Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

EL PESO DEL LEGADO

Llegó el viernes, y tal como se había prometido, Aisha no tocó el diario de Diana ni le preguntó a Carl nada sobre los Russo. Había mantenido su palabra, intentando mantenerse en calma, dejando que el silencio le sirviera de escudo.

Estaba sentada en el pequeño escritorio de la habitación, mirando por la ventana sin ver realmente nada. No quería pensar demasiado. De hecho, había estado viendo vídeos de arquitectura solo para distraerse.

Cerró el notebook y, justo en ese preciso momento, escuchó un golpe suave en la puerta. Jazmín entró con pasos ligeros, pero su expresión delataba cierta sorpresa.

—Señorita… —dijo, con un tono contenido—. Afuera hay un señor que desea verla.

Aisha alzó la mirada, desconcertada.

—¿Un señor?

Jazmín asintió, sin moverse del umbral.

—No quiso decir su nombre. Solo preguntó por usted.

¿Quién la buscaba un viernes por la tarde?

Aisha miró hacia la ventana por un instante y vio cómo la luz del sol comenzaba a teñirse de dorado. La voz de Jazmín había interrumpido el silencio solemne de la casa. Carl aún no llegaba.

—¿Quién será? —preguntó Aisha, frunciendo el ceño con desconcierto.

Jazmín se encogió de hombros con una media sonrisa nerviosa.

—Solo dijo que venía de parte del señor Leonardo Russo. Está esperando afuera, junto al coche.

Aisha sintió un leve temblor recorrerle el cuerpo. No se lo esperaba. Había planeado tener una noche más para calmar su mente, pero Leonardo la había sorprendido una vez más. Y, en el fondo, parte de ella lo agradecía. Lo inevitable ya no podía postergarse.

—¡Mierda! —exclamó, levantándose bruscamente.

Comenzó a caminar de un lado a otro como un león enjaulado, con los pensamientos desordenados y la respiración agitada.

—De acuerdo —dijo finalmente, deteniéndose en seco—. Dile que espere unos minutos, por favor.

Y sin esperar respuesta, corrió hasta el baño.

Entró al baño casi sin respirar. Se desnudó con manos temblorosas y dejó que el agua tibia de la ducha la envolviera. No tenía tiempo para rituales prolongados. Necesitaba rapidez y precisión. Al salir, secó su piel con movimientos ágiles, se perfumó suavemente y se puso el vestido color vino profundo que había elegido días atrás, ese que no era para seducir, sino para enfrentar a Leonardo… con dignidad.

Los zapatos hacían juego perfecto, firmes, elegantes. Frente al espejo, se maquilló con tonos sobrios: un toque de delineador, un labial entre rojo y vino, como la tela que ahora abrazaba su cuerpo. Luego recogió parte de su cabello en un peinado sencillo, dejando algunos mechones sueltos que suavizaban sus facciones.

Cuando bajó, con la respiración contenida y el corazón latiendo en el pecho como un tambor, Jazmín la miró boquiabierta.

—¿Estoy bien así? —preguntó Aisha, casi en un susurro.

—Está… perfecta —respondió Jazmín, sin ocultar su asombro.

Aisha asintió y tomó aire. Afuera, la esperaba algo más que un chófer y un coche. La esperaba la verdad… y quizás, un comienzo.

⋄┈┈┈🍇❦💍❦🍇┈┈┈⋄

Leonardo sostenía una copa de brandy entre los dedos, el cristal tibio por el contacto con su mano. Contemplaba en silencio la última hora de la tarde a través del ventanal, donde la luz dorada se extinguía lentamente sobre los rosales que aún no habían florecido. Había algo en ese momento de quietud que le calaba hondo.

A su abuela le gustaban mucho las rosas. Solía decir que eran flores seductoras: suaves, fragantes… pero engañosas. "La belleza que hiere", murmuraba ella, casi como una advertencia disfrazada de poesía. Si tuviera que compararla con una flor, sin duda sería una rosa roja. Hermosa, sí. Intensa, llena de presencia. Pero con los pétalos marchitos por el tiempo y espinas que aún sabían dónde hacer daño.

La imagen le provocó una punzada en el pecho. Helena D’Arcy Russo había sido muchas cosas, pero, entre ellas, la única figura verdaderamente materna que había conocido. No sabía si la admiraba, la respetaba, o simplemente la extrañaba.

Extrañaba su calidez como quien anhela el sol en pleno invierno; su modo firme de alzarse en su defensa, de cuidarlo con una fiereza casi sagrada. A menudo, tras su muerte, se preguntaba si había sido realmente un infarto o más bien el peso insoportable de tantas penas quebrándole el corazón. Imaginaba los secretos que se llevó consigo, sellados en la tumba como cofres jamás abiertos. Porque, detrás de ese recuerdo tierno y protector, había descubierto en Helena un silencio profundo, un misterio que ni él ni nadie lograrían descifrar del todo.

Le dio un sorbo a su brandy y se alejó del ventanal, dejando atrás el reflejo tenue de las rosas aún sin florecer.

Estaba en el despacho que había pertenecido a su abuela, un lugar donde el tiempo parecía haberse rendido ante el peso de la memoria. Las paredes, altas y vestidas parcialmente con estanterías colmadas de libros, exhibían también antiguos retratos en marcos dorados, hoy apagados por los años y el polvo del olvido.

Uno de aquellos retratos sobresalía como un faro entre sombras: el retrato familiar de Clark D’Arcy, un hombre de facciones semejantes a las suyas, aunque endurecidas por una severidad casi pétrea. A su lado, su esposa —rostro sereno, ojos velados de melancolía— parecía suavizar la escena con una gracia contenida que desentonaba con la solemnidad del conjunto. Entre ambos, un niño aún ajeno a la adolescencia, de rasgos inquietantemente familiares, le devolvía su propio reflejo de otro tiempo. Pero fue la figura sentada en primer plano la que capturó su atención por completo, arrastrándolo con un magnetismo imposible de ignorar.

Helena.

Apenas una niña en la pintura, vestía un sencillo vestido blanco, las manos entrelazadas sobre el regazo y la espalda erguida con una sobriedad impropia de su edad. Su expresión era serena, casi imperturbable, pero en sus ojos oscuros —profundos e insondables— ya se adivinaba la astucia precoz que más tarde la convertiría en una mujer de carácter indomable, admirada y temida por igual.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.