Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

LA HERENCIA DE HELENA

El verano caía con un calor aplastante, y la oficina del abogado era todo lo contrario: elegante, fría, un espacio donde los sentimientos parecían no tener cabida.

Una vez que todos estuvieron presentes, el abogado sacó un documento de una carpeta de cuero.

—Como están todos los interesados, daré lectura a la última voluntad de Helena D’Arcy Romano —anunció con voz profesional, carente de emoción.

A pesar de los usos sociales, Helena siempre había sido reacia a renunciar a su apellido de soltera. Detestaba que la llamaran Helena Russo. Legalmente seguía siendo Helena D’Arcy, como un acto silencioso de rebeldía contra un apellido que nunca eligió.

Matteo observaba de reojo a Leonardo, que permanecía tieso en su silla, incómodo, consciente de que nadie en esa sala lo quería allí. Nadie, excepto Evelyn Monroe, la última ex esposa de Enzo. Aunque su divorcio había finalizado hacía ya cuatro años, su presencia resultaba desconcertante. Tenía un hijo con Enzo, una excelente relación con Matteo y un vínculo especial con Leonardo, pero no parecía formar parte de los Russo. Y tal vez, nunca lo fue.

—Antes de dar lectura al testamento, debo leer una cláusula legal que Helena D’Arcy dejó por escrito junto a su esposo Lucas Alfonso Russo —dijo el abogado, mirando a los presentes, que comenzaron a prestar atención—. Como dueños del viñedo D’Arcy, cuyo valor neto asciende aproximadamente a cuarenta millones de dólares —que incluyen 120 acres de tierra, bodegas, equipamiento, la casa principal, el salón de eventos, marcas y reconocimientos—, se deja constancia que la propiedad será dividida en dos partes iguales, valuadas en veinte millones cada una.

—¿Se tomará en cuenta esa estúpida cláusula? —espetó Lucas con prepotencia.

—Por supuesto. El documento es legal y lleva su firma, además de la señora D'Arcy —respondió el abogado, remarcando con intención el apellido D'Arcy.

—Lo hizo en contra de mi voluntad. ¡Yo no quería firmar nada! Pero ella me chantajeó —protestó Lucas, alzando la voz.

—Señor Russo, usted firmó sabiendo perfectamente de qué se trataba. Pudo haberse negado...

—¡Helena no me lo permitió! —gruñó entre dientes.

—Señor —continuó el abogado con tono firme—, usted declaró ante un abogado y un notario que firmaba de manera voluntaria.

Hizo una breve pausa, dejando que el silencio se impregnara en la sala como una amenaza latente, y luego añadió, dejando que la cifra resonara como una sentencia:

—Dicho esto, se procederá leer el acuerdo que él matrimonio compuesto por Helena Antonella D'Arcy Romano y Lucas Matteo Russo.

Lucas se veía furioso. Aunque intentaba mantener la compostura, era evidente que luchaba por obstruir la validación de una cláusula que él mismo, junto a Helena, había firmado legalmente. La frustración le tensaba el rostro.

Leonardo sintió el nudo en su garganta endurecerse. La atmósfera se volvió más densa, como si el aire estuviera impregnado de viejos silencios, secretos sin resolver y promesas no cumplidas. Miró a Enzo, que se mantenía erguido, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, como si ya supiera lo que venía y no le gustara en absoluto. Matteo mantenía las manos entrelazadas sobre el regazo, con los labios apretados, sin mostrar emoción. Evelyn, en cambio, lo observaba con serenidad, casi como si esperara justicia, no dinero.

El abogado retomó la lectura:

—Mi mitad del viñedo será heredada por mi hijo Luigi.

Un silencio tenso se apoderó de la sala. Enzo se irguió, visiblemente alterado.

—En caso de que mi hijo Luigi, de quien desconozco si aún vive, no aparezca en el momento de la lectura de este testamento, su parte —mi mitad del viñedo— será heredada por mi nieto Leonardo Alexander Russo Constantini.

Las miradas de Enzo, Lucas y Matteo se clavaron sobre Leonardo, quien intentaba mantener la compostura. Por dentro, sin embargo, el vértigo del asombro lo había dejado sin aliento.

—El otro cincuenta por ciento del viñedo pertenece a mi esposo, Lucas Russo, quien, al fallecer, lo legará a nuestro hijo Enzo Vittorio Russo D’Arcy —prosiguió el abogado, sin detenerse a contemplar los rostros desencajados—. Dado a conocer este acuerdo, la voluntad de Helena D’Arcy Romano es la siguiente:

»A mi hijo Enzo le dejo una casa en Piamonte que perteneció a mis abuelos paternos valuada en aproximadamente ochocientos mil euros, una valiosa colección de obras de arte, algunas de mis joyas, que poseen tanto valor económico como sentimental, y una cuenta bancaria con 1.5 millones de dólares, a la que podrá acceder una vez que el proceso esté completo.

»A mi nieto Leonardo le dejo, además de mi cincuenta por ciento del viñedo, la mansión donde creció, una propiedad en Florencia que perteneció a mis abuelos maternos, varias obras de arte y una cuenta de 1.5 millones de dólares.

»A Evelyn Monroe la designo como albacea de las cuentas bancarias destinadas exclusivamente al beneficio de mi nieto, Albert Colin Russo. Además, le dejo un Ferrari del año 2007, un Fiat del 2005, un collar de perlas con un rubí, un reloj de oro, dos anillos de diamantes y un brazalete de oro italiano.»

Se escuchó un leve murmullo en la sala, pero el abogado prosiguió imperturbable:

«A mi prima María le dejo una cuenta con 1.5 millones de euros, algunas de mis valiosas joyas que actualmente están en la caja fuerte de la casa del viñedo y una casa en Florencia, valuada aproximadamente en trescientos mil euros.»

El rostro de Lucas se había vuelto de piedra. Sus mandíbulas tensas y la mirada perdida en el suelo revelaban un orgullo herido que intentaba esconder tras una máscara de indiferencia.

Matteo, en cambio, no podía disimular su rabia. Apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. Su abuela no le había heredado absolutamente nada, y ese desprecio —frío, silencioso y deliberado— le dolía más que cualquier golpe. La herida no solo era material, sino emocional. No había oro que comprara el reconocimiento que jamás llegó.




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