Flashback 8 años antes
El sol se filtraba por las cortinas, lanzando sombras largas sobre el suelo de madera. Carl estaba sentado en el sillón de siempre, con las manos entrelazadas y la espalda rígida. Aisha, de quince años, entró con el corazón ligero, aún con la sonrisa flotando en el rostro. Venía de la cocina, donde había intentado hacer una tarta de uvas. Tenía los dedos manchados de morado y una sensación dulce de haber hecho algo nuevo. Por lo general, compraban tartas de manzana, pero esa vez quiso probar con uvas. Tenía un desastre en la cocina.
—Papá… —empezó, pero él la interrumpió con una voz más grave de lo usual.
—Siéntate, Aisha. Tenemos que hablar.
—¿Hice algo malo? ¿Por qué me has llamado?¿Estás molesto porque hice un desastre en la cocina?
Se sentó, aún sin preocuparse demasiado. Pero bastó con mirarle los ojos para que la inquietud se instalara en su pecho.
—Por supuesto que no —dijo Carl—, pero quiero tener una conversación muy seria contigo. Una conversación que ya no puedo seguir posponiendo.
Su tono y su mirada cargaban un peso que Aisha no recordaba haber visto antes.
—Estás asustándome… ¿Está todo bien?
—Depende de cómo te tomes la decisión que he tomado.
Ella puso toda su atención en él. Sea lo que fuera, no creía que fuese tan grave… ¿o sí? La mente de Aisha empezó a trabajar, imaginando una enfermedad, una pérdida, algo terrible.
—Dime —susurró ansiosa.
Carl inspiró hondo, como si las palabras se resistieran a salir. No buscaba adornarlas, solo liberarse de aquello que llevaba años guardando en silencio.
—He tomado una decisión importante. Se ha acordado tu matrimonio con uno de los hijos de Enzo Russo.— Finalmente soltó.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Aisha parpadeó. Por un momento pensó que había escuchado mal.
—¿Qué…?
—Estás prometida. Es un acuerdo beneficioso para ti. Para todos.
Aisha lo miró como si acabara de oír la confesión más monstruosa de su vida. No pronunció palabra. Solo el silencio, helado e incómodo, llenó el espacio entre ellos.
Finalmente reaccionó levantándose de golpe, el corazón golpeándole en el pecho.
—¿Qué es lo que acabas de decir? —preguntó en shock, con la voz apenas sostenida por la incredulidad.
—Hace algunos años acordé un matrimonio entre tú y uno de los hijos de Enzo Russo... Sé lo que estás pensando, pero te prometo que fue por una buena causa. Como te dije, será beneficioso.
—¿Beneficioso? ¿Me estás diciendo esto como si fuera un trato de negocios?
—Es más que un trato —respondió Carl, manteniéndose firme—. Es tu oportunidad de tener un futuro. De estar protegida. Pero, sobre todo… —bajó la mirada.
—¡¿Te das cuenta de lo que me estás diciendo?! —gritó ella, conmocionada— ¡¿Te das cuenta de cómo se escucha esto?!
—Por supuesto, pero escúchame —insistió Carl con ese tono frío tan familiar.
—¡Es una aberración! ¡Ni siquiera me estás dando a elegir si quiero casarme en el futuro! —gritó, con las lágrimas empezando a nublarle la vista.— ¡Me has vendido como si fuera una mercancía que cualquiera puede comprar!
—¡Escúchame! —rugió él, con una severidad que la dejó pasmada—. ¡¿Crees que no tengo un motivo?!
—¡No me importa tus estúpidos motivos!
Carl se levantó y se acercó a su hija.
—Entiendo cómo se ve todo esto, pero te pido, por favor, que me escuches... —Le sostuvo los hombros—. Esta es la única oportunidad de descubrir qué pasó con tu madre.
Aisha se quedó inmóvil. ¿Que tenía que ver su madre en todo eso?
—¿Qué tiene que ver mi mamá en todo esto? —le preguntó con apenas un susurro.
De repente, el aire se volvió tan denso que incluso respirar le resultaba difícil. Una opresión invisible le apretaba el pecho, como si las palabras recién dichas hubieran desatado algo que llevaba demasiado tiempo enterrado.
Había escuchado a su padre hablar de Diana con ese tono sombrío muchas veces. Pero ahora, todo cobraba un sentido más oscuro.
—Dime, papá… ¿hay algo que tengo que descubrir sobre mamá? —preguntó, perpleja, con los ojos llenos de de miedo.
—Sí, hija. Hay muchas cosas que no te he contado sobre su muerte.
Se alejó y caminó hacia la ventana mientras Aisha lo seguía con la mirada.
—¿Qué cosas?
Carl se giró lentamente hacia ella.
—Ya sabes que tu madre fue una gran enóloga. Trabajó directamente con los Russo porque era una de las mejores. Un día, después de una cata privada... —hizo una pausa— se sintió mal. Tenía náuseas, pero pensó que se le pasaría. Se fue a acostar mientras yo me quedé contigo. Más tarde, al ir a verla, la encontré vomitando, se veía confundida, tenía diarrea profusa, fiebre, debilidad extrema, le pregunté si había comido algo en descomposición y me dijo que solo había bebido vino, directo de una barrica.
Aisha se sentó de nuevo. Necesitaba estar sentada si su padre iba a decirle algo realmente impactante.
—Me pareció extraño. Llevaba años trabajando con los Russo y nunca se había enfermado por probar vino directo de una barrica.
Carl se sentó frente a ella.
—No pude verla sufrir así. Pese a sus protestas, la llevé al hospital. La internaron y no me dejaron verla. Lo último que me dijo fue: “Cuida de mi niña. Pronto estaré de regreso”. Pero ese ‘pronto’ nunca llegó. Tuve que regresar a casa. No iba a dejarte sola.
—¿Y sus familiares? ¿Sus amigos? —preguntó Aisha. No tenía recuerdos de su madre, y lo poco que sabía era lo que su padre le había contado.
—Venía de una familia rota. Su madre engañó a su padre con su mejor amigo, y se fue con él. Cuando tu madre tenía diecisiete años , su padre sufrió un aneurisma y falleció. Después de eso, ella cortó todo contacto, con todos. Familia, amigos… Tras graduarse, se mudó a Virginia con su novio de aquella época. Aquí llegó buscando un sueño... Una oportunidad.
Editado: 25.09.2025