Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

EL JUEGO BAJO LA SUPERFICIE

Aisha intentó hablar con Leonardo, buscó hacerlo entrar en razón. Pero no pudo. Sus palabras rebotaban en el muro de orgullo que él había levantado.
Derrotada, regresó a casa en compañía de su padre.

Durante todo el trayecto, Carl no dijo mucho. Solo cuando llegaron, y se quitaron los abrigos, rompió el silencio.

—¿Estás bien? —preguntó en voz baja, mientras colgaba la chaqueta—. Te noté muy callada desde que salimos del salón de los D’Arcy.

Aisha se encogió de hombros, cansada, con el maquillaje ligeramente corrido por el calor y el enojo acumulado.

—Leonardo amenazó con romper el compromiso —dijo sin rodeos.

Carl se quedó quieto un segundo. Luego se giró hacia ella de golpe.

—¿Qué? —exclamó con el rostro desencajado—. ¿Por qué?

—Porque me vio conversando con Matteo… incluso le di un abrazo —confesó, tratando de sonar firme, aunque le temblaba la voz—. Pero solo fue algo inocente. No hubo segundas intenciones. Solo… fue un momento. Su mente retorcida lo malinterpretó todo.

Carl la miró en silencio. Luego sacudió la cabeza lentamente. Y entonces, explotó.

—¿¡Que hiciste qué!? —gritó, perdiendo el control—. ¡¿Te das cuenta de que pusiste en riesgo nuestros planes por una estupidez, Aisha?! ¡Por una maldita imprudencia!

Ella retrocedió un paso, sin decir palabra.

—¡Te advertí que Matteo era manipulador! ¡Te lo dije desde el principio! —continuó Carl, con el rostro enrojecido de furia—. ¿No ves que puede haberte utilizado? ¿Que te engatusó solo para joder a Leonardo?

—¡No me engatusó! —respondió Aisha alzando la voz, herida por la acusación.

—¿Estás segura? —replicó él con dureza—. ¿Lo estás? Porque te aseguro que ese abrazo lo habrá interpretado como una puñalada. ¡Y con razón!

Ella sintió un nudo formarse en la garganta.

—No hice nada malo —susurró, más para convencerse a sí misma que a él—. Solo estaba… tratando de ser amable. Además, Leonardo y yo estamos comprometidos por un acuerdo. No hay amor.

Carl respiró hondo y se llevó una mano al rostro, frustrado.

—Pues tu amabilidad nos puede costar todo. Y aunque estés comprometida con Leonardo por un acuerdo, eso no significa que actúes como si él no existiera.

Bajó la voz un poco, pero su tono seguía siendo duro como una piedra.

—¿Pero él sí puede humillarme? ¿Eso quieres decir? ¿Que tengo que aguantar sus malos tratos conmigo?

—No. Pero mientras no te provoque, tú no puedes provocarlo a él… Pensé que querías llevar la fiesta en paz.

—Por supuesto que quiero paz. Pero no voy a permitir que me haga sentir menos solo porque es un Russo.

—Estoy de acuerdo en eso. Pero mientras él no te diga ni haga nada, debes mantener las distancias. Y cuando digo mantener distancia también me refiero a Matteo.

—No pensé que un simple abrazo fuera un delito.

—No es eso… Mira, Aisha —dijo, clavándole la mirada—. No me sorprendería nada que todo haya sido un plan de Matteo.

Ella parpadeó, confundida y ofendida a la vez.

—¿Un plan? ¿De qué hablas?

Carl se pasó la mano por el cabello, exasperado.

—Piensa. —Golpeó suavemente la mesa con la palma abierta, marcando el ritmo de sus palabras—. Matteo siempre ha sido hábil. Encantador. Sabe cómo ganarse la confianza de la gente. Y tú… tú fuiste un blanco fácil esta noche.

Aisha desvió la mirada, inquieta.

—No lo creo, papá. Solo era él… un hombre enamorado de su esposa que la extraña, que estaba molesto porque ella decidió alargar su viaje. No veo maldad en eso.

Carl soltó una carcajada seca, cargada de sarcasmo.

—¿En serio? —repitió con lentitud, clavándole los ojos—. ¿De verdad crees que fue casual que justo esta noche se pusiera a contarte sus penas matrimoniales? ¿Que buscara tu consuelo cuando apenas te conoce? No eres su amiga.

Aisha frunció el ceño, incómoda.

—Papá…

—¡Piénsalo! —insistió Carl, elevando un poco más la voz—. No fue ayer. No será mañana. Fue hoy. Justo hoy, el día en que Leonardo se jugaba su reputación.

Aisha apretó los labios, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

—Te eligió a ti, Aisha. —El tono de Carl se suavizó un poco, pero se volvió aún más grave—. Porque sabía que no ibas a rechazar escucharlo. Porque sabía que podías parecer cercana. Porque sabía que Leonardo lo vería.

Ella tragó saliva con dificultad.

—Fuiste su distracción. Su anzuelo. Su herramienta para provocarlo.

Un silencio denso cayó sobre ellos. Aisha sintió el estómago hecho un nudo.

Carl la miró con dureza, pero también con un dejo de preocupación genuina.

—No estoy diciendo que tú quisieras hacer daño, hija —agregó, más bajo—. Pero no puedes permitirte ser tan ingenua en medio de esa familia. Porque ellos no lo son.

Aisha respiró hondo, sintiendo que el peso de cada palabra la hundía más.

Se quedó en silencio.

Carl avanzó un paso hacia ella, con la voz más baja, pero cargada de veneno.

—Fue para distraerte. Para ablandarte. Para hacerte parecer cercana a él. Para que Leonardo viera justo lo que vio. Para dar la impresión de otra cosa.

Aisha sintió un escalofrío en la espalda.

—¿Estás diciendo que…? —empezó, con la voz quebrada.

—Que fuiste utilizada —remató Carl sin piedad—. Que Matteo te usó para sabotear a Leonardo. Para hacerlo perder el control. Para arruinarle la noche.

Ella negó con la cabeza, tragando saliva.

—No… no creo que…

—¡Por Dios, Aisha! —soltó Carl, con un rugido apagado—. ¡Piensa! Hoy era importante para Leonardo. Era su gran presentación. ¿Y tú crees que Matteo no querría arruinarla un poco? ¿Hacerlo quedar como un imbécil celoso o desequilibrado delante de todos?

Aisha sintió un nudo helado en el estómago.

Carl se quedó mirándola un segundo más, respirando con dificultad.

—No te estoy diciendo que sea tu culpa. —Su voz se suavizó apenas—. Te digo que no viste venir la jugada. Que fuiste ingenua.




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