Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

ENTRE EL DESEO Y LA PROMESA

Leonardo yacía boca arriba sobre la cama, con el pecho aún agitado por el clímax reciente. Su mano, manchada de un líquido blanco y espeso, reposaba a un lado, junto al vestido que Aisha había dejado en su casa. Había intentado encontrar en la tela algún rastro de su aroma, pero solo percibió el olor neutro del tejido. Su mente, sin embargo, seguía suspendida en el vacío, atrapada entre el deseo y la ausencia.

Se incorporó con lentitud, apoyando los pies descalzos sobre la alfombra que cubría el suelo junto a la cama. Luego se levantó y caminó hasta el baño para lavarse las manos.

Mientras el agua corría sobre sus manos, levantó la vista hacia el espejo y se quedó observando su reflejo.

—¿Por qué me estoy comportando como un estúpido adolescente? —se preguntó en voz baja.

No era propio de él actuar así. Había provocado deliberadamente a Aisha y, al final, el único que había terminado completamente excitado había sido él.

Sabía que debía mantener la distancia con ella. Su intención nunca había sido conocerla íntimamente, pero después del fin de semana que habían compartido, sentía que algo había cambiado. Reconocía que cuando Aisha se deshizo del vestido de manera tan desafiante y lo lanzó hacia él, algo se despertó en su interior. Pero ahora había algo más, algo más profundo, algo peligroso.

Lavó su rostro con agua fría, pero no dejó de mirar su reflejo en el espejo.

— No te enamores, Leonardo —se dijo a sí mismo, como si el reflejo pudiera darle algún tipo de respuesta.

Aisha lo desconcertaba de una manera que no podía imaginar.
En su pasado, había tenido novias y otras con las que solo compartió aventuras de una sola noche, pero siempre había sabido controlar sus emociones. Siempre había sido capaz de manejar hasta qué punto estaba dispuesto a entregarse y hasta qué punto debía detenerse.
Pero con Aisha…

¿Qué sentía realmente por ella?
¿Era solo deseo sexual? ¿Era atracción? ¿O había algo más, algo que él no quería reconocer?

La única mujer que había estado cerca de tocar algo más profundo en él había sido Mía. Al principio creyó que con ella podría llegar a construir algo real, pero al final no lo logró. Mía lo admiraba, sí, y lo deseaba también, pero no lo veía. No como Aisha lo hacía.
Y eso era lo que más lo desarmaba.

Aisha, en tan poco tiempo, estaba logrando algo que ninguna otra logró despertar en él. No con palabras vacías, ni con gestos medidos, sino con una mezcla de ternura, coraje y un pasado que resonaba con el suyo de formas que aún no alcanzaba a comprender del todo.

Sacudió la cabeza, fastidiado consigo mismo. No quería seguir pensando en ella.
No ahora.
Pero parecía que su mente no quería cooperar.

Aisha se había colado en sus pensamientos sin permiso, y no parecía dispuesta a salir.
Era como una melodía suave que se repetía en el fondo, como el aroma de algo conocido que se negaba a disiparse.
Y por primera vez, Leonardo se preguntó si realmente quería que se fuera después de conseguir su objetivo.

Le había dicho a Enzo que la llevaría a Las Vegas para casarse, pero no sabía exactamente por qué lo dijo.

No lo había planeado, no lo había pensado con calma, y sin embargo, las palabras habían salido de su boca como si ya estuvieran esperando ese momento. Tal vez fue una forma de provocarlo, de marcar un límite, o de demostrarle que Aisha no era una simple pieza en su juego. Pero en el fondo, ni siquiera estaba seguro de eso.

¿Quería realmente casarse con ella?
¿O solo quería alejarla de Enzo, protegerla, aunque no supiera cómo hacerlo?

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Enzo estaba parado en el salón, observando un pequeño retrato de Lucas y Vittorio. Leonardo pensó que aquellos hombres llevaban la sangre Russo, la misma que corría por sus venas, aunque a veces le resultara ajena. Ni siquiera se parecía físicamente a ellos. Sus rasgos, su expresión, todo en él parecía venir únicamente de los D'Arcy.

—Llegaste —dijo sin emoción, dejando el retrato en su sitio.

—Hola, Enzo —respondió Leonardo, entrando con paso firme—. Recibí tu mensaje. ¿Qué necesitas de mí?

—Mi hijo, tan cortante como siempre... ¿Quieres algo de beber?

—No, estoy bien así. Pero supongo que no me llamaste solo para tomar una copa contigo, ¿verdad?

—¿Y por qué no? Después de todo, eres mi hijo. ¿Qué tiene de raro compartir una copa?

Leonardo hizo una mueca de disgusto.

—No me llames así —dijo en voz baja, pero con firmeza—. Sabes que no me gusta que me llames hijo.

Enzo apenas sonrió, sin calidez. Caminó con parsimonia hasta la mesa del licor, sirviéndose un whisky sin hielo. Su silencio era deliberado, como si pesara cada palabra antes de soltarla.

—Pero para tu desgracia, soy tu padre —le respondió Enzo con una sonrisa burlona, casi venenosa.

Leonardo apretó la mandíbula, pero no cayó en la provocación. No esta vez. No después del momento que vivió con Aisha en su Audi unas horas antes, mientras regresaban a Charlottesville. Aquella paz no iba a ser destruida por la amargura de Enzo.

—Si me llamaste solo para molestarme, será mejor que me vaya a casa —dijo con calma, dándose la vuelta para marcharse.

—¡No tan rápido, mocoso irrespetuoso! —gritó Enzo, iracundo, como si se sintiera humillado por la indiferencia de su hijo.

Leonardo se giró hacia él con los ojos encendidos.

—¿Qué quieres? ¿Discutir? ¿Menospreciarme? —espetó con tono duro, contenido, pero firme.

—Quiero hablar de la boda —respondió Enzo, con frialdad.

—¿La boda?

—Sí. ¿O es que ya olvidaste que te casas el 22? Y eso es el próximo sábado.

—No lo he olvidado —replicó Leonardo—. Solo que no tengo nada que hablar contigo respecto a eso.

—Te equivocas, muchachito —dijo Enzo, acercándose con su habitual expresión de soberbia, superioridad y desprecio—. Todo lo que respecta a tu boda me concierne... te guste o no.




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