Aisha se quedó atrás mientras Leonardo avanzaba a grandes zancadas. No podía seguirle el ritmo, no solo físicamente, sino emocionalmente. Había algo en él que la descolocaba, algo que no lograba entender… hasta que lo comprendió: se sentía atraída por él.
Solo es porque es guapo, se dijo mentalmente, intentando justificar lo que sentía, como si reducirlo a lo superficial pudiera silenciar el torbellino que comenzaba a gestarse en su interior.
A lo lejos, distinguió la figura de Carl dando instrucciones a los trabajadores cerca de los viñedos. Su voz firme y pausada guiaba con precisión cada movimiento, como un director de orquesta frente a su sinfonía.
Al notar la presencia de Leonardo y Aisha, Carl se giró con visible sorpresa. Sus ojos se posaron sobre ambos —tan juntos, tan inesperadamente juntos—, pero no alcanzó a decir una sola palabra.
Leonardo lo saludó con cortesía impecable, como si ignorara por completo la expresión de asombro en su rostro.
—Buenos días, Carl. ¿Cómo van los preparativos para el riego? —preguntó con tono firme, casi frío.
—Estamos ajustando la presión de las bombas del sector sur. Las vides más jóvenes necesitan menos intensidad —respondió Carl, aún un poco desconcertado.
—Bien —asintió Leonardo, sin perder la compostura—. Asegúrate de seguir el calendario que diseñamos la semana pasada. El tratamiento foliar debe aplicarse antes del viernes si queremos evitar problemas con la humedad. Las noches están empezando a volverse más densas.
Aisha lo observó en silencio, sorprendida por la transformación. Durante su estancia en la mansión Russo, Leonardo se había mostrado reservado, irónico, maleducado, casi indiferente. Pero allí, entre los viñedos, su voz adquiría autoridad, y sus palabras denotaban un conocimiento profundo de cada proceso.
No era solo el heredero. Era alguien que conocía la tierra. Que hablaba con ella.
La presentación de sus vinos también la había impresionado.
Si tuviera que compararlo con algo, sería con una cebolla: lleno de capas.
Y ese descubrimiento la desarmó aún más.
—También quiero saber si ya está listo el calendario para cuando florezcan completamente —prosiguió Leonardo, sin alterar el tono.
—Está listo —respondió Carl con rapidez, intentando recuperar la compostura—. Lo dejé en tu oficina esta mañana, junto con los informes del suelo y el análisis de maduración.
Leonardo asintió, satisfecho.
—Perfecto. Quiero revisarlo antes del mediodía. Hay que anticiparnos si las lluvias continúan este mes.
Aisha seguía en silencio, observándolo con creciente desconcierto… y, aunque no quería admitirlo, con un poco de admiración. Había en él una firmeza, una seguridad que no había visto antes. No era el hombre irónico y mordaz de la mansión, ni el enigma que solía mantenerla a distancia. Allí, entre las hileras de vides y el aroma a tierra húmeda, Leonardo parecía completamente dueño de sí mismo. Un líder. Un hombre formado por la experiencia y no solo por su apellido.
"Lo que él hace, lo hace con el corazón", resonaron en su mente las palabras de Matteo. "Te voy a decir algo, Aisha: Leonardo se cree un gran enólogo y viticultor, pero no es más que un tipo mediocre al que le gusta ensuciarse las manos con tierra y pasar horas aprendiendo los nombres de los empleados del viñedo."
No.
No se cree un gran enólogo. Lo es.
No es mediocre. Es inteligente.
Y no trabaja por dinero o poder. Lo hace porque le gusta. Lo disfruta.
Y, sin quererlo, esa nueva versión de él le resultaba aún más difícil de ignorar.
Leonardo se giró ligeramente hacia Carl, como si el resto del mundo dejara de existir en ese momento.
—He estado pensando en la calidad de las uvas para la nueva línea de vino. Este año necesitamos algo más que bueno, tiene que ser excepcional.
Su mirada se fijó en el horizonte, donde las primeras hojas de las vides ya brotaban.
—Si el Luce di Helena o el Sangue del Sole están obteniendo excelentes críticas, quiero que la cosecha de este año nos permita crear algo inolvidable. Algo al nivel de los grandes franceses, italianos o chilenos.
Carl lo miró con atención, comprendiendo lo que implicaba ese objetivo.
—Estamos en la zona ideal para lograrlo. Este año las condiciones han sido favorables, pero son las vides más viejas las que nos dan el carácter distintivo. La fermentación debe ser precisa, para evitar exceso de azúcar residual y conservar la acidez justa. —Hizo una pausa, pensativo—. Si de verdad quieres algo extraordinario, podríamos considerar un vino de reserva, uno de esos que solo se producen en los mejores años.
Leonardo asintió con seriedad.
—Lo estaba pensando también. Pero quiero un perfil complejo, con un toque mineral que recuerde a la tierra, pero con la suavidad de la fruta madura. Necesitamos esa elegancia que se queda en la memoria.
Carl sonrió con un dejo de respeto, reconociendo la ambición en las palabras de Leonardo.
—Sabía que no te conformarías con algo corriente. Las vides del sector este, cerca del río, pueden aportar esa mineralidad. Pero necesitarán tiempo para madurar por completo. Tal vez la cosecha deba ser a mediados de otoño.
—Perfecto. Asegúrate de que todo esté listo para entonces. Este vino debe ser nuestro legado. No hay margen de error.
Carl lo miró, captando la determinación —y algo más— en la voz de Leonardo. Era como si se refiriera a que tal vez sería su última creación en el viñedo, o tal vez solo lo había imaginado. Se preguntaba cuáles serían los planes de su futuro yerno en el viñedo: ¿quedarse o irse?
—Entendido. Estaré al tanto. Todo saldrá como debe. Aunque te recuerdo que aún no empieza la primavera oficialmente, así que tenemos algunos meses para prepararnos.
Leonardo lo miró un instante antes de responder. Su mirada se perdió brevemente entre las vides desnudas que dormían bajo el cielo gris de marzo.
Editado: 25.09.2025