Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

DESAYUNO A FUEGO LENTO

La mañana amaneció cálida, con una brisa suave que movía las hojas de los árboles en Charlottesville. Leonardo llegó cinco minutos antes a la cafetería, un pequeño lugar escondido entre dos edificios de ladrillo, con una terraza adornada por enredaderas y mesas de hierro forjado. Llevaba un jean oscuro, una camisa azul cielo con las mangas arremangadas hasta los codos y botines negros. Era la misma ropa del día anterior; no había traído nada para cambiarse.

Se sentía extrañamente fuera de lugar, como si fuera a una primera cita, y no a un desayuno pactado con su prometida.

Eligió una mesa cerca de la ventana, desde donde podía ver tanto el interior como la puerta de entrada. Se pasó una mano por el cabello, revisó su celular sin ninguna urgencia real... y entonces la vio.

Aisha.

Entró con paso decidido, aunque sus ojos delataban un leve titubeo. Llevaba el mismo vestido de la imagen que le había enviado la noche anterior: un vestido rojo con delicadas flores blancas estampadas, de esos que parecen haber sido diseñados para las mañanas tibias de principio de primavera. El tejido, liviano y suave como una caricia de seda, se movía con cada paso que daba, ceñido en la cintura por una delgada cinta del mismo color que acentuaba la curva natural de su figura.

El escote en forma de corazón, sutil pero sugerente, dejaba ver apenas el nacimiento de su clavícula, dándole un aire de frescura y feminidad sin exagerar. Las mangas cortas y abullonadas terminaban en suaves fruncidos que rozaban apenas la parte superior de sus brazos, aportando un aire romántico, casi inocente.

La falda caía en capas ligeras hasta más arriba de las rodillas, ondeando como una flor al viento cada vez que se movía. Cuando el sol se filtraba por los ventanales de la cafetería, el vestido parecía cobrar vida, resaltando aún más el brillo cálido de su piel.

Lo combinó con unas sandalias de cuero marrón claro, sencillas y elegantes. Llevaba el cabello suelto, con ondas suaves que caían sobre sus hombros como si el viento las hubiera peinado con intención.

Encima del vestido, Aisha llevaba una chaqueta de mezclilla clara, ligeramente entallada, que contrastaba de forma encantadora con la suavidad del rojo floral. Estaba remangada hasta los codos, como si no quisiera ocultar del todo la ligereza del vestido ni la libertad de sus movimientos.

La chaqueta tenía un aire despreocupado y moderno, que equilibraba la dulzura del conjunto con un toque casual. Los botones plateados brillaban suavemente bajo la luz de la mañana, y el cuello abierto dejaba ver el escote del vestido sin interrumpir la silueta. En uno de los bolsillos frontales, Aisha había dejado asomar unas gafas de sol, dándole un aspecto fresco, juvenil y sin esfuerzo. Su pequeño bolso marrón colgaba despreocupadamente del hombro.

—Hola —dijo ella al llegar a la mesa.

—Hola —respondió él, poniéndose de pie de inmediato.

Se besaron en la mejilla. El roce fue breve, pero suficiente para despertar una corriente silenciosa entre los dos.

Leonardo la miró detenidamente, sin prisa, como si cada centímetro de su figura revelara algo nuevo. Sus ojos se detuvieron un instante en sus piernas, delineadas con suavidad bajo la tela ondulante del vestido. Luego, su mirada ascendió lentamente, rozando con disimulo el escote que apenas insinuaba el nacimiento de su clavícula.

Por un segundo fugaz, una imagen cruzó su mente —el vestido cayendo de sus hombros, deslizándose por su piel como una promesa rota—, y una oleada de calor lo atravesó. Pero se obligó a alejar ese pensamiento de inmediato, tensando la mandíbula.

No ahora, no aquí.

No quería que ella notara el temblor silencioso que lo recorrió ni que adivinara cómo su sola presencia podía desarmarlo por dentro. Así que desvió la mirada con discreción y respiró hondo, intentando recuperar el control antes de que su cuerpo lo traicionara.

—¿Siempre llegas puntual? —preguntó ella, dejando el bolso sobre el respaldo de la silla con un gesto delicado.

—Solo cuando vale la pena —respondió él, permitiendo que su mirada se deslizara por el vestido, que en persona le parecía aún más hermoso. Luego, con voz baja y seductora, añadió—: Estás hermosa.

—Gracias —respondió ella, ligeramente nerviosa, con una tímida sonrisa que no pudo contener.

—¿Te parece bien esta mesa?

—Perfecta —dijo Aisha, sentándose frente a él mientras intentaba ignorar el leve cosquilleo que le provocaba tenerlo tan cerca.

Un camarero se acercó con dos cartas. Ambos las tomaron, aunque ninguno las abrió de inmediato. El silencio se estiró unos segundos, como si buscaran las palabras justas para comenzar.

—Así que... —empezó ella, y luego rió, bajando la mirada—. Estoy más nerviosa de lo que debería.

—¿Por qué? —preguntó él, sonriendo con suavidad.

Aisha lanzó una mirada incómoda al camarero que esperaba su orden.

—Es raro. Y eso provoca nerviosismo.

—Yo también lo estoy —admitió Leonardo, con una media sonrisa—. Es extraño, ¿no? Estar prometidos y al mismo tiempo, conociéndonos así.

Ella asintió.

—Tal vez por eso los nervios —murmuró.

—Supongo que es normal en estos casos —dijo él, sin pensarlo demasiado.

Aisha levantó la vista. Lo miró. No había ironía en sus palabras. Tampoco presión. Solo una franqueza que la hizo tragar saliva.

—¿Ya sabes qué vas a pedir? —preguntó, volviendo a mirar la carta para romper el momento.

—Lo que tú pidas, yo pido. Así compartimos —dijo Leonardo. Luego añadió, con una sonrisa—: A menos que seas de esas que desayunan solo fruta y café negro.

—No. Hoy quiero algo dulce —dijo ella—. Café con leche, waffles con frutas y crema. Y jugo de naranja

—Perfecto. Entonces hoy también quiero lo mismo.

Se miraron y rieron, aliviando un poco la tensión. El camarero tomó nota del pedido y se alejó.

—Gracias por venir —dijo él, más serio ahora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.