"Cause all I see are wings
I can see your wings
But I know what I am and the life I live."
~ The Weeknd~
El lunes llegó más temprano de lo que hubiera querido, pero al menos podría por fin salir a que me dé el aire con la excusa de asistir a clases.
El ambiente en casa seguía tenso, mucho más después de que mi madre me hiciera saber que había notado mi ausencia el viernes por la noche.
Al parecer uno de los mellizos llegó poco antes que yo de una fiesta de cumpleaños y mamá no pudo volver a conciliar el sueño. Así que me sintió llegar al amanecer. Solo que para evitar más problemas con Gael, prefirió esconder la información y ser directa conmigo.
"No habrá próxima vez, Francisco. Si vuelves a faltarnos el respeto de esa forma no tendremos otra opción que enviarte a Uruguay una temporada."
Aún podía escuchar en mi memoria su tono de voz dulce pero seguro a la hora de decirme aquello. A mamá le encantaba amenazarme con eso. Pero sabía que no iba en serio. Más allá de cualquier diferencia entre nosotros, jamás harían algo así. Obligándome a dejar mi ciudad, mis amigos, todo...
Mi madre era uruguaya. Aunque para los años que llevaba aquí, podía pasar por española sin problema. Su acento era una mezcla perfecta entre ambas nacionalidades, al igual que sus costumbres. Lina siempre nos hablaba de su país con mucha nostalgia, a pesar de visitarlo cada cierto tiempo, el no haber formado su vida allí le provocaba cierta tristeza.
Pero el amor le había hecho instalarse para siempre de este lado del océano y en consecuencia a eso, mis 4 hermanos y yo habíamos llegado al mundo. Qué estupidez más grande dejar tu vida entera y tu familia por otra persona.
Me costaba entenderlo, y de no ser por mis padres y mis tíos, (Isaías y Pilar) no sería capaz de creer en absoluto en el amor.
Al menos en mi caso, ponía las manos en el fuego asegurando que jamás me dejaría llevar por ese tipo de sentimientos. Perderme por alguien, dejándome de lado a mí mismo y privarme de ser libre, cuando podía vivir mi vida entera follándome a cuanta mujer me apeteciera...¡ni de coña! El amor era para idiotas. No tenía dudas.
Me vestí con lo primero que encontré luego de darme una buena ducha de agua fría que me quitara todo el malhumor acumulado durante el fin de semana.
No era nada sencillo para mí vivir bajo el mismo techo que mis padres y hermanos. Todos se veían siempre como si la vida fuera bonita y perfecta. Se la pasaban de plan en plan, compartiendo sus vidas, comiendo alrededor de la mesa todos juntos...
En cambio yo, intentaba huir de todos esos encuentros a como diera lugar. No me sentía parte y mucho menos me nacía forzar algo que no se me daba natural.
Podía notar en mamá la tristeza cada vez que yo pasaba de ellos. Pero ni ese par de ojos especiales de un verde grisáceo me movilizaban.
En varias oportunidades han intentado entenderme, hablar conmigo y hasta dramatizar la situación. Sin embargo yo sería incapaz de reconocerles que algo mal había conmigo.
Aunque en la soledad de mis pensamientos, cuando no encuentro sentido alguno a todo lo que me rodea, he llegado a cuestionarme hasta mi existencia.
Salí del área de las habitaciones, cerrando la puerta de la mía. Caminé el largo pasillo hasta alcanzar la amplia sala de estar desde donde podía verse la también majestuosa zona de la cocina.
En esta casa todos los ambientes estaban conectados. Tenía cada espacio su lugar pero no había manera de disfrutar en la sala del living y no estar al tanto de lo que ocurría en la cocina. Sin contar las habitaciones y los baños. Por supuesto que esos lugares tenían cada cual su privacidad.
Mis abuelos habían construido esa casa según sus propios sueños. Amplia, familiar, con espacios para que cada cual tuviera su intimidad pero lo suficientemente conectada para que nadie se perdiera demasiado en su mundo.
Así que al morir la abuela hace solo un par de años atrás, la casa había quedado para nuestra familia. Fue decisión de mis padres comprarla y pagarle a cada hermana de Gael lo que correspondía por su parte.
Miré de reojo hacia la cocina, desde donde provenía el murmullo. Todos estaban desayunando alrededor de la isla.
Mamá de espaldas al resto preparaba algo en el fuego, supuse por el aroma que se trataría de unos huevos revueltos.
Gael revisaba su móvil inmerso en él, sin dudarlo se trataría de trabajo o de lo contrario jamás se ocupaba con dicho aparato en la mesa. Y mis hermanos, las dos mayores y los dos mellizos menores, reían los cuatro recordando alguna anécdota con mi prima Génesis.
Verlos de fuera me hizo sentir aún más sapo de otro pozo. Hasta un cosquilleo amargo se había instalado en la boca de mi estómago quitándome todas las ganas de desayunar.
- Kiko, ¡ven! Únete a nosotros. - resonó la voz de Milagros, mi hermana 3 años mayor que yo, impidiéndome avanzar sin pasar desaparecido.
- No puedo, enana. Voy tarde. - me excusé como solía hacer siempre que quería evitarlos. A pesar de que era mayor, le sacaba una cabeza, por lo que siempre me nacía con ella un instinto protector como con los menores.
- Hijo, mamá ha preparado los huevos revueltos como a ti te gustan.
Miré de reojo cuando habló mi padre. De pronto le había dado interés por dialogar conmigo o hacerme sentir involucrado. Se podía pudrir insistiendo para que me acerque pero no había algo peor que estarme encima buscando excusas para que olvide lo del viernes anterior. Las cosas no serían así.
- Paso. Vuelvo tarde hoy, no me esperen para la cena.
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Editado: 10.07.2024