—¿Qué pasó aquí? —preguntó Carl, recorriendo con la mirada las filas de macetas, su ceño fruncido en una mezcla de desconcierto y molestia.
—Eso mismo quiero saber yo —respondió Leonardo con un tono grave—. La ingeniera se dio cuenta recién hoy de que las plantas se estaban secando. La semana pasada estaban fuertes y sanas; incluso pensaba que, en cuanto comenzara oficialmente la primavera, daría la orden para su trasplante directo a la tierra.
Carl se inclinó sobre una de las macetas, rozando las hojas secas con los dedos.
—Es como si les hubieran tirado agua hirviendo —murmuró, más para sí que para Leonardo.
—¿Sabes si, además de Vincent y James, alguien más entró aquí? —preguntó Leonardo, observándolo con atención.
—No lo sé. Han estado haciendo su trabajo siguiendo todas las indicaciones de la señorita Walker había dejado claras: nada de fertilizantes por ahora, solo riegos moderados.
Leonardo apretó la mandíbula.
— Tenemos que revisar los tanques y los pozos, todos. A partir de ahora, el riego queda suspendido — dijo Leonardo, con el ceño fruncido—. Voy a pedirle a Gabriela que gestione de inmediato el permiso para sacar agua del río. Si lo aprueban, tendremos camiones cargando tanques. Hasta entonces, nadie toca el agua que tenemos aquí. Ni una gota.
— ¿Tampoco la de lluvia que está almacenada? —preguntó Carl, inquieto.
— No —respondió seco, sin apartar la vista de las hileras marchitas.
— Dios quiera que no sea lo que estoy pensando… Si alguien con malas intenciones contaminó el agua, todo el viñedo estaría en graves problemas. Y ahora que el calor va a empezar a aumentar, las hileras necesitarán más agua que nunca —dijo Carl, con el rostro marcado por la preocupación.
— ¿Sabes qué es lo peor, Carl? —Leonardo hizo una pausa, como si las palabras le pesaran—. No hay cámaras de seguridad.
—Tal vez sea hora de instalar cámaras —dijo Carl—, y no solo en los invernaderos, también en las bodegas. No es la primera vez que suceden cosas raras en este viñedo, y luego no hay explicación ni pruebas.
Leonardo lo miró confundido, a punto de preguntar más, cuando Mía apareció en ese momento.
—Carl, ¿qué tal? —saludó, tendiéndole la mano.
—Buenas tardes, señorita Walker —respondió Carl educadamente, estrechando su mano.
—Veo que ya sabes lo que pasó, así que no voy a perder el tiempo explicando. Solo quiero saber cómo el capataz de los trabajadores que eres, si James y Vincent cumplieron con su trabajo.
—Ayer estuvieron aquí y no mencionaron que las plantas estuvieran muriendo.
—Qué conveniente, ¿no? Estuvieron justo ayer y no vieron nada. ¿Y si fueron ellos quienes, con su ineptitud, arruinaron más de un año de trabajo?
—Señorita, James y Vincent no son ineptos —respondió Carl con voz firme, sin perder la compostura—. No es la primera vez que están a cargo de la alimentación y el riego de los plantines de uva. Han demostrado ser responsables.
—Siempre hay una primera vez para que alguien cometa errores —replicó Mía, clavando la mirada con una mezcla de desprecio y sarcasmo—. Quizá los trabajadores se sienten tan cómodos y confiados que simplemente no hacen bien su trabajo y luego salen impunes, porque nadie les exige resultados.
Leonardo frunció el ceño, sintiendo que la situación comenzaba a salirse de control.
—¿Eso te incluye a ti? —interrumpió con voz cortante, tratando de imponer orden.
—¡Por supuesto que no! —respondió Mía con un tono desafiante—. Pero con gente ignorante no se puede confiar. No todos tienen la preparación necesaria para hacer las cosas bien, aunque lleven años en el trabajo.
Carl apretó los puños, tratando de mantener la calma.
—Señorita Walker, no tengo intención de faltarle el respeto —dijo con firmeza—, pero no voy a tolerar que insulte a los trabajadores que están aquí desde la primera hora hasta la última, sólo porque usted fue la que falló en esta ocasión. La responsabilidad es compartida, pero culpar a otros sin pruebas no es justo ni profesional.
—¿¡Qué estás diciendo?! ¿¡Que fue mi culpa?! —exclamó Mía, elevando la voz y acercándose amenazante—. ¿Cómo puedes siquiera insinuar eso?
—Usted debería haber venido a revisar antes —replicó Carl, señalando los plantines marchitos—. Tal vez alguien puso algo que no era ni nutrientes, ni agua, ni tierra a esas plantas, y usted, como ingeniera agrónoma, no se dio cuenta a tiempo. Esa negligencia es la que nos cuesta el trabajo de meses, o quizás de más de un año como en este caso.
Mía dio un paso hacia él, sus ojos centelleaban con ira.
—¿En serio me estás hablando así? —dijo, apuntando con el dedo a Carl—. ¿Crees que porque Leonardo se va a casar con tu hija tienes autoridad para venir a decirme cómo debo hacer mi trabajo? A diferencia de ti y de esos trabajadores inútiles, yo me esforcé años estudiando en una buena universidad, enfrentando desafíos que ustedes ni siquiera entienden. No voy a permitir que un hombre sin formación ni título me diga cómo hacer mi trabajo. ¡Aquí mando yo!
Leonardo dio un paso adelante, con la mandíbula apretada.
—Basta, Mía. No es momento para peleas estúpidas. Esto es un equipo, y lo que importa es solucionar el problema, no buscar culpables.
—¿Un equipo? —se burló Mía, con una sonrisa fría y cargada de desprecio—. No, yo no soy parte de un equipo con gente ignorante.
Carl miró a Leonardo, con la esperanza de que él interviniera y pusiera orden, pero Leonardo simplemente le lanzó una mirada gélida, casi desaprobatoria.
—¿No va a decir nada o está de acuerdo con lo que está diciendo esta señorita? —preguntó con voz afilada, mirando directo a Leonardo.
—Por supuesto que no estoy de acuerdo… Mía, mejor para ahora —respondió Leonardo con firmeza.
—¿Vas a hacerle caso a un capataz? —replicó ella con desafío—. Si sigues así, terminará dándote órdenes a ti.
—Ya basta —repitió Leonardo, esta vez con voz firme y autoritaria—. Si quieres que esto funcione, empieza por respetar a todos los que trabajan aquí, sin importar su puesto o su nombre. Porque sin ellos, no hay viñedo, no hay vino, y no hay futuro para nadie.
Editado: 29.09.2025