mientras le agradecía al cielo una y otra vez por dejarla vivir, y durante la noche, ya en casa de Max, no podía olvidar la motocicleta que me sacudió con una correntada de electricidad el cuerpo entero en un abrir y cerrar de ojos.
Al mirar aquella moto con detenimiento, la reconocí de inmediato.
Era una réplica de mi primera motocicleta. Una Yamaha YZF R1, tipo pistera, color azul.
¿Cómo podían tantos recuerdos arremolinarse en cuestión de segundos con solo mirar una moto en miniatura?
Sabía que a mi esposa le gustaban las motos desde antes de conocerla, pero le gustaron aún más cuando empezamos a salir, y luego de eso empezó a coleccionarlas.
Lo que no sabía, era que ella le había pagado al fabricante para que la réplica fuera exacta, con los detalles que yo le había hecho, e incluso con la placa de circulación.
Me di cuenta de eso un mes después de su fallecimiento, cuando recibí un paquete en su nombre en la puerta de mi casa.
Cuando la saqué del empaque y quité la desenvoltura que la protegía de dañarse, me quedé sin aire.
Y la tuve que guardar inmediatamente, porque como un cobarde, jamás me atreví a armarla.
Me dolía ver las cosas de mi esposa, así que decidí mudarme; sin embargo, no pude dejar atrás algunas cosas, como ciertas fotos. Quería que mientras Alice creciera, pudiera tener presente su rostro siempre que llegaba a casa, aunque a mí me doliera, y desde luego, no pude dejar atrás la pequeña motocicleta.
Al día siguiente, lo primero que pasó fue que recibí una llamada de la estación de policía donde las autoridades me dijeron que podía demandar si así lo quisiese a la niñera por haber dejado abandonada a mi niña. Estaba consciente de que era un asunto grave, pero no estaba muy convencido de hacerlo.
No obstante, cuando pasaron un par de días, una asesora legal se puso en contacto conmigo, y me dijo que sería fundamental hacerlo para evitar accidentes como ese a futuro, ya que otra niña como Alice no correría con la misma suerte, así que una vez que me decidí, procedieron legalmente con el caso.
Después de todo, me daba algo de pena ver que alguien tan joven se arruinara la vida, pero si posteriormente, sucediera lo mismo con otra niña, jamás me lo podría perdonar.
Durante las semanas siguientes al incidente, seguía sin poder dormir, la mayor parte del tiempo la pasaba con insomnio, y todo eso se debía a que mi hija no paraba de hablar de su madre y de jactarse con otros niños de lo hermosa que era.
Incluso su maestra me citó para hablar sobre el asunto, ya que ella sabía que la madre de Alice había fallecido hacía ya unos años, y que para los niños, todo aquello que decía Alice eran tonterías. Se burlaban constantemente de ella diciendo que era mentirosa, y como la niña no se retractaba de lo que decía, terminaba involucrada en peleas.
Le expliqué con gran tolerancia a la maestra que estaba viendo a la psicóloga, y que habían sido efectos secundarios del trauma por el incidente relacionado con el gas, pero entonces, la puerta del aula se cerró de golpe.
Me disculpé con la maestra y corrí tras Alice, dando por sentado que no volvería allí adentro solo para escuchar a su maestra, que si bien entendía quería evitar las peleas entre sus alumnos, podía ser un poco más paciente con mi hija.
Por fin pude alcanzarla y acercarla a mí.
―¡No es cierto, papi! ¡No es cierto! ―repetía Alice con lágrimas de frustración en sus ojos. Me partía el corazón ver cómo mi hija estaba sufriendo―. No soy una mentirosa. Todo lo que dije de mami es verdad…
―Lo sé, mi corazón.
La abracé con fuerza mientras ella intentaba apartarse.
―¿Entonces por qué no dijiste nada? ¡¿Por qué no me defendiste?! ―lloriqueaba limpiándose las lágrimas con la manga de su blusa.
Me aparté un poco de ella, pero la sostuve de los hombros para evitar que corriera de nuevo.
―No es que no quisiera defenderte, Alice ―le ayudé a limpiarse la carita con un pañito rosa que ella misma me había obsequiado para el día del padre―. Las personas adultas son escépticas a algunas cosas, y tampoco pueden entender ciertas circunstancias porque ellos mismos no han pasado por esas situaciones.
―¿Qué significa esquelética?
Intenté no reírme, pero Alice se dio cuenta y me miró mal.
―Escéptica. Y significa que es una persona que no cree en algunas cosas.
Ella se terminó por limpiar las lágrimas con brusquedad.
―Entonces tú tampoco me crees.
―Claro que sí.
―No, solo lo dices porque eres mi papi.
Era tan terca como su mamá.
―Escúchame, Alice ―le dije mientras suspiraba―. Un padre sabe cuándo un hijo miente y cuándo no lo hace.
―Pensé que ese solo era un super poder de las mamás.
Me reí, esta vez sin evitarlo.
―Bueno, los padres también lo tienen. ―aclaré, y Alice entrecerró los ojos, como si me estuviera analizando.
Era una niña muy inteligente.
―Además… yo nunca te dije dónde guardaba esa motocicleta, ¿verdad?
Ella negó.
―Mamá la sacó de otro mueble estaba…
―En un cajón. Lo sé. El cajón era lo suficientemente alto como para que pudieras sacarla.
Ella lo sopesó, como si recordara ese momento, y luego asintió.
―Por cierto, la mujer de emergencias me dijo que hablabas mucho con alguien, pero que no podía escuchar a la otra persona en la línea.
―¡Ah! ―dijo dando pequeños saltos―. Era mami. ―dijo con una sonrisa en el rostro.
Suspiré esta vez con alivio, ya que en aquel momento, la mujer de emergencias me dijo que no sabía si creerle o no a Alice, ya que se mantenía hablando constantemente con alguien cuando esta le había dicho que estaba sola, pero desde que la niña se mantenía tosiendo, y había dicho que presentaba síntomas de intoxicación de gas, igual despachó a las unidades de emergencia.