Mi Matrimonio Con El Hijo Del ViÑedo

SOMBRAS ENTRE MONTAÑAS

El sol apenas comenzaba a asomarse cuando Leonardo llegó a la bodega. El aire fresco de la mañana, impregnado del aroma dulce y terroso de las uvas maduras, le ofrecía un respiro fugaz en medio de la vorágine en que se había convertido su vida últimamente. Aunque estaba acostumbrado a la presión, esa mañana su mente se dispersaba más de lo habitual.

El día prometía ser una carrera contrarreloj: inspecciones en los invernaderos, supervisión en la bodega, reunión con Enzo y el resto del equipo en la oficina de Richmond y una agenda de reuniones por Zoom que Gabriela había concertado de improviso. No habría un solo minuto para sí mismo.

La noche anterior la había pasado revisando hasta el último detalle: proporciones de nutrientes, cantidad de agua, registros de compost… todo lo relacionado con las plantas que estaban en los invernaderos. Cada cifra y cada observación se le había quedado grabada como un tatuaje mental. Pero, aun así, no podía sacudirse la sensación de que algo no encajaba, de que había una pieza invisible en ese rompecabezas que alguien estaba moviendo a su antojo.

— Buenos días Leonardo.

— Buenos días Thomas, ¿cómo estás?

— Muy bien, gracias por preguntar¿Y tú?

— Podría estar mejor, el día será bastante ocupado — dijo

— ¿Alguna novedad con respecto a los plantines marchitos?

— Supongo que Carl se los contó — Thomas asintió — no hay novedades, estoy esperando el resultado de las muestras que Peter llevo al laboratorio.

— Eso puede tardar —comentó Thomas—. Espero que no sea nada grave.

— Grave ya es —replicó Leonardo, mientras revisaba una carpeta con movimientos precisos—. Lo que falta saber es si es una falla humana, un descuido, el clima… o algo hecho con intención.

Thomas lo observó en silencio unos segundos. Conocía bien esa expresión: la mandíbula apretada, la mirada fija como cuchillas. Leonardo estaba decidido a llegar hasta el fondo del asunto, y cuando se ponía así, nada más existía en su mundo.

— Entonces… ¿qué harás hasta que lleguen los resultados?

— Seguir trabajando. No pienso quedarme de brazos cruzados —dijo, pasando la página con un chasquido seco—. Hoy mismo inspeccionaremos todas las líneas de riego y revisaremos cada lote de compost usado en las últimas tres semanas. Gabriela empezó ayer a mover hilos para conseguir la autorización para extraer agua de los ríos cercanos.

— Eso puede tardar meses —advirtió Thomas.

— Lo sé —su tono se volvió más bajo, casi un susurro cargado de impaciencia—, pero le pedí que lo presente como una urgencia. Si no lo aprueban en una o dos semanas… buscaré otra manera.

Thomas asintió, aunque notó algo más en la voz de su jefe: un leve cansancio, casi imperceptible, como si la noche anterior hubiera pesado más de lo que quería admitir.

— Entonces, Peter… ¿vas a empezar analizando el agua?

— El agua y las plantas, eso es lo más urgente. Después iremos con el compost, los fertilizantes, los pesticidas y el pH de la tierra.

Avanzaron hacia la bodega, donde se apilaban las cajas de uvas recién llegadas.

— Los plantines de los invernaderos no pueden estar muchos días sin agua —murmuró Thomas—, sobre todo ahora que la temperatura empieza a subir.

— He pensado en una alternativa de emergencia para el invernadero —respondió Leonardo—. Voy a sacar agua de la finca; todavía quedan tres pozos privados que antes usaban para los caballos.

Al decirlo, su memoria viajó al pasado: cuando Helena vivía, el establo siempre olía a heno fresco y cuero, y el relincho de los caballos se mezclaba con el viento del amanecer. Después de su muerte, Lucas vendió los animales y mandó derribar el establo para instalar un spa, borrando casi todo rastro… excepto los tres pozos, que seguían allí, como testigos mudos de otro tiempo.

— Stephen se encarga de la limpieza dos o tres veces al año, ya que Meredith saca agua de ahí para su pequeño huerto. Le diré a Carl que lleve algunos hombres y traigan agua en bidones; será una medida provisoria mientras Gabriela consigue el permiso para sacar agua del río… o con suerte, Peter no tarde tanto con el análisis —dijo Leonardo, sin apartar la mirada de las cajas de uvas.

— Eso ayudará con los invernaderos, pero… ¿y las hileras de vides que están empezando a florecer?

— Precisamente por eso —su voz se endureció— me urge encontrar una solución.

— ¿Si quieres yo también puedo ir en busca de agua?— sugirió Thomas.

— ¿Quieres que yo también vaya a buscar agua? —sugirió Thomas.

— Por hoy solo será para el riego de la tarde en el invernadero.

Leonardo sacó su celular y empezó a hacer llamadas. Aunque le habría gustado ir personalmente a buscar el agua, sabía que no tenía tiempo.

— ¿Estas cajas son las uvas traídas desde Sudáfrica? —preguntó de pronto, recorriendo con la mirada las filas ordenadas, con una mezcla de curiosidad y expectación.

—Sí, ese pedido lo hizo tu padre —respondió Thomas—. ¿Quieres que revises algunas?

—Claro —respondió Leonardo, acercándose.

Al abrir una caja, un aroma dulce y fresco inundó el aire, una mezcla embriagadora de uvas maduras que casi podía saborear. Agarró un racimo con cuidado y se llevó algunas uvas a la boca.

—Dulce —murmuró, con una sonrisa leve—. Creo que me quedaré con algunos racimos para sacar las semillas y probar con nuevas plantaciones.

Thomas lo observó, notando cómo Leonardo se sumergía en ese pequeño placer, un instante de calma en medio del caos que enfrentaba.

—Será una buena apuesta —comentó Thomas—. Pero recuerda que esto también significa más trabajo y más riesgo.

Leonardo asintió, dejando el racimo sobre la mesa con cuidado.

—Lo sé —dijo—. Pero si queremos que este viñedo siga creciendo y renovándose, debemos arriesgarnos.

—Por cierto, antes de comerte una uva deberías lavarla —murmuró Thomas, con una sonrisa divertida.

—Por eso las dejé ahí —respondió Leonardo, con un leve gesto de complicidad—. Ahora debo ir a mi oficina a revisar lo que Gabriela tiene para mí.




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