Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

VERDADES BAJO TIERRA

Aisha salió de la oficina de Enzo con más preguntas que respuestas.

No sabía cómo procesar las emociones que la atravesaban ni cuánto había de verdad en las palabras de Enzo. ¿Había sido todo un juego de manipulación por parte de un hombre experto en retorcer la realidad a su antojo?

—Después de que hables con tu padre, me gustaría que continuáramos esta conversación —dijo Enzo, siguiéndola con paso firme.

—Tal vez —respondió ella sin mirarlo.

Carl la esperaba en el salón. Al verla pálida y temblorosa, como si el frío la habitara por dentro, preguntó con evidente preocupación:

—¿Estás bien?

—Sí... —respondió Aisha, cortante.

—Debemos regresar a casa —anunció él.

—Iré por mi bolso y mi abrigo.

Carl dirigió una mirada a Enzo, intentando adivinar cuánto le había revelado. Algo en su hija había cambiado, y no sabía si estaba listo para enfrentar lo que venía.

Aisha no volvió a ver a Matteo ni a Leonardo antes de salir de la mansión. Lo agradeció. No tenía ánimo para las provocaciones de Leonardo.

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El camino de regreso fue espeso y silencioso. Carl conducía con el ceño fruncido, concentrado en la carretera, aunque de tanto en tanto desviaba la mirada hacia ella. Parecía querer decir algo, pero no encontraba el valor.

Ella, por su parte, miraba fijamente por la ventanilla, con las palabras de Enzo repitiéndose como un eco persistente. Su padre... ¿cuánto sabía realmente? ¿Y por qué nunca le había contado nada?

—¿Estás bien? —preguntó Carl finalmente, en voz baja, temeroso de romper el frágil equilibrio que los envolvía.

Ella tardó unos segundos en responder. Tenía las manos entrelazadas en el regazo, tensas y frías.

—No lo sé —murmuró al fin—. Siento que todo lo que creía saber… se está desmoronando.

Carl apretó el volante.

—¿Quieres que hablemos cuando lleguemos a casa?

—Por supuesto —dijo ella con firmeza—. Es una conversación necesaria. Necesito que seas honesto conmigo.

Él asintió en silencio, aunque por dentro lo invadía una inquietud que no sabía cómo calmar. Sabía que esa conversación lo cambiaría todo.
No quería revivir el pasado. Había pasado años enterrando su verdad para proteger a su hija, y ahora, por culpa de ese impulso de saber qué ocurrió realmente con su esposa, estaba arriesgando lo que más temía: que Aisha lo viera con otros ojos.
Entendía que ella tenía derecho a hacerse preguntas, a cuestionar las verdaderas razones detrás del acuerdo con Enzo para casarla con Leonardo, pero Carl no se sentía preparado. No todavía. Contarle la verdad era como abrir una herida que jamás había sanado.

Cuando llegaron, Carl estacionó frente a la entrada de su hogar.

—Iré a cambiarme de ropa, y luego hablamos —dijo Aisha, saliendo del auto.

—De acuerdo.

Ansiosa, entró en la casa. Se cambió con rapidez: eligió un pantalón verde militar con bolsillos laterales, una camiseta burdeos de mangas largas y sus clásicas Converse. Necesitaba sentirse ella misma, aunque fuera a través de algo tan simple como su ropa.

Carl también se había cambiado: ahora llevaba una camiseta gris ajustada y pantalones deportivos. Estaba sentado en el sofá en forma de L del salón. La casa, aunque muy lejos del lujo de los Russo, era amplia, cálida y acogedora.

Carl inspiró profundamente. Por primera vez en años, tenía miedo. Por un instante, dejó de ser el hombre frío que siempre aparentaba.

—Siéntate —le pidió a su hija.

Pero Aisha se mantuvo de pie.

—Estoy bien así.

—¿Qué tanto te dijo Enzo? —preguntó, directo.

Tal vez solo era curiosidad por saber qué había dicho ese hombre manipulador. O tal vez temía que ya hubiese desenterrado los secretos que tanto había querido ocultar.

—Verdades a medias... o quizás mentiras para desviar mi atención. Todo dependerá de lo que tú me digas y si coincide con su versión.

Aisha se frotó los brazos, como si intentara reconfortarse. Enzo le había pedido mantener la mente abierta, pero... ¿estaba lista para descubrir la verdad? Quizá conocer la historia de su madre no sería tan doloroso como saber quién era realmente su padre. Después de todo, la mujer que le dio la vida era poco más que una sombra: un nombre, algunas fotografías y los relatos que Carl solía contarle. Historias que, hasta ahora, habían sonado como cualquier romance trágico: un hombre, una mujer, una hija, una muerte rodeada de misterio.

Carl lo miró por unos segundos. No sabía cómo iniciar la conversación, no sabía por dónde empezar.
¿Desde el principio? ¿Desde aquel instante en el que llegó al viñedo D’Arcy como un simple recolector de uvas? Habían pasado tantos años, tantas mentiras enterradas bajo la superficie…

Sus manos temblaban, imperceptibles, pero su alma vibraba con el peso de lo no dicho. Tal vez si empezaba desde ahí, desde aquel primer día, todo tendría sentido. Tal vez así Aisha comprendería. Pero también era posible que, al hacerlo, la perdiera para siempre.

—¿Qué quieres saber? —preguntó Carl al fin, tras una evidente lucha interna.

—Todo. ¿Por qué el padre de Enzo creía que puedo ser su nieta? ¿Quién era realmente mi madre? ¿Qué secretos escondes? ¿Y por qué, demonios, tengo que casarme con un hombre posiblemente peligroso? —soltó de golpe, y finalmente se sentó.

Su nerviosismo era palpable.

—No sé si podré responder a todo, pero prometo ser completamente honesto. Ya no tiene sentido seguir ocultando nada.

Las cartas estaban sobre la mesa.

—Te escucho.

— Para que entiendas, empezaré desde el inicio — dijo Carl, tomando aire y mirando fijamente a Aisha.

Ella asintió, conteniendo la respiración, esperando que esas palabras abrieran la puerta a la verdad que tanto había buscado.

— Llegué a Charlottesville cuando tenía dieciséis años, hace ya treinta años atrás. Huí de Cleveland... —la voz del hombre tembló ligeramente, como si cada palabra removiera capas de polvo acumulado sobre viejas heridas—. Vine con lo puesto, buscando desaparecer, esconderme de todo lo que me había roto. No esperaba encontrar nada...




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