Una vez dentro, Aisha soltó el aire que había retenido con fuerza, sintiendo cómo un nudo se deshacía en su pecho. Se llevó la mano al labio, todavía tibio por el beso de Leonardo, y un leve arrepentimiento la invadió: no haberse dejado llevar, no haber sucumbido a ese deseo que la consumía. Lo deseaba. Deseaba hacer el amor con él, entregarse sin reservas.
Sin pensarlo más, corrió escaleras arriba hasta su habitación. Cerró la puerta tras de sí y, con urgencia, se quitó la ropa.
Se recostó sobre la cama, cerró los ojos y dejó que su mente se perdiera en fantasías. Se imaginó a Leonardo, sus labios descendiendo hasta besar el contorno delicado de su cuello, mientras su mano exploraba lentamente, deslizándose bajo la tela, acariciando su vientre, despertando cada centímetro de su piel.
El calor se extendía dentro de ella, haciendo palpitar su cuerpo con ansias contenidas, mientras la imagen de él la envolvía en una tentación irresistible.
Sus dedos recorrieran lentamente su piel, buscando aliviar la tensión que la consumía. Mientras se entregaba a ese placer íntimo, su mente se llenaba con la imagen de Leonardo.
Leonardo explorando cada curva de su cuerpo con una mezcla de deseo y ternura. Sentía sus dedos deslizándose desde sus hombros hasta la cintura, bajando con lentitud, encendiendo cada rincón con caricias suaves pero decididas.
Se imaginó cómo sus labios encontrarían el camino hacia sus pechos, dejando un rastro de besos cálidos que la harían estremecer. Pensó en cómo su respiración se entrelazaría con la suya, profunda y entrecortada, mientras la envolvía en un abrazo que le hacía perder el sentido del tiempo.
Cada pensamiento aumentaba la intensidad del deseo que la consumía, y con cada movimiento de sus manos, Aisha se permitía soñar con el sábado por la noche en que ese deseo finalmente se haría realidad.
Sintió cómo su respiración se aceleraba, el calor extendiéndose desde su pecho hasta el centro mismo de su ser. Pensó en cómo él la tomaría con un fervor contenido, cómo sus cuerpos se fundirían en un ritmo apasionado, perdido entre suspiros y caricias que desatarían un fuego incontrolable.
Cada gemido que escapaba de sus labios la sumergía más profundo en aquella fantasía, donde no había nada más que el roce de la piel, el sabor de sus labios y el deseo ardiente que los consumía a ambos.
El pensamiento de su tacto provocaba oleadas de placer que recorrían su cuerpo, y en su mente, Leonardo la hacía suya con una mezcla perfecta de pasión y ternura, llevándola al borde del éxtasis una y otra vez, hasta que no quedaba nada más que el puro fuego del deseo consumiéndolos.
Tras alcanzar el éxtasis, Aisha quedó tendida sobre la cama, contemplando el techo mientras su respiración se ralentizaba poco a poco, dejando que la calma la envolviera. El calor aún ardía bajo su piel, pero en su mente comenzó a nacer una pregunta que la hizo sonreír con una mezcla de curiosidad y anhelo.
¿Y Leonardo? se preguntó, ¿se dará placer mientras piensa en mí?
Imaginó su expresión, sus dedos recorriendo su propio cuerpo, quizás buscando el mismo alivio, la misma conexión invisible que los unía a pesar de la distancia. La idea la hizo sentir más cerca de él, más conectada, como si ese deseo compartido fuera un lazo silencioso que los mantenía juntos hasta que finalmente pudieran estar uno junto al otro.
Con esa imagen en su mente, Aisha cerró los ojos de nuevo, dejando que la calidez del pensamiento los envolviera, deseando que el sábado llegara pronto para que esos deseos se hicieran realidad.
De pronto, nuevamente apareció el nombre de Mía en su mente sin ser invitada.
¿Era importante esa mujer para Leonardo?
¿La amaba?
El solo pensarlo le apretó el pecho y un nudo se formó en su garganta. No quería imaginar un lugar en el corazón de Leonardo que no fuera para ella, ni compartir con nadie el cariño que empezaba a crecer entre ellos. Pero tampoco quería ser la causa de un dolor profundo o que a él lo hicieran pedazos por una sombra del pasado.
Leonardo no había querido hablar de Mía. Cuando ella preguntó, él esquivó la conversación con un comentario acerca de la decoración de la cafetería, como si ese nombre fuera una herida que prefería mantener cubierta. Eso solo la hizo pensar que la verdad era mucho más complicada, más grande, y ese pensamiento la dejó con un dolor hondo, silencioso, casi insoportable.
El acuerdo que había firmado era claro: debían ser fieles durante el matrimonio. Pero ella nunca había preguntado si la fidelidad era solo en lo físico o si también debía cuidar lo que había en el alma. Porque, para ella, la infidelidad no tenía solo una forma. Tanto la traición del cuerpo como la del corazón eran igualmente devastadoras.
Aisha se conocía lo suficiente como para saber que no soportaría compartir a Leonardo con nadie, ni siquiera con un recuerdo, ni siquiera con un sentimiento. Él debía ser solo suyo, entero, sin grietas que pudieran filtrarse desde el pasado.
Y, sin embargo, la duda se instalaba como un visitante incómodo que no se iba: ¿podría ella curar ese lugar donde Mía todavía vivía?
Tal vez solo eran ideas suyas, pero había algo que no podía negar: Leonardo la deseaba a ella. No había duda en la manera en que la miraba, en la forma en que sus palabras caían con esa mezcla de firmeza y deseo. Quería acostarse con ella, iba ser su esposa, y también ansiaba ser la dueña exclusiva de su corazón.
Soltó un suspiro profundo, y el recuerdo del beso en el auto la invadió de nuevo, cálido y electrizante. Ese instante había sido mucho más que un roce; había sido una promesa silenciosa de lo que estaba por venir.
Leonardo había sido claro con ella, no solo aquella mañana en que sus labios se encontraron por primera vez, sino también en esas conversaciones nocturnas que parecían un juego prohibido. Mensajes llenos de provocaciones, miradas invisibles a través de la distancia, y palabras que jugaban con el deseo de ambos. Era un fuego que ninguno quería apagar.
Editado: 29.09.2025