Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

LO QUE DOLIA SIN NOMBRARLO

El amanecer trajo consigo una tenue neblina sobre los árboles. Los primeros rayos de sol se filtraban por la ventana de su habitación, tiñendo las paredes con un dorado suave y cálido.

Aisha abrió los ojos lentamente, aún con la sensación de un cuerpo tibio y el corazón levemente agitado. Tomó el celular. Había un mensaje de Leonardo.

Leonardo:
Dormí contigo en mi mente… y desperté con tu nombre en los labios.

Lo leyó en silencio. No respondió de inmediato. Cerró los ojos y aspiró hondo, dejando que el mensaje la envolviera unos segundos más.
No imaginaba que Leonardo pudiera ser tan romántico. Sonrió, complacida. Entonces, escribió:

Aisha:
Buenos días, señor Leonardo. Espero que tengas un lindo día.
Posdata: no te encontré en mis sueños, pero sí en mis pensamientos.

Pulsó “enviar” y se incorporó en la cama.

El día había comenzado.
Y con él, la realidad regresaba como una sombra inevitable.
Primero, una ducha. Después, el desayuno.

Tras ducharse, se vistió con un overol verde oliva y una camiseta blanca de algodón. El tejido fresco acariciaba su piel aún tibia por el agua caliente. Se recogió el cabello en una trenza suelta y calzó sus zapatillas blancas antes de bajar a la cocina.

Cuando llegó a la cocina, notó que la cafetera aún tenía café caliente. De inmediato supo que Carl ya había desayunado y seguramente se había ido al viñedo.

Mientras se preparaba un café con leche, el aroma tostado llenó el ambiente, envolviendo la casa en una calidez reconfortante que contrastaba con el silencio. Afuera, la neblina comenzaba a disiparse lentamente, y los rayos del sol delineaban con suavidad los contornos del jardín.

Aisha se llevó la taza a los labios y pensó en el mensaje de Leonardo. Sonrió sin querer.
Él tenía esa extraña habilidad de irrumpir en su mente incluso cuando ella intentaba aferrarse al presente.

—Buenos días, señorita —dijo Jazmín, entrando en la cocina con su característico acento caribeño y una sonrisa ligera.

—Buenos días, Jazmín. No la esperaba tan temprano. ¿Mi padre le abrió la puerta?

—Sí, él mismo —respondió mientras se ajustaba el delantal—. Salió hace unos diez minutos, no más.

—¿Dijo algo antes de irse?

—Solo que hoy tendría un día largo. Llevaba ese rostro serio que no anuncia nada bueno. Tal vez era molestia... o tristeza —dijo Jazmín mientras comenzaba a ordenar algunas cosas sobre la encimera.

Aisha sintió una punzada de culpa.

La noche anterior no había bajado a cenar. Se había sentido herida tras la discusión con su padre y simplemente quiso evitar más conflictos. No era su intención alejarse de él, solo necesitaba espacio. Quería que la entendiera.

Después de todo, fue él quien estuvo de acuerdo desde el principio con ese absurdo acuerdo matrimonial. ¿Acaso no imaginó que, en algún momento, su corazón podría confundirse? ¿Que convivir con Leonardo no sería un simple trámite?

Debió haberlo pensado.
Debió saber que corría el riesgo de enamorarse.

Aisha bajó la mirada, envolviendo la taza con ambas manos. El calor del café ya no bastaba para calmarle el pecho.

—¿Quieres acompañarme a desayunar? —preguntó Aisha, aún con la taza entre las manos.

—No se preocupe, señorita. Ya desayuné. Ahora, si me disculpa, iré a limpiar la habitación de su padre —respondió Jazmín con amabilidad, haciendo una leve inclinación antes de retirarse.

Aisha asintió en silencio. Dejó la taza sobre la mesa y tomó un cuenco con yogur, fresas y arándanos recién picados.

Desayunó despacio, en calma, mirando por la ventana cómo la niebla cedía paso a un cielo despejado. Luego de terminar, lavó sus utensilios y subió nuevamente a su habitación. No tenía intenciones de quedarse de holgazana. Si bien la situación con Carl y el matrimonio pactado la mantenían emocionalmente tensa, algo dentro de ella se negaba a sentirse una espectadora pasiva de su propia vida.

Encendió el portátil y comenzó a navegar por el sitio oficial de una constructora en Richmond. Estaba decidida a enviar su currículum como arquitecta, ya que anteriormente había postulado en otra empresa y nunca recibió respuesta.

Justo cuando se acomodaba en la silla frente al escritorio, el pitido de su celular rompió el silencio.

Ansiosa, se levantó y fue hasta la mesita de noche. Al ver que era un mensaje de Leonardo, sintió el corazón acelerarse.

Leonardo:
Buenos días, señorita Davis. Gracias por desearme un lindo día, aunque será muy ocupado. Espero que estés bien. Cuando tenga tiempo, te escribiré.

Posdata: yo tampoco te encontré en mis sueños... pero te cuelas en mi mente.
¿Qué hacemos con eso?

Aisha sonrió, como si el mensaje hubiera acariciado algo dentro de ella. Con los dedos temblorosos, escribió:

Aisha:
No lo sé… ¿Qué quieres hacer tú?
Yo no trato de ahuyentarte cuando te cuelas en mi mente.

Pulsó “enviar” y dejó el celular sobre la cama, aunque su mirada permaneció en la pantalla unos segundos más, esperando… sin querer esperar.

Al no recibir respuesta, volvió su atención al portátil. Leonardo le había dicho que tendría un día ocupado. Se preguntó si estaría camino al viñedo o a la oficina.

Un golpecito en la puerta la sobresaltó.

—Pase —dijo, girando ligeramente en la silla.

Jazmín asomó la cabeza con una sonrisa discreta.

—Señorita, ¿quería saber si tiene ropa sucia para lavarle?

—No se preocupe, yo misma me encargo de mi ropa —respondió Aisha con amabilidad.

—Bueno… en un rato más pasaré a limpiar su habitación.

—Eso también lo haré yo —dijo, esta vez con una leve sonrisa.

—¿Segura?

—Sí —afirmó con un gesto tranquilo.

Jazmín la observó por un instante, como queriendo decir algo más, pero solo le devolvió una sonrisa cálida antes de cerrar la puerta suavemente sin insistir.




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