Un mes después de haberme casado, tú volviste con una radiante sonrisa y con euforia me preguntaste: "¿adivina lo que tengo en mi mano?" Yo te respondí que cinco dedos. Me intentaste mirar serio, pero tu felicidad era tal que no lo lograste. Pusiste ante mí un documento que avalaba tu soltería. Te pedí que esperaras, entre a la casa y al salir, yo te entregué un papel que decía que era casada.
Aquel intercambio me dolió en lo más profundo de mi alma. El maldito destino nuevamente jugaba en mi contra.