Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

EL ABRAZO Y LA MIRADA

Matteo dio un par de pasos hacia adelante con su sonrisa amplia y encantadora, la clase de sonrisa que desarmaba a la mayoría de la gente. Leonardo, sin embargo, no se dejó engañar. En cuanto vio la dirección de Matteo, reaccionó de inmediato, acelerando el paso para cortarle el camino.

Se acercó a su lado, inclinándose apenas para hablarle al oído con un tono tan bajo como afilado.

—Te recuerdo que es mi prometida, Matteo.

Matteo mantuvo su sonrisa perfecta, apenas girando el rostro hacia él.

—Lo sé. —Su voz era suave, casi divertida—. Pero es una prometida por imposición, no por elección.

Leonardo apretó la mandíbula. Su mano se crispó un segundo, pero se obligó a soltarla de inmediato.

—Aun así, es mi prometida. —Su voz era casi un gruñido controlado—. Te sugiero que mantengas las distancias. No creo que a tu esposa le guste verte tan interesado en otra mujer.

Matteo rió en voz baja, un sonido breve y sin alegría.

—Ah, Leo... siempre tan posesivo.

Pero no tuvo tiempo de añadir más. Ambos llegaron justo frente a Aisha y Carl.

Carl, con gesto algo incómodo, parecía aguardar la presentación formal. Pero era Aisha quien captaba todas las miradas.

Ella se veía tranquila del brazo de su padre con una sonrisa serena, aunque sus ojos brillaban con determinación. Carl se apartó un poco para darle espacio mientras los dos hombres Russo se acercaban.

Sin dudarlo, Aisha dirigió su atención a Matteo.

—¡Matteo! —exclamó con un tono cálido y casi encantador.

Se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla. Matteo, encantado, correspondió con un gesto casi galante, sosteniéndole un instante la mano.

—Aisha, estás absolutamente radiante —dijo él con voz baja y modulada. — Te ves espectacular.

Ella sonrió con un leve rubor satisfecho.

Leonardo sintió el estómago retorcerse.

Ella ni siquiera le había dirigido la mirada.

Aisha, como si apenas entonces notara su presencia, giró el rostro con estudiada indiferencia.

—Leonardo. —Su voz fue neutra, demasiado correcta.

Él la miró, intentando que su expresión no delatara nada, pero sintió cómo le ardían las mejillas. Aisha le ofreció la mano como si firmara un tratado de paz, apenas un breve apretón de dedos, frío y formal.

Leonardo abrió la boca para decir algo —una broma, un cumplido, un reproche, cualquier cosa para romper el hielo o retomar el control— pero en ese momento vio a Albert llegar al salón.

El sonreía mientras saludaba a otros invitados, fresco, relajado, ajeno a la tensión que flotaba entre Aisha, Leonardo y Matteo.

Leonardo soltó la mano de Aisha más rápido de lo que quiso.

—Disculpen —murmuró con voz grave, forzando una cordialidad que no sentía.

Se dio media vuelta con un movimiento algo brusco y caminó hacia Albert.

Mientras avanzaba, inhaló profundamente, intentando calmarse.

Tranquilo. Contrólate. No puedes darte el lujo de perder la compostura esta noche.

Pero no funcionaba. Su corazón latía demasiado rápido, no solo por los nervios de la presentación, sino por la rabia ardiente que se acumulaba en su pecho.

Estaba molesto con Aisha por haberlo ignorado. Molesto con Matteo por disfrutar el espectáculo.

Pero sobre todo, estaba furioso consigo mismo por la forma en que había reaccionado al verla.

Porque en el instante en que sus ojos se posaron en ella, con ese vestido rojo ceñido, ese porte orgulloso, ese maldito brillo en la mirada...

Se había quedado sin palabras.

—Albert —dijo Leonardo, esforzándose por ocultar el cúmulo de emociones que lo estaban consumiendo.

—¡Leonardo! —exclamó el viejo Albert con una sonrisa cálida, acercándose para estrecharle la mano con afecto sincero—. Llegó el gran día, ¿cómo te sientes?

—Nervioso —admitió él, lanzando una mirada fugaz hacia atrás.

Aisha seguía junto a Matteo, sonriendo con cortesía, como si realmente disfrutara la conversación. Algo en ella —en su postura, en la forma en que tocaba su cabello o reía brevemente— le parecía demasiado natural, como si estuviera perfectamente cómoda en brazos del enemigo.

—Es normal —dijo Albert, dándole una palmada firme en el hombro, como quien consuela a un hijo o a un viejo alumno—. Pero lo hemos hecho bien, muchacho. No dejes que nadie te arrebate tu noche.

Leonardo tragó saliva.

—Gracias —respondió con un hilo de sinceridad que se coló entre sus pensamientos revueltos.

Albert vestía un traje azul marino, perfectamente planchado, con una camisa azul cielo y una corbata a juego. Llevaba sus lentes de cristal sobre la nariz y los ojos apenas visibles detrás del reflejo de las luces, pero el brillo de la ternura paternal no se ocultaba.

Leonardo sabía que podía confiar en él, que Albert era de los pocos en esa sala que no fingía.

Y por un instante, esa certeza lo sostuvo en pie.

—¿Has venido solo o con tu esposa? —preguntó Leonardo mientras, de reojo, miraba a su prometida.

—Claire no se sentía del todo bien —respondió Albert—, pero te envía buenos deseos.

Leonardo se esforzó por sonreír, pero su atención estaba a unos metros de distancia. En su prometida. En Aisha.

Ella parecía más pendiente de Matteo, quien, sin pudor, apartó un mechón suelto de su cabello. Aisha intentó retroceder ante el toque de Matteo, pero fijó la mirada en Leonardo. Solo por un breve instante sus miradas se cruzaron.

Aisha sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo al encontrarse con la mirada fría de Leonardo, pero no permitió que le afectara. Ella había ido allí para obtener su pequeña venganza, y si seguía con esa actitud de ignorarlo por completo, lo lograría.

— Creo que ya es hora — dijo Albert viendo a Gabriela y Emily.

Emily era la encargada de relaciones públicas del viñedo.

Leonardo inspiró profundamente. No permitiría que esa mujer lo distrajera, no en un momento tan importante para él. Ya habría tiempo para las recriminaciones.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.